Desde 1955, en Kassel (Alemania), se hace una de las muestras de arte contemporáneo más importantes del mundo. Se llama documenta (con minúscula), es cada cinco años y dura 100 días. Para la última edición, en 2017, una de las obras más representativas estuvo a cargo de Marta Minujín y se trató de una mega estructura en forma de Partenón construída por libros censurados por distintas partes del planeta, en diversas épocas.
¿Que por qué se destacó? No, no es porque Marta sea argentina, sino porque en la misma plaza Friedrichplatz donde está montada la obra, se hizo una histórica quema de libros en 1933. Textos judíos, marxistas y pacifistas entre muchos otros ardieron esa vez por iniciativa de unos universitarios nazis.
La obra de Minujín tenía 19 metros de alto, 30 de ancho, 70 de largo y un antecedente en 1983: esa vez, fue un festejo por la vuelta de la democracia argentina. La diferencia está en que esa vez fueron 20 mil libros, mientras que la versión alemana se completó con 100 mil.
La intervención tiene al menos dos argumentos que levantan su importancia. El primero tiene que ver con el concepto más abstracto, el de ofrecer un ejemplo contrapuesto a la discriminación, al intento de acallar voces. El segundo, acaso más práctico, es lo que pasó una vez terminada la muestra, cuando los libros se repartieron entre refugios de migrantes y bibliotecas públicas de Europa.
Desde Buenos Aires se despacharon seis mil libros para integrar el Partenón que fueron donados por editoriales y particulares. Algunos de los más repetidos fueron El Principito (Saint-Exupéry) y El Príncipe (Maquiavelo). Además había libros como Cincuenta sombras de Gray de E.L. James y algunos de autores argentinos (Osvaldo Soriano, Manuel Puig y Rodolfo Walsh), entre otros latinoamericanos, como Vargas Llosa, Pablo Neruda, Mario Benedetti y Jorge Amado.