El #10YearsChallenge, al principio, me pareció un entretenimiento simpático e inocuo que había que dejar disfrutar en paz.
Pero después de haber practicado este desafío de los 10 años, aunque en mi intimidad, me pasaron otras cosas. En primer lugar, pienso que, si el Ramiro del 2009 me viera hoy, se agarraría la cabeza de la misma manera en la que yo me la agarro cuando lo veo a él. Pero en segundo lugar me despertó un miedo terrible a morirme antes que Mirtha Legrand, porque noto que yo envejecí mucho más rápido que ella en esta última década. Pero esto puedo superarlo.
Lo otro que noté autostalkeándome es que hace más de 10 años que uso barba. Más larga, más corta, tupida, sucia y desprolija, acicalada, etc. Pero hace más de 10 años. Yo diría que hace 20 años, que con apenas tres pelos en la barba, la uso porque estoy casi seguro que coincide con mi ingreso a la facultad. Pero eso no importa.
Lo que importa es que esto no me trajo un sentimiento nostálgico de mis años revolucionarios o lo que sea. Me dio bronca. Me irritó, porque hoy la barba está de moda. Y la usa cualquiera. De hecho, son más los que la usan que los que no. Y me pone mal tener que compartir algo que siempre caracterizó la rebelión, la alteridad, lo contrahegemónico, con tipos que no dudo votaron a Macri o que reivindican privilegios o que sé que son homofóbicos, misóginos, racistas, xenófobos y otras cosas que sus muros de Facebook me muestran… o mostraron hasta que los bloqueé. Sí, estoy hablando de las personas en las que ustedes también están pensando: los compañeros de la secundaria.
Me da bronca tener que compartir algo que para mí es parte de mi identidad nuclear, de esa “esencia” que nunca cambia, salvo que algo exija que me afeite al ras, con alguien para quien solo es una moda. Y esto solo me pasa con la barba y con Divididos, que son lo que más me identifica, además de Ginóbili. Me exacerba tener algo en común con personas que si mañana se pone de moda implantarse pelos en los dientes, lo hacen. Me saca de quicio. Me enferma ver pasar delante mío a tipos que jamás, en 40 años, cambiaron su corte de pelo o tuvieron un solo pelo en la cara, con barba tupida y prolija. De esa que yo, con 20 años en el rubro, jamás pude tener. Es injusto. Y digo más: un tipo que nunca jamás cambió su corte de pelo en la vida no es un tipo confiable. Es demasiado normal. Sospechosamente normal. Tanto como los que usan la camisa manga cortas adentro del pantalón por voluntad propia. Bueno, ¡esa gente hoy también usa barba!
Pero hubo un momento en el que dije: “Listo. Zombies vengan a mí”. Prendí el televisor y vi que Marcelo Palacios tenía barba. Sí, el tipo que va a hablar de la farándula del fútbol a TyC Sports, representante predilecto del establishment del periodismo deportivo del monopolio comunicacional, resulta que ahora también usa barba. ¿Saben qué sentí? Ganas de afeitarme. En serio. Mi primera reacción fue esa: agarrar la afeitadora y chau. Y es injusto. Muy injusto. ¿Por qué yo que uso barba hace casi la mitad de mi vida voy a tener que renunciar a ella para no sentirme parte de esos tipos hoy? Pero no lo pude evitar. Lo sentí y me da mucha bronca. Y es una injusticia que el que lo padezca sea yo y no él, Palacios, para quien la barba vale lo mismo que un bigote. Y ya sabemos lo que vale un bigote.
Tampoco me consuela saber que no es la misma barba. No es la barba despareja o tupida de antaño. Es una barba prolija, peinada, perfumada, encremada, ordenada. Es una barba facha en otras palabras. Pero no importa. Que sea barba de barbería no lo hace menos indignante. Barba Barranquitas o barba Soho no es la discusión. Acá la cuestión es otra: denigran un símbolo de alteridad, lo absorbió el sistema. Hoy su barba está en todas las remeras. Y esto no puede menos que entristecerme.