Los traidores, los llamó Raymundo Gleyzer, y les estampó ese rótulo para la posteridad. La CGT hizo cuatro paros generales reclamando por el impuesto a las ganancias, entre 2011 y 2015. Es la misma cantidad que no pudo evitar organizar durante el macrismo, en el que los trabajadores perdieron dos sueldos de su poder adquisitivo, si no quedaron en la calle.
Quienes los defienden arguyen que sin esos jerarcas la avanzada sobre los derechos sociales sería peor. El argumento olvida la entregada que ya protagonizaron durante los 90, es contrafáctico y, además, disuelve las virtudes combativas de muchos en las agachadas de unos pocos grasosos y violentos acomodados de la vida sindical, que arrastran las paritarias de sus sectores por el suelo.
Bordeando el límite, en el año que se va despertó Hugo Moyano y, como a fines de los 90, alrededor de él se volvió a organizar el sindicalismo con fuerza de reclamo. La articulación de la crema de trabajadores registrados con los changarines organizados es una novedad de la época, todo lo contrario a lo que sucedió en el menemismo. La CGT de Moyano, la Corriente Federal, las CTA, la CTEP y todas las organizaciones sociales desperdigadas en diferentes nucleamientos fueron tanto las articuladoras de la oposición política y social como, también, la garantía de gobernabilidad del macrismo.
Si la olla no vuela es también porque las organizaciones saben que en el estallido los que ponen los cadáveres son los pobres, más con un gobierno matanegro. Como sea, el año termina sin huelga general.