¿Cómo se puede empezar una clase en la facultad hablando de la teoría de los actos de habla de Austin cuando Bolsonaro acaba de ganar las elecciones en Brasil, con un discurso de extrema derecha, expresando xenofobia, odio a los afroamericanos, a las mujeres, a los gays? Empecé la clase diciendo que en América Latina estábamos viviendo procesos muy similares a los que están viviendo Estados Unidos y algunos países de Europa desde hace varios años. En Italia, Hungría, Finlandia, Francia, aparecen en el poder personajes similares, con ideas nacionalistas, homofóbicas, racistas, de forma violenta. Dije que estamos viviendo momentos trágicos, que empecemos a abrir los brazos para recibir a los que quizá se conviertan en perseguidos políticos y tengan que exiliarse en nuestro país.
Y cuando me venía pensé qué sé yo de fascismo. Steve Bannon lo llama “populismo de derecha”, en general se nombran a sí mismos de diferentes maneras. Quizá la herida abierta por el nazismo alemán todavía nos alerta desde la imaginación. Aunque, por ejemplo, Amanecer Dorado de Grecia usa insignias parecidas a la svástica nazi. Estos grupos neonazis griegos desarrollaban campañas de agresión violenta contra inmigrantes y opositores hasta que en septiembre de 2017 mataron a un joven de un barrio. No era la primera vez pero, por razones históricas difíciles de mensurar, la opinión pública, en este caso, se les volvió en contra.
¿Y por qué parece repetirse esa pesadilla de la razón ilustrada de principios del siglo XX, por qué seduce a los trabajadores, a la clase media, a los intelectuales? Se sabe que a Trump lo votaron más los ciudadanos que no eran de las grandes ciudades, más los hombres, que eran más bien de clase media, de menor educación que quienes votaron a Hillary. Pero lo votaron un buen porcentaje de latinos, afroamericanos, mujeres. ¿Por qué la gente vota a quien se pronuncia en contra de ellos?
Dice Hobswan en su Historia del siglo XX: “Las condiciones óptimas para el triunfo de esta ultraderecha extrema eran un estado caduco cuyos mecanismos de gobierno no funcionaran correctamente; una masa de ciudadanos desencantados y descontentos que no supieran en quién confiar; unos movimientos socialistas fuertes que amenazasen, o así lo pareciera, con la revolución social; y un resentimiento nacionalista contra los tratados de paz de 1918-1920. En esas condiciones, las viejas élites dirigentes, privadas de otros recursos, se sentían tentadas a recurrir a los radicales extremistas, como hicieron los liberales italianos con los fascistas de Mussolini en 1920-1922 y los conservadores alemanes con los nacionalsocialistas de Hitler en 1932-1933”.
Algunas de estas condiciones están presentes hoy en día: personas que se cansaron de los discursos de los políticos tradicionales, sobre todo porque no resuelven los problemas fundamentales que tiene toda persona: el derecho de vivir con dignidad, económicamente y socialmente, en un marco de seguridad y previsibilidad para su futuro y el de sus hijos. Pero si nos fijamos en los mapas de las elecciones en Brasil, un gran porcentaje no fue a votar. Algunos de ésos, dice Laura, padecen de tal arrasamiento subjetivo que quizá ni se enteran cuándo son las elecciones o qué se elige, y, eventualmente, si algún político le pone en la mano un poco de dinero y una boleta, se la guarda en el bolsillo y va a votar sin saber a ciencia cierta a quién está apoyando.
Ahora, en cuanto al temor ante el surgimiento de movimientos obreros de izquierda desde finales del siglo XIX y el triunfo de la revolución rusa en el 17, que se planteaba como internacionalista, ahí sí, el miedo a la posibilidad de perder el poder, impulsó a las burguesías a alinearse detrás del sector más radical, de ultraderecha, para combatir el fantasma del comunismo. ¿Está presente este elemento en la actualidad? Posiblemente se vea en la masividad del movimiento feminista una amenaza al dichoso orden social que todos quieren conservar, aunque sirva para poco. Baste como ejemplo la virulencia de quienes se oponen a la educación sexual integral, que hoy manifiestan la ignorancia y la imbecilidad más abominable entre nosotros, o el escándalo por el reclamo de respeto de los derechos de las personas que tienen diversas orientaciones sexuales y de género que abiertamente salen a la calle para exigir la posibilidad de vivir con dignidad e igualdad de oportunidades.
