Bajo la consigna “Mirá cómo nos ponemos”, las mujeres denuncian los abusos machistas.
Si a alguien le quedaban dudas de que el feminismo es una certera patada a las estructuras mismas de la sociedad en que vivimos, este 2018 terminó de confirmarlo.
Luego de haber sacado definitivamente al aborto del lugar de tabú al que había sido confinado, las mujeres argentinas volvieron a sacudir, y sacudirse, el patriarcado de encima.
El martes 11 de diciembre, el colectivo de Actrices Argentinas, nacido al calor de la lucha por el aborto legal, realizó una conferencia de prensa, con las cámaras en vivo de casi todos los canales de noticia del país. Allí la actriz Thelma Fardín denunció públicamente, con el apoyo de medio centenar de sus pares, que Juan Darthés la había violado durante una gira en Nicaragua, cuando ella tenía 16 años.
Fue una explosión. Un grito desgarrador. Un llanto contenido. No sólo de Thelma, que tuvo que contar con detalles la escena para que ahí sí no quedarán dudas, porque las situaciones de acoso que ya venían denunciando contra Darthés otras tres actrices habían sido ninguneadas una y otra vez por buena parte de la sociedad.
Lo que le siguió a esa conferencia fue un desahogo colectivo: miles de mujeres contando por primera vez en meses, un año o 40 años, que habían sido abusadas y violadas. Más concretamente, desde el día de la denuncia de Fardín, se triplicaron las llamadas al 144, la línea nacional que brinda asesoramiento y contención a víctimas de violencia de género. “Si se comparan las llamadas recibidas por día de la semana, se observa que el mayor aumento se registró el miércoles 12 (123%), fecha posterior a la conferencia de prensa del colectivo de Actrices Argentinas”, indicaron desde el Instituto Nacional de las Mujeres. Lo mismo sucedió con los llamados al 0800-222-1717, la línea telefónica que recibe consultas y denuncias de abuso sexual infantil, que pasó de recibir 16 llamadas diarias a 214, es decir, un 1240 % más.
En las redes sociales el fenómeno se materializó en cuentas y perfiles que recibieron y visibilizaron situaciones de acoso, abuso y violación. “Mirá cómo nos ponemos” y “Escrache al macho” fueron las consignas bajo las cuales mujeres de todas las edades, pero especialmente adolescentes y jóvenes, expusieron a sus victimarios con nombre y apellido.
El abuso sexual, como una forma más de violencia hacia mujeres, niñas, niños y cualquier tipo de cuerpo e identidad por fuera de la hegemonía del varón cisgénero heterosexual, está presente en todas las clases sociales, en gran medida es intrafamiliar y se produce en un contexto de intimidad tal que dificulta a la víctima encontrar los espacios de contención que habiliten la palabra en el momento del hecho. No es casual que se “demore tanto en denunciar”, así funciona el sistema y el entorno para encubrir al violador.
Hoy una parte importante de las mujeres argentinas siente que el escrache es la forma indicada a través de la cual exponer las violencias que han sufrido por parte de compañeros de trabajo, jefes, familiares y ex parejas. Algunas de esas violencias podrán configurarse como delitos, otras no, lo cual no implica que no sean violencias.
Mientras los feminismos siguen pensando cuál es la forma más segura de gestionar estas denuncias, no debe perderse de foco que los reclamos son al Estado, en sus tres poderes y en todas sus dependencias: desde la Educación Sexual Integral para criar generaciones más amorosas, pasando por presupuestos acordes para las víctimas de violencia hasta un sistema judicial con perspectiva de género. Por ahí van las respuestas.