La investigadora María Laura Schaufler analiza las construcciones discursivas del erotismo contemporáneo a partir de rastros de la cultura erótica en los medios argentinos de los 60.
La llegada de los feminismos a la masividad está llevando a repensarlo todo. Desde las políticas, el trabajo, la economía, hasta las relaciones interpersonales, los cuerpos y, claro, la sexualidad.
La revolución en las calles y en las camas, dicen las consignas feministas que se graffitean en las plazas y en los muros de las redes sociales. María Laura Schaufler no se anima a hablar en términos de revolución, aunque resalta positivamente esa épica de lucha.
Schaufler es doctora en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Rosario, becaria posdoctoral del Conicet y docente e investigadora en la carrera de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos. Su tesis doctoral, que comenzó allá por 2010 –“cuando había algo llamado Conicet que financiaba investigaciones”, bromea con pesar– fue una investigación sobre los discursos que las revistas para mujeres de los años 60 tenían sobre el erotismo y la feminidad.
Fue la década de la llamada “liberación sexual”, caracterizada por un fuerte proceso de reconfiguración simbólica de la cultura erótica. El movimiento hippie, la minifalda, la pastilla anticonceptiva, son algunas de las imágenes que se nos aparecen cuando pensamos en esos años.
—¿Cómo llegás a este objeto de estudio?
—Viví hasta los 15 años en el campo, en una casa vieja donde habían vivido mi abuela, mi bisabuela. Había ahí un sótano lleno de revistas que me pasaba horas mirando, creo que por eso siempre me llamaron la atención los 60, esa imagen medio mítica, esa idea de que algo pasó ahí, que algo cambió.
Schaufler comenzó así a investigar si efectivamente había existido algo del índole de la liberación sexual, en relación al género, a las mujeres, y si eso había permeado en las revistas femeninas. “Los medios masivos en esa época eran las revistas, que tenían tiradas impresionantes. Yo tomé, entre otras, Claudia, que era la típica publicación de vanguardia, destinada a cierta mujer aristocrática; y Maribel, que era mucho más barata, de otra calidad, destinada a sectores más empobrecidos; y me encontré con que esta segunda era mucho más rupturista en las cosas que decía, Claudia era más pacata. Fue un hallazgo para mí encontrar hasta discursos claramente feministas en esas revistas para sectores populares”.
—¿Y de qué se hablaba?
—El debate sobre la anticoncepción está muy fuerte en esa época, con unas resonancias muy interesantes con el actual debate por el aborto, con algunos argumentos muy similares. También comienzan algunos planteos sobre el divorcio; se empieza a hablar de sexualidad, que hasta ese momento era algo que no existía.
—¿Pudiste identificar esta liberación que marcó a la época?
—Se reformularon ciertos contratos pero, por ejemplo, lo que acá nunca se cuestionó es que la mujer es doméstica y que tu vida tiene que estar atada a la conyugalidad y a tener hijos, por más que demores un poco más. En la época se promueve el derecho a la soltería, ese margen acotado, pero margen, entre salir de la casa paterna y casarse. Se reformularon muchas cosas, pero esa imágen de la revolución sexual que tenemos de los 60 es muy mítica, sucedió en ciertos sectores. Lo pensamos siempre en Estados Unidos, pero también ahí fue dispar, es un país súper conservador. Sí se puede ver algo de eso en Escandinavia, por ejemplo, donde hubo un movimiento hippie muy fuerte, donde ya había ideas de polifamilia, de poliamor. Pero acá todo eso llegaba como algo medio excéntrico, como pasa hoy también. Ciertos sectores más progresistas, ligados a lo artístico, a la vanguardia, empiezan a tener prácticas diferentes, que van permeando, pero de otras maneras.
