Según datos oficiales, la venta de lácteos tuvo una caída de 7,4% en septiembre. En el acumulado de los primeros nueve meses del año la merma llega al 5,2%. Está en los niveles más bajos de la era Cambiemos.
El consumo de lácteos es de los que no varían demasiado como, por ejemplo, la compra de libros. Leche se toma siempre, excepto que la malaria te pegue fuerte en el bolsillo. Los datos de Agroindustria de la Nación muestran cómo la crisis iniciada en 2016 no se detiene. Las ventas de lácteos cayeron 7,4% en septiembre respecto de septiembre de 2017 y están 13% por debajo de septiembre de 2015. Si la referencia es el consumo de leche fluida, en particular, la diferencia respecto de 2015 se estira al 16%. En ambos casos, es el peor septiembre desde 2015.
La estadística oficial tuvo una fuerte variación, que dejamos asentada en las gráficas, cuando se pasó de calcular el consumo per cápita para ofrecer datos de ventas. Los datos anteriores mostraban que en 2016 se estaba en niveles de consumo de la crisis iniciada en 2001. Sin embargo el cambio de metodología no logró maquillar la crisis.
El impacto más marcado se da en la leche fluida. Como se ve en los cuadros, el dulce de leche no dejó de ser una opción para quienes pueden pagarlo. En el caso de la leche en polvo, hay una merma respecto del año pasado pero, no obstante, el consumo es superior al de 2015: se puede hipotetizar que hubo un traslado desde la leche de verdad a la disecada. Así, mientras la venta de la leche fluida cayó un 13,5% en la comparación del acumulado enero-septiembre de 2018 versus el mismo período de 2015, la venta de leche en polvo subió 18%. Como se dijo al comienzo: quienes toman leche quieren seguir tomándola. Sea como sea, hasta que no se pueda.