Unión y Colón superaron hace tiempo el siglo de vida, pero la estrella se sigue haciendo esperar. ¿Cuál es la clave? ¿La pertenencia, las inferiores? Repaso de una historia repetida.
¿Por qué Colón y Unión no salieron campeones en Primera División? Responder esa pregunta debería ser el eje motivador para encarar el desafío de cada jugador y cuerpo técnico que llega a los clubes de la ciudad de Santa Fe. Yo no tengo ni idea si los jugadores y técnicos se hacen o no esa pregunta, sí sé que a ese grupo de futbolistas y cuerpo técnico que le toque ser campeón quedará en lo más alto de la historia de sabaleros o tatengues.
Justamente es la historia la encargada de darle más peso a esa pregunta en cada campeonato que pasa. Desde 1905, Colón, y desde 1907, Unión, pusieron en marcha una pasión por el fútbol que enamoró a toda Santa Fe. Pero tanta pasión y tanto amor por esos colores no alcanzaron para lograr lo que la hinchada sueña: una estrella en la camiseta.
La pregunta que mantiene el eje de este artículo la provocó con sus palabras un foráneo director técnico, Julio Avelino Comesaña. Este uruguayo de paso lento y cabeza blanca arribó desde Colombia con la ilusión de un gran desafío laboral. A los 70 años dejó su segunda casa, Junior de Barranquilla, aceptó la oferta que le hizo el presidente de Colón, José Vignatti, y se hizo cargo de un equipo que terminó mal el 2018.
El desconocimiento del fútbol argentino (parte de ese desafío personal), del sentir sabalero y del valor de las palabras en un juego que limita con lo sagrado, hicieron que la estadía de Comesaña en Santa Fe fuera tan corta como inolvidable. Futbolísticamente es difícil de evaluar, apenas fueron 5 partidos con un equipo en construcción (no daba buenas señales), aquí el punto neurálgico del uruguayo es todo lo que dijo, pasa por sus palabras sin filtros, por frases dolorosas que penetraron el corazón sabalero.
“Colón tiene 100 años de historia y siempre le fue mal”, tiró el DT. Y la lengua filosa fue por más: “Cuando hablamos de Colón parece que viene de ser campeón de la Libertadores o la Sudamericana”. Y por si alguien dudaba de lo que pensaba con respecto al club que dirigió, dijo: “La realidad es que no vine al campeón del mundo ni al campeón de América; por eso todos tenemos que ubicarnos”.
Más de uno pensará que a Comesaña lo trajeron para borrar esas frases, para que trabaje con el fin de ser el entrenador que logre ganar un título, si es que un título es capaz de cambiar la valoración de la historia de un club. Ese pensamiento, que es válido, apunta directamente al objetivo máximo que se debiera haber planteado el entrenador.
Aquí lo trascendente es la reflexión sobre esas tres frases que rescatamos, no sobre su trabajo u otras declaraciones que sonaron a débiles excusas y falta de respeto a la institución rojinegra. Las formas, el resto de las palabras utilizadas por el uruguayo y una entrevista radial a un medio colombiano (el periodista trató de “muerto” a Colón) fue la molotov que hizo volar su puesto de entrenador.
Lo cierto es que nadie puede discutir que Julio Comesaña no faltó a la verdad cuando, palabras más, palabras menos, habló de que estaba en un club que nunca había ganado. Y es en este punto donde los santafesinos nos preguntamos qué pasa con esa vuelta olímpica que no llega, por qué nos duele tanto esa verdad, en qué fallamos.
De paso
¿Cuánto influye la sociedad santafesina con esta historia de sequías que comparten Colón y Unión? Miles de vecinos y vecinas de la ciudad hablan de la capital provincial como un lugar chato, de poco crecimiento y cada vez que alguien reflexiona sobre el tema, se escucha una frase descalificadora: “Santa Fe es una ciudad de empleados públicos”.
Más allá de la carga discriminatoria hacia los y las trabajadoras del Estado, esas palabras suelen reproducirse de generación en generación, y la repetición las transforma en sensación de verdad irrefutable, y es así como la sociedad se convence de estar destinada a una chatura eterna.
Los jugadores que están de paso sienten, respiran y por lo bajo dicen que padecen ese aroma de ciudad siestera, en la que todo se detiene a determinada hora, que los límites son muy bajos y que alcanza con hacer algunos goles, jugar bien cinco o seis partidos y no meterse en grandes escándalos. La estadía puede ser muy placentera (pesca, boliches, fiestas, fotos y autógrafos) si todo eso marcha sobre rieles, pero siempre en la cabeza del jugador estará dar un salto de calidad, por eso Colón y Unión son clubes de paso, con todo lo traumático que eso significa.
Así somos, ¿así nos gusta?
Las dirigencias, que son paridas en esta sociedad, ¿por qué nunca se la jugaron por un proyecto absolutamente santafesino? ¿Por qué los futbolistas de inferiores que llegaron a Primera División siempre fueron complementos de una base de jugadores foráneos? Colón y Unión habitan una de las regiones más productivas de futbolistas. Estamos en una población que posee un biotipo ideal para la práctica del deporte, una cultura futbolera de tradición y con alta competencia local y una estadística que arroja un dato tajante: el 80% de los jugadores argentinos surgen de la zona centro del país, principalmente de la provincia de Santa Fe.
La sociedad santafesina, que mira con desprecio a la rosarina, y hasta con cierta envidia no declarada, debería preguntarse por qué Rosario Central y Newell´s tienen más de 10 títulos entre ambos. Poco más de 150 kilómetros separa a Santa Fe de Rosario, una distancia que no hace otra cosa más que punzar en una pregunta que duele: ¿por qué allá sí y acá no?
Que nos queremos tanto
Cuando otro técnico extranjero llegó a Colón, Francisco “Pacho” Maturana, habló de la falta de sentido de pertenencia, y por esos años muchos lo tomaron a mal. El año pasado, en una charla con el colega Enrique Cruz, el colombiano recordó su paso por la ciudad y dijo: “Uno tiene que amar lo que hace y un club de fútbol es parte de nuestra familia, y si no querés a tu familia no vas a dar todo por ella. Yo ví eso en Santa Fe. Ví que debían hacerse las cosas con más amor de parte de todos”.
Ese sentido de pertenencia sigue siendo un motivo para que el fútbol santafesino haga terapia durante largo tiempo. Cuántos jugadores surgidos de inferiores pueden volver a Unión o a Colón para dejarle sus mejores experiencias adentro de una cancha, ya sea como jugador o como DT. Santa Fe carece de un Maximiliano Rodríguez o un Marco Ruben, dos que volvieron a ponerse las camisetas queridas para ser ovacionados en el club que los vio nacer, tampoco hay un Martino o un Bauza para dirigir al club que los parió.
En este aspecto Unión le saca una diferencia a Colón. Suele ser la institución rojiblanca la que más dedicación tiene hacia las inferiores, pero todavía no logró de dar ese gran salto de calidad para tener un equipo de titulares plagado de futbolistas de Santa Fe.
La estrella lejana
Mientras los años pasen y lo más importante siga siendo ganarle al clásico rival, no descender o tratar de ingresar a una Copa de carácter internacional (Unión en días la jugará por primera vez en su historia), el nivel de logros del fútbol santafesino padecerá una sequía extrema. Pero si los deseos de grandeza son importantes, si el convencimiento de un proyecto a largo plazo es firme como el cemento de las tribunas y si la autoestima es lo suficientemente sólida, los dos clubes de la ciudad podrán esperar con confianza esa estrella que brilla por su ausencia.