Entrevistamos a Viky Kndsky, militante política entrerriana del Partido Obrero y de la Mesa de Travas y Maricas en Lucha.
Viky llega caminando a la Plaza Alvear en Paraná. En su mochila lleva el pañuelo naranja de la separación de la Iglesia y del Estado. A penas empieza a hablar comenta que está nerviosa y que nunca había hecho una entrevista así, aunque luego, cuando comienza a responder las preguntas, es muy suelta y decidida en lo que dice. Viky tiene 29 años, es del pueblito Villa San Marcial, milita en la Mesa de Travas y Maricas en lucha, en el Partido Obrero y cree en la transformación a través de la política. Relata que desde chiquita se autopercibe mujer, pero que recién cuando llegó a la capital entrerriana comenzó su transición. En sus respuestas se comprueba la importancia de la identidad para desarrollar una vida sin crisis respecto a la autopercepción: cuando esta es reprimida y castigada por la sociedad, se anula a la persona. Pausa la entrevistó para conocer su historia de vida.
—¿Quién es Viky?
—Soy una piba de 29 años y ni bien llegué a Paraná comencé con mi transición, si es que se le puede decir de esa manera. También empecé muy fuerte con la militancia porque veo la realidad que me supera a mí y mis compañeras travas: que de lo único que se puede laburar es en la prostitución o cosas ilegales. También es muy difícil conseguir donde alquilar. Por lo general la mayoría de nosotras no tenemos contención de ningún tipo, ni familiar, ni estatal, ni de alguna organización. También soy una piba que está acá haciendo un par de cursos para perfeccionarme. Lo que he venido trabajando estos últimos años que es el cuidado de ancianos.
—¿Cómo te autopercibís?
—Desde chiquita siempre me autopercibí mujer. Desde los cuatro años, se podría decir que en el momento en que pisé el jardín de infantes y vi que había gente que tenía un guardapolvos rosa y otra que tenía un guardapolvos celeste, yo sentí que no encajaba en ese estereotipo. Además, antes de eso tenía el pelo largo y para empezar las clases de jardín me cortaban el pelo, cosa que no entendía y pensaba “bueno el pelo vuelve a crecer”. Igualmente, como era chiquita, tal vez no me importó tanto. Me imaginaba que quizás cuando creciera cambiaría. Seguramente me van a percibir como soy o se van a dar cuenta, me decía. Luego de eso, se vino la primaria donde me ilusioné mucho porque todos íbamos con el guardapolvos blanco y tal vez no se haría tanta diferenciación. Pero desde mi primer día en la primaria me hicieron bulling por puto. Me decían así, que me pegaban por puto. Nenes más grandes, de 11 años o 10 años. Yo la primaria la empecé con 6. Así que era imposible que me defendiera. Incluso me daba mucho miedo contarlo porque estaba muy estigmatizada. Imaginate que a los 6 años me daba miedo contar que me trataban de puto y que me sentía mujer. Era imposible contarle a un adulto una cosa así. Y así me estuvieron hostigando durante bastante tiempo, hasta que esta gente se recibió de la primaria y se fue. Recuerdo que me esperaban en los baños para pegarme, a la entrada del colegio y en la salida. Todo eso me llevó a reprimirlo mucho, durante casi toda mi infancia. Incluso en la adolescencia me era imposible decírselo a alguien, aunque yo lo seguía sintiendo, porque soy de un pueblo de 600 habitantes, con la mentalidad un poco cerrada y eso me iba a estigmatizar de sobre manera, entonces prefería ocultarlo. Eso me llevó a ciertos excesos. Estoy hablando en la etapa de la adolescencia: drogarme, alcohol, ideas de dejar los estudios. Cosas que yo me dí cuenta que desaparecieron automáticamente, cuando empecé mi transición son los deseos de matarme, de morir, fantasías oscuras que se me pasaban por la cabeza. Yo no lo relacionaba con la represión. Eran todas cuestiones, que por reprimir, se me venían los sentimientos de angustia y yo quería explotar. No podía seguir fingiendo de ninguna manera.
¿Cómo recordás ese pasaje de la transición?