Nuevos contratos
¿Cómo se configura el deseo? ¿Qué tiene que ver con nuestra cultura toda esta literatura? Fueron algunas de las preguntas que guiaron la investigación y que también ayudan hoy, en un contexto de transformaciones y ruptura frente a viejos modelos de pareja, sexualidad y de figuraciones de los cuerpos.
—¿Cuáles son los principales discursos que se pueden identificar hoy sobre el erotismo y el placer?
—Hoy hay que pensar cómo el placer y el sexo se volvieron un mandato. Cómo la erotizacion de la vida, sobre todo para las mujeres, se volvió un mandato. El sexo se nos volvió el centro de la vida: tu líbido tiene que estar destinada al sexo. Me parece que en cuanto a la erótica hay cosas que no tenemos muy pensadas y que también construimos nuevas opresiones, incluso desde el feminismo. Siempre se terminan normalizando cosas.
—¿Y sobre el amor?
—En los 60 el erotismo se ligaba mucho al amor, el sexo empezaba a estar legitimado sobre todo para las mujeres, sin que medie casamiento, si había amor. Lo que pasó hoy es que el amor se volvió un poco un tabú, hablando de la “cursilería del amor”. Si hacemos un tabú de eso, también una perspectiva de lo erótico es que lo erótico existe donde existe la transgresión, entonces ahí va a haber erotismo. Después nos preguntamos por qué la gente sigue mirando novelas, sigue fascinada con ciertas ideas de amor, y tiene que ver un poco con eso: cuando de alguna manera se censura esa idea de amor, eso se vuelve objeto de deseo. Creo que no es cuestión de prohibirla, está bueno que la pensemos y la repensemos. Así como tenemos tantos discursos sobre la sexualidad, no tenemos tantos sobre el amor. Podemos decir cómo cuidarnos en la sexualidad, pero es más difícil el cómo cuidarnos en el amor.
Schaufler le escapa al concepto de “revolución” para hablar de estos tiempos, justamente porque considera imposible escapar de las regulaciones que las nuevas prácticas instauran. “Hay que pensar qué nuevos mandatos construye esta idea de la liberación que tenemos hoy. Más que en las contradicciones me gusta pensar en las paradojas dentro de las cosas, y las tenemos incluso dentro de nuestra propia vida; no las vamos a resolver, hay que convivir con eso. Hay estructuras, deseos, eróticas, que nos exceden, que no dependen tanto de nuestra voluntad. Siempre va a haber regulación, pero hay regulaciones que son menos opresoras que otras, eso es lo interesante”.
A los años 60 y su liberación sexual, le siguieron los 70, que en la región significaron dictaduras, muerte, horror. Un retroceso en materia de derechos humanos y también en ciertas ideas más progresistas en torno a temas como la sexualidad y el rol de la mujer en la sociedad. Hoy, ante el avance de los reclamos, la visibilización y masificación del movimiento de mujeres y del colectivo LGBTI, la contracara conservadora también resurge con fuerza, buscando reinstaurar un viejo orden basado en la consigna dios, patria y familia.
—¿Son los riesgos a los que nos enfrentamos?
—Nosotras no somos dueñas de nuestras consignas y no podemos predecir lo que va a pasar con nuestras liberaciones, a veces incluso puede pasar lo contrario a lo que esperamos: desde el resurgimiento conservador hasta, desde un lado más progresista, quizás, que eso sirva para vendernos cosas. La revista Cosmopolitan existe gracias a que en los 60 existieron esos grandes cambios de liberación sexual, por ejemplo. Hoy hay muchos cambios, que sí son grandes, pero en ese sentido yo soy más foucaultiana al pensar que se arman nuevas regulaciones, hay cambios en los dispositivos de la sexualidad y nuevas regulaciones, que siempre van a estar atadas al mercado, que las copta y usa para vender. El patriarcado no se cayó, estamos lejos... y no hay momento sin regulación, algo se gesta, pero si me parecen interesantes los cambios dentro de la lógica patriarcal, que son muchos y muy importantes, y que hay que militarlos.