Pero a veces las protestas por una vida mejor parecen confusas: cuando dos raperos en el subte de Buenos Aires cantan una canción donde se dice: “De qué democracia hablás, de qué hablás/si nos sacan a balazos / cuando vamo a protestar”. Y: “Niños en la calle tapándose con cartones y usted disfrutando de sus mansiones” “Yo no quiero promesas, a mí dame de comer”. “Estando todo mal, decís que está todo bien” “Ladrón no es el que roba porque le hace falta, ladrón es el que se lleva millones y anda de corbata”.
Aunque toda la canción dice verdades, hay dos cosas que preocupan: no es ésta la democracia que les interesa; y la canción interpela a los políticos en general. He aquí el germen de un descontento que no tiene cauce, y que cualquier Bolsonaro puede capitalizar.
Lo más triste es que sabemos que todo régimen que proclama violencia y palos traerá cárceles y balas para los opositores, sean de otras formaciones políticas o, como ellos dicen, extranjeros, homosexuales, afroamericanos “que no sirven ni para procrear”.
¿Es el fracaso de la política tal como se viene avizorando, como organizada por una manga de corruptos que sólo se preocupan por ellos mismos y los suyos? ¿Es el fracaso de la izquierda, como dice Žižek? “Este es el gran problema para la izquierda: el capitalismo se está acercando a grandes problemas, pero hoy la izquierda (a la que llama moderna izquierda liberal) no tiene una respuesta coherente para decir qué deberíamos hacer”. Yo no sé.
En todo caso, él propone invertir la tesis sobre Feuerbach que preside la tumba de Marx en Londres, y dice que justamente hoy se trata de reinterpretar el mundo, ya que no existe la opción de transformarlo por izquierda.
Es decir: es preciso volver a pensar. Procurarse otros ojos para ver a los “pueblos” elegir sus verdugos. Darse cuenta de que la tríada de la Revolución Francesa ya no es válida; a la gente no le importa demasiado la libertad, la igualdad y la fraternidad: “Yo no quiero promesas, a mí dame de comer”.
He leído mil libros sobre la Segunda Guerra Mundial y sobre el fascismo. Me vi todas las películas del tema. Ha sido un tema que me ha preocupado mucho tiempo. Pero quiero cerrar con dos cosas.
Una, es el poema Todesfuge, de Paul Celan. Poetiza un relato sobre un campo de concentración alemán, (en donde su familia fue exterminada y que él mismo padeció) donde los prisioneros cavan fosos bajo las órdenes de un verdugo. El poema, se dice, es de 1944. Empieza con un oxímoron desgarrador: “Leche negra” que, en el movimiento como de fuga, va reapareciendo. Y se va diciendo que es bebida de mañana, de tarde y de noche. La nutrición se vuelve venenosa y letal. La de las crías y de los cachorros. Y en este poema las fosas se cavan en el aire, y el verdugo, mientras escribe, juega con las serpientes. Aquí está presente la razón, que es llevada al extremo en Auschwitz. Pero después dice que la muerte es el maestro de Alemania. Aparecen dos mujeres: la dorada Margarita, del Fausto de Goethe, y la Sulamita, de cabellos cenicientos, del Cantar de los Cantares. Y sólo en esa palabra aparecen las cenizas de la muerte en los campos.
Te parece que todo está ocurriendo ahora: el “bebemos y bebemos” la leche negra, en primera persona, casi te hace estar viendo la situación. Es el poema más triste del mundo. El poeta se suicidó arrojándose al Sena en el 70.
Ahí, por mis 30 años, supe bien qué era el fascismo. Y estudié un año alemán para poder leerlo en esa lengua. Pero hoy, en este mundo nuevo que se abre y que se dispara para adelante con un impulso de terror, me quedo pensando en el final de otro poema de Celan, que le escribe a Nelly Sachs (quien murió pocos días después de su amigo):
…nosotros
en verdad no sabemos, sabes,
nosotros
en verdad no sabemos
qué es
lo válido.