Ediciones Arroyo prepara nuevo festival y publicará solo mujeres durante 2019.
Alejandra Bosch, la Pipi, escribe poesía y dirige una editorial en un pueblo al que eligió como destino después de haber vivido en Brasil. En su escritura se pueden adivinar algunos temas que coinciden con las nociones que tiene respecto de la vida en general: la naturaleza, el lenguaje, el amor por mamá; en su quehacer de todos los días, el más duro, el más formal quizás, está el trabajo de conseguir poemas y transformarlos en libros. Su tarea tiende a que el acceso al arte debe estar asegurado para cualquiera: “El lenguaje poético es algo natural a todos los humanos, posible para todas las personas”.
Desde 2016, año en el que empezó esta militancia a la que también se podría llamar Ediciones Arroyo, organiza festivales en el mismísimo Arroyo Leyes, ese mismo que parece estarse consolidando como un imán de movidas autogestivas e independientes: “El festival prendió, creo yo, por el imaginario que despierta la editorial en los artistas de Buenos Aires y en Córdoba, que ven cómo todo esto es muy artesanal, que se sostiene a fuerza de vender pan casero y también por el hecho de que también participamos de festivales en otros lugares del país y también internacionales”, empieza Pipi durante la charla con Pausa.
Además de ella, su pareja, el ilustrador Cristián Lehmann y el hijo de ambos, Guillermo (que también tiene la habilidad de la ilustración), conforman el equipo duro de trabajo de Ediciones Arroyo, que en un tiempo cortísimo se afianzó como una referencia. “Somos las independientes las que hoy sostenemos la publicación de poesía, porque para las grandes editoriales industrias no es negocio, no las venden… así es como, por ejemplo, escritores recontra bien posicionados acuden a nosotros para que les hagamos los libros, como por ejemplo Elena Annibali (Tabaco mariposa, La casa de la niebla).”
Repasando su catálogo, Pipi nombra a Venturini y Callero como apellidos no solamente que estuvieron cerca de su nacimiento y su actividad, sino además como referencias poéticas que le enorgullece haber podido incluir. De hecho, admite que son más los del jet set literario los que se animan a mandar textos, cosa que, al prestar su servicio gratuitamente, pensaban iba a ser más aprovechado por autores ignotos.
—Es cierto, ya es costumbre que vengan poetas grosos a los festivales, ¿qué tanto hubo que charlarlos para convencerlos de que empiecen a venir?
—Los de afuera ya conocen, de alguna forma, nuestros ríos y el resto de nuestros paisajes, a través de Juan L. Ortiz y de Saer, hay una mística que ya arrastramos y que ayuda mucho a convencer a la gente de que se venga. Si hasta Daniel Gigena de La Nación publicó sobre nuestro festival, que por ahí uno piensa que se interesaría por eventos más grandes.
—Y una vez que llegan, se encuentran con un clima de fraternidad que gusta.
—Toda mi vida hice un culto de la amistad, la hermandad, tengo todo un mambo con eso… ¡siempre fui más hippie que otra cosa la verdad!– dice entre carcajadas la escritora, mientras se escuchan de fondo el ruido de unos perros cuyos ladridos se secaban contra unas chapas o un tapial de ladrillo.
Saliendo de casa
Además del festival, que va a ser a mitad de junio, Cristian y Guillermo están emprendiendo una escuela de dibujo, en la propia sede de la Reserva Poética “Juan L. Ortiz”. Las clases empezaron el lunes 15 de abril y no se va a comprender al dibujo como una cosa general, sino en sus distintos pliegues, como pueden ser la pintura, el paisajismo, las historietas.
Una vez dicho todo lo anterior, surge en la charla que la motivación que los consume ahora es más trascendente que la concreción del festival o una nueva tirada de poemas: “Queremos transformar a Arroyo Leyes en una reserva poética. Una de las primeras cosas sería demarcar el territorio de la comuna con señalética en las calles que lleven los nombres de poetas de todo el país. Carlos del Frade lo tomó y lo va a proponer en diputados, para declararlo de interés provincial. Igual, esto es un proyecto a largo plazo”. Pero esto no quiere decir que no se esté empezando a mover la cosa: sin ir más lejos, una de las actividades que se va a agregar al próximo festival, va a ser la pintada de carteles por parte de cada poeta: “Vamos a empezar con los que vienen, que serán entre 40 y 50, así iremos poblando de a poco el pueblo, nos encargaremos de colocarlo especialmente en la puerta de algunos vecinos, para que estos también se vayan vinculando de a poco con qué significa esto de la reserva poética.”
“Pero lo que nosotros hacemos, amén del festival y de lo que hacemos con los libros, es un trabajo solo para adentro, si lo pensás bien”, va pensando Pipi al describir esta empresa casera y que literalmente se estira hasta los tres integrantes de la familia. Y concluye: “Entonces, lo que nos gustaría con esto de la reserva y la escuela abierta de dibujo es un poco esto de dejar algo en el lugar en el que estamos”.