Agite en Córdoba con el Festival GRL PWR: música y arte de mujeres que convocaron a miles.
Córdoba está acostumbrada a recibir recitales con mucha gente, sean los festivales folclóricos o los grandes recitales de rock “de estadio”, esos que parecen peregrinaciones hacia un ritual, adonde une sabe que va a vibrar en una energía masiva, con la temperatura propia de la época en la que pasa. Claro que no da lo mismo el Hipódromo de Palermo que el Hipódromo de Tandil, el contexto será la que regule el clima, a lo que vamos es que lo multitudinario tiende siempre a ser la expresión de un tiempo. El Festival GRL PWR germinó de una semilla fuerte y sus brotes saben recuperar lo mejor de este suelo.
Como sea, está bueno poder encontrar un momento de abstracción durante estas movidas tan grandes como para alejarse de la masa y ver el cuadro completo, aunque sea por un minuto: puede ser para medir cómo hacen para ocupar el escenario, sea con número de integrantes o con actitud, como Señorita Bimbo, a la que le alcanza con un asiento (aunque también le gustó que le pusieran una mesita tarotista con un mantel), o a las Panorámica (Verónica Cid y Pilar Fernández) que no les hizo más falta que bajo y batería para detonar un rocanrol fresco que podríamos asociar a una excelente banda de varones, aunque ya está siendo tiempo de abandonar ese recurso perezoso. Mejor describirlas por sí mismas, que ellas ofrecen con qué.
En ese momento de contemplación, retomando, también llama la atención el mood en el que se sintoniza el público. Entre charlas, stand up, exhibiciones de roller derby y la femiferia, se cocinó un humor que fue desde una alegre comodidad en modo pasatista, para el baile sabroso y hasta la euforia descontrolada. De un momento a otro, apareció una maniobra que se presumía en extinción y que solamente le cabía al rock prototípico: el pogo. Pero en el GRL PWR, de típico, había poco.
En la constitución de la asistencia, la proporción entre mujeres y el resto era como en un recital de heavy, pero al revés. Igual, estas referencias a subgéneros son, como decíamos, la limitación propia que nos ponemos, porque para el caso, en la olla estaban los raps de Sara Hebe (una bestia desaforada que bate una atrás de la otra mientras salta y se tira al suelo hasta que te deja sin aire), el reggaeton juguetón de Ms Nina, el punk de las históricas She Devils y a las cumbias que la mitad de esa misma banda (Patricia Pietrafesa y Pilar Arrese) toca pero en las Kumbia Queers, que cerraron la noche a puro cachengue.
Además de todo esto, estaba la gente que laburaba. Ninguna de las fotógrafas no bajó la cámara en algún momento a cantar en puntas de pie con Ana Tijoux, por atrás de los cuarenta cajones de Quilmes apilados una chica se asomaba a comprobar que era La Femme D’Argent la que nos estaba haciendo pegar un viaje de aquellos, una de las pibas del puesto de glitter y peinados se salió un segundo del trabajo para sacarse una foto con Ofelia Fernández.
En tetas, con la piel intervenida por el glitter, a los besos o abrazadas, saboreando unas flores con un fernet en la mano, en el Festival GRL PWR las pibas estaban como querían sin el miedo a que alguien se sarpe. Esa seguridad no salió bien porque sí, la organización ajustó el margen de error todo lo que pudo y no pasó nada de lo que suele pasar: la birra no salía caliente, el agua se podía conseguir muy fácil y por todo el lugar había folletería remarcando el “No es no” y replicando el “Test gratuito para chongues”, que servía para revisar actitudes de acoso físico y virtual.
Punto aparte para el código “Café con leche”, que era lo único que hacía falta decir para hacerle saber a alguien más que se estaba sufriendo alguna situación violenta. De parte de la gente, también hubo cantidad de gestos políticos, fueron cantos pidiendo por el aborto legal, por un feminismo que avance por sobre toda América Latina y algún que otro reclamo puntual, como el de la bandera pidiendo “Ni Una Menos en las cárceles” que llegó al escenario violeta o el del Ni Una Menos “histórico” que estuvo en el escenario verde, mientras Miss Bolivia cantaba “Paren de matarnos”.
Barbi Recanati no tuvo minutos “en cancha” como música, aunque sí estuvo pinchando unos discos y hablando, junto a Gabriela Borrelli, respecto de Goza Records, el sello independiente que está sosteniendo en conjunto con Futürock y que se dedica a grabar un disco por mes a bandas al menos con una mujer como líder. Entre todo esto, la cantante y guitarrista se hizo un rato para charlar con Pausa y explicó que “la razón por la que están saliendo todos estos proyectos y estos espacios como estos están surgiendo es porque es la única forma de integrarnos al sistema… o no, mejor, de romperlo, sí, de romper el sistema con nuestros propios contenidos y plataformas, con nuestras propias reglas”.
Una de las que mejor aprovecha esta situación es Marilina Bertoldi, que sabe hacer mover al público con un quiebre de cintura mínimo (“yo no hago, eh… ritmos, pero podemos bailar”), seducir con un riff de guitarra o directamente enloquecer a todo el mundo mostrando una teta. Su rock sónico es exquisito, cualidad que (contrario a lo que se presumiría a priori) se potencia en el vivo. El show terminó con ella zambulliéndose en la gente y haciendo la plancha sobre un río de manos. Marilina es de las grosas.
Aunque la primera edición del Festival fue en agosto del 2018, este año la cosa se hizo más temprano y casi que fue imposible no sentirla un poco como una contestación a esa estupidez de que "no hay suficientes mujeres con talento a la altura del Cosquín Rock". Las palabras de un idiota no merecen más cabida que esta, quedó demostrado hace apenas unos días en el Espacio Quality de Córdoba.