—Lo recuerdo en dos partes. En mi adolescencia, a mí a sexualidad ya la tenía definida, pero sin embargo esto es otra cosa, es una autopercepción, es una cosa distinta. A esto lo venía entre reprimiendo y no reprimiendo. Y pensaba me sentiré mujer pero no importa, puedo ser gay o algo por el estilo. Es como que el gay está mejor visto que la transexual, me van a cagar menos a palos, me imaginaba. Pero llegó un momento en que ya no lo soportaba más y justamente fue cuando hice clic que estaba inmersa en un mundo de drogas y mala vida. Lo peor que me puede pasar ya me ha pasado, ya me cagaron a palo por puto, ya me han hecho diez mil cosas, he recibido diez mil insultos, pensé. Y en realidad era algo que me estaba doliendo por dentro.
En el instante que decidí exteriorizarlo, automáticamente sentí como un alivio en mi espalda, en todo el cuerpo, me sentía mucho más liviana, era como que había absorbido felicidad instantánea. Y después como que me volví a meter al closet, porque me enamoré y esta persona no quería que lo exteriorizara, pero como estaba enamorada no me importó. El hecho de volver a salir del closet en etapa de mi vida, a los 29 años, fue porque terminé esa relación de 8 años en la que de a poquito me fui dando cuenta que era lo que me estaba pasando. En algunos momentos me volvían esas ideas de matarme. Son cosas que se te pasan por la cabeza sin darte cuenta, como pequeñas fantasías horribles, pero diurnas.
—¿Por qué pensás que la esperanza de vida de las personas travas/trans es tan sólo de 35 años?
—Hay que ver... En la mayoría de los casos, como está tan mal visto y las personas discriminan tanto, una piba por lo general es echada de la familia, es marginada del barrio, nadie la habla, nadie le da una oportunidad, nadie la invita a tomar un mate. La gente dice "ay te juntás con el trolo ese, que se viste de mujer y encima tiene mucha pluma", cosas por el estilo, entonces nadie se quiere juntar con ella. Por la exclusión termina cayendo en problemas como drogas, malas compañías, que si le dan cabida, que si le dan contención, pero a la vez es una contención falsa. Todo esto se va retroalimentando a partir de que, por ejemplo, son expulsadas de las escuelas, de los colegios y de las familias. También es muy difícil acceder a los sistemas de salud, que te traten con respeto y bajo tu autopercepción. Incluso con la Ley de Identidad de Género vigente, hoy en día vas a un hospital y te dicen "che pibe" o vas a cualquier organismo público y cuando te tienen que anotar te anotan con el nombre que no querés y es un nombre que terminás odiando porque no te identificás con ese género. Es muy terrible cuando entrás a una institución y te tratan de esa manera. Basicamente te terminan expulsando. A la mayoría de las pibas las termina cansando esta situación, porque no es una vez que te tratan así, si no que es cada vez que vas te tratan así, exceptuando pequeñas caricias de personas que te tratan como necesitás que te traten, como una persona.
—¿Qué sueños tenés?
—Muchísimos. Lo primero y principal que se sancionen las leyes de cupo laboral, para estar un poco más tranquila yo. No sólo milito en cuestiones de la diversidad sexual y de las travas, sino que también estoy militando dentro del Partido Obrero, a través de la agrupación 1969 LGBTI+, que aboga por los derechos del colectivo LGBTI+ pero con perspectiva de clase. Siempre digo, mientras yo tenga un pedazo de pan en mi casa, tenga luz eléctrica y agua potable, voy a tener privilegios que otras personas no tienen y que es una realidad que hay que transformar y de la única forma que veo posible la transformación es a través de la militancia. Esos son como sueños de militancia, más sociales. Si tengo que ponerme un poco más egoísta, por así decirlo, me gustaría a través de estos cursos que estoy haciendo, poder laburar.
—Si vieras caminando por la vereda de enfrente a la Viky de hace 10 años, ¿le dirías algo?
—Ay, iría y la daría un abrazo y no le diría nada, porque no me arrepiento de absolutamente nada de lo que hice. Soy una persona sumamente feliz y le agradezo a esa Viky haber llegado hasta acá, habérsela bancado en todo. Todo lo que pasé me dolió mucho pero me llevó a que hoy esté acá, haciendo lo que quiero y esté luchando por hacer lo que quiero. Es algo realmente hermoso. Si viera a cualquier Viky de cualquier momento de mi vida voy y la abrazo. O la mira y la dejo pasar porque sé que va bien y por buen camino y sé que va a ser feliz.
Fotos: Mauricio Centurión