Arte, política, Estado y sectores populares, en el pensamiento de uno de los referentes nacionales de la sociología de la cultura, que estuvo de visita en el Museo Rosa Galisteo.
Lucas Rubinich es uno de los referentes nacionales de la sociología de la cultura. Estuvo en el Museo Rosa Galisteo los días 2 y 3 de noviembre dictando el seminario “Las formas de la relación entre el arte y la política”. Allí abordó diferentes aspectos de las obras de arte y su influencia en la cultura y la historia argentina.
Rubinich tiene la particularidad de relacionar historias cotidianas con obras artísticas y estudios sociales. Sus exposiciones se caracterizan por la narración de algunas anécdotas muy diferentes entre sí para luego vincularlas entre sí con una teoría sociológica. Su disertación estuvo compuesta por menciones a las canciones de Antonio Torbo, frases de John Cage, los afiches de Ricardo Carpani, citas de Pierre Bourdieu y Juan José Saer, y los recuerdos de su Arrecifes natal.
En diálogo con Pausa, planteó que que toda obra de arte tiene un componente político, por más que no refiera a temáticas sociales, y reflexionó sobre la tensión entre el mundo artístico y la vida cotidiana de los sectores populares.
—¿Por qué plantea que los gustos estéticos tienen un componente social? ¿Acaso el gusto no tiene un carácter universal?
—En realidad, los gustos se construyen en relación con el mundo en que vivimos. Uno no nace con un gusto innato, sino que llega a una sociedad que ya está hecha. Y esa sociedad ya tiene determinadas ideas sobre el mundo y sobre lo que es bello o no. Te gustan determinado objetos, colores y formas porque desde chico estuviste relacionado con esas maneras de mirar el mundo. Eso se corrobora cuando dos grupos sociales distintos tienen gustos estéticos diferentes. Pero eso no sucede porque tengan características biológicas distintas. Sino porque tienen trayectorias diferentes que los familiarizaron con determinados objetos, colores y formas. Entonces, en ese sentido, el gusto es social.
—¿Por qué plantea que el arte contribuye con la conformación de un modo de pensamiento?
—Digo que históricamente las obras de arte contribuyeron a crear mirada sobre el mundo o ciertas formas que previamente no aparecían en la vida pública. Por ejemplo, ciertas experimentaciones en abstracción propias de la impronta en las vanguardias de la década de 1910 y 1920 después pasaron a formar parte de la vida cotidiana de las personas. De pronto hoy vemos que ciertos diseños publicitarios remiten originariamente a alguna obra vanguardista de comienzos del siglo pasado. En ese sentido, el arte impone sobre el mundo determinadas visiones que no necesariamente son pensamientos orgánicos, sino que son formas de mirar el mundo, de construir gustos. Si hoy alguien dice “me gusta esta imagen” seguramente es porque esa imagen que antes no aparecía como legítima, lentamente el mundo social (los artistas) la fue construyendo como legítima y de pronto se transformó en algo “natural”.
—¿Por eso afirma que toda obra de arte tiene una potencialidad política por más que no tengan temáticas sociales?
—Yo creo que una obra de arte tiene potencialidad política mientras promueva un desacomodamiento de las formas convencionales del propio arte o de la sociedad en general. Es decir, las obras pueden producir desacomodamientos dentro del campo artístico específico, o cuestionar las visiones que tiene la sociedad acerca de las formas y los colores. En este sentido, todas las obras artísticas tienen potencialmente una capacidad política importante.
—¿De qué trata la vinculación que realiza entre el concepto de ficción de Juan José Saer con la definición de obra de arte como producto de conocimiento?
—Saer plantea que las obras de ficción constituyen una producción de conocimiento sobre el mundo. Y yo creo que este desacomodamiento que genera el arte se puede relacionar con esta definición de Saer. Porque todo un conocimiento ya sabido y rutinizado se convierte en falta de conocimiento. Entonces el arte, al producir esa ambigüedad y desacomodamiento, genera que la relación con el mundo sea pensada nuevamente. En ese sentido, algunas obras de arte son un objeto de conocimiento porque habilitan a la reflexión. Es decir, esa obra te está diciendo que lo que vos esperabas sobre el orden de las cosas de pronto no es así. Entonces cuando una obra –un cuadro, una canción, un libro– pone en crisis el orden o se cuestiona a sí misma, se reaviva la circulación de conocimiento. La obra de arte tiene la posibilidad de desacomodarte las expectativas de lo que uno cree que debe ser.
—¿Considera que existe cierta tensión política y estética entre el mundo artístico o cultural y los sectores populares?
—Sí, porque el arte se transformó en determinado momento en un objeto distinción para sectores sociales que ocupan una posición relevante dentro de la sociedad. Disponer de una obra de arte es como comprar una joya valiosa. Entonces, por más que el arte pueda tener capacidad política de despertar curiosidad, la forma de organización institucional del arte lo transformó en un icono de distinción. Así que más que encontrar una relación productiva, vital con la cultura, uno se encuentra con una relación cosificadora, alienante, que produce cierta distinción entre algunas personas. En ese sentido, ciertas formas de organización de la cultura producen una relación de distancia con las personas que no tienen relación con esas instituciones.
—¿Un modo de superar esa tensión podrían ser las obras artísticas que tienen temáticas sociales o políticas, como eran las obras de Antonio Berni o los afiches Ricardo Carpani?
—Esa es la forma clásica de implementar la vinculación arte-política, que tiene que ver con que una obra de arte sea un objeto significativo de agitación o de propaganda política. Y cuando eso sucede se convierte en un objeto artístico y cultural efectivo que tiene una productividad importante.
—¿Cómo lograr otro tipo de relación más productiva entre el arte y los sectores populares?
—Eso es complicado de responder. Creo que esto se vincula con el objetivo artístico y político de las vanguardias de 1910 y 1920 de unificar arte y vida cotidiana. Y eso no se logró definitivamente. Me parece que lo interesante es ver cómo se generan caminos para que las instituciones artísticas produzcan un intercambio con sectores que no están acostumbrados a relacionarse con la cultura. Pero esas son decisiones políticas que tendrían que disponerse a romper un orden cultural. Por ejemplo, no es tan común que las obras de un museo circulen por un barrio ni que los artistas del barrio vayan a exponer a un museo. Esa es una manera productiva de superar esta tensión. Son distintas las formas de relacionarse. Pero uno debería pensar que en una sociedad democrática se deberían quebrar estas lógicas de circulación restringida. No es fácil. Pero son apuestas que hay que hacer.
Trayectoria
Lucas Rubinich es profesor titular de la carrera de Sociología de la UBA e investigador del Instituto Gino Germani. Hizo su especialización en Sociología de la Cultura como becario en el Centro de Estudios de Estado y Sociedad.
Dictó el seminario “Las formas de la relación entre el arte y la política” en el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez, en el marco de la exhibición Museo Tomado, que tiene como objetivo reflexionar sobre las relaciones entre arte y política a partir del patrimonio del Rosa Galisteo y desde la práctica artística contemporánea.