Con el país al garete, el presidente quiere ahora que la mayoría de la dirigencia (no toda, aunque está CFK incluida) tome como propio un decálogo con varios puntos que son el corazón mismo del modelo que produjo la actual crisis. Desde una perspectiva internacional, la jugada, casi extorsiva, es a todo o nada.
Mauricio Macri se creyó que su camino es el único camino. Su ministro del Interior, Rogelio Frigerio, anda diciendo que hay cosas con las que "no se joroba". Mientras la crisis se profundiza y el gobierno muestra una debilidad cada vez mayor, el presidente llama a un gran acuerdo nacional, cuya amplitud en verdad no cubre a todo el espectro relevante de la dirigencia argentina. Los puntos del acuerdo prácticamente coinciden con el programa de Cambiemos, por lo que el llamado al diálogo es apenas una ilusión.
El gobierno levantó todas y cada una de las medidas que permitían proteger al país de los vaivenes externos. En una economía dependiente de los dólares, las decisiones de Macri generaron una fragilidad externa que no se veía desde los tiempo de De la Rúa. Sólo el penoso retorno al FMI, en 2018, evitó que el país caiga de nuevo en default, al precio de la entrega casi total de la soberanía. La causa de los males actuales debe buscarse en la liberalización total del mercado de cambios en 2015 y en el paulatino pero firme levantamiento de toda restricción a la entrada y salida de capitales especulativos, en 2016 y 2017. Se suma la quita de toda obligación al sector agrario en lo que refiere a la liquidación de divisas. Como ya sucedió siempre (siempre) que el país tomó esta orientación hacia la orgía financiera, el resultado final fue de recesión, pobreza y dependencia.
Ahora Macri quiere eternizar su modelo en lo que puede leer como una extorsión a la dirigencia política toda: o hay acuerdo o vuela todo por los aires. Lo peor es que, hasta cierto punto, no deja de ser cierto. La jugada es muy arriesgada porque la lectura internacional es inmediata: ¿qué poder real tiene el presidente de Argentina si no puede alinear a las principales fuerzas del país? En la respuesta a esa pregunta se juega la cotización del dólar y, con ello, el peso de la deuda externa para el gobierno que venga, sea quien sea.
Incluidos y excluidos
Macri envió su propuesta por carta. Los invitados a participar son la senadora nacional Cristina Fernández de Kirchner, el senador nacional Miguel Angel Pichetto, el diputado nacional Daniel Scioli, el ex diputado Sergio Massa; el ex ministro de Economía, Roberto Lavagna, y los referentes de la CGT, Héctor Daer y Carlos Acuña. También fue remitida a autoridades del Foro Convergencia, el Grupo de los 6, la Mesa de Enlace, la Asociación Empresaria Argentina, la Confederacion Argentina de la Mediana Empresa y el Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina. Además, la carta fue enviada a autoridades de las iglesias Católica y Evangélica, del Centro Islámico y de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA).
Como se puede ver, no hay un sólo dirigente de la izquierda. Tampoco hay un representante de las organizaciones sociales y territoriales, ni de la economía popular. No hay representantes del campesinado ni de los pueblos originarios. No hay ambientalistas. No existen ni las cooperativas ni las mutuales. Tampoco están las CTA, ni la Corriente Federal de Trabajadores. No están les estudiantes, les profesores y les investigadores ni el movimiento de derechos humanos y civiles. No está Moyano. No está la calle.
La carta
Apuntando a las cuestiones económicas, la falacia principal de la misiva del presidente se expresa en una oración: "Los argentinos y el mundo quieren tener más claridad y certeza de que hemos podido dejar de discutir algunas cosas que ya no se discuten más en la mayor parte de los países". Es falso que haya cuestión económica alguna que esté fuera de discusión porque básicamente la economía es la expresión transitoria de un estado particular de la discusión política y no al revés. Una situación económica particular refleja quiénes tienen el poder y quiénes no y la lucha por el poder no es algo que cese. La historia es, exactamente, el relato de esa lucha. Y Macri no está en condiciones de trazar una nueva hegemonía, apenas está pidiendo la escupidera.
Luego vienen los diez puntos que propone Macri. La mayoría son parte del programa de Cambiemos, aunque está tan desdibujado ese programa que, a esta altura, apenas se puede decir que sea poco más que un conjunto de políticas para beneficiar a los timberos y los monopolios de los servicios públicos.
- Lograr y mantener el equilibrio fiscal, tanto en la Nación como en las provincias.
La convocatoria es razonable, pero se da de bruces con el mega endeudamiento externo que propiciaron tanto Macri como María Eugenia Vidal, en la provincia de Buenos Aires, y Horacio Rodríguez Larreta, en Capital Federal. El equilibrio fiscal comprende el pago de esas deudas que ellos incrementaron. Fuera de discusión está que la enorme mayoría de los países del mundo viven alegremente girando con déficit fiscal, sin padecer de ruinas como la que trajo Cambiemos.
- Sostener un Banco Central independiente en el manejo de los instrumentos de política monetaria y cambiaria, en función de su principal objetivo que es el combate a la inflación hasta llevarla a valores similares a los de países vecinos.
Si la inflación es producto de la emisión de moneda, Estados Unidos debería vivir volando de inflación. La explicación unidimensional del incremento de precios como resultado del incremento de emisión no sólo es antigua sino que la experiencia Sandleris la muestra como falsa. A todo esto: este gobierno cambió tres presidencias del Banco Central y sus titulares hicieron todo lo que quiso el Ejecutivo. ¿Todavía hay que seguir discutiendo sobre la imposible independencia de cualquier poder respecto de otro poder?
- Promover una integración inteligente con el mundo, trabajando para el crecimiento sostenido de nuestras exportaciones.
Suena lindo, excepto que por haber levantado toda barrera a las importaciones el gobierno contribuyó a dinamitar la industria nacional, en un contexto internacional de control del comercio. Es una política anticuada para un mundo que ya no existe. Las únicas exportaciones que fomentó Cambiemos fueron las de productos primarios, por eso el presidente vive repitiendo "arándanos" y "limones" cada vez que puede.
- Respeto a la ley, los contratos y los derechos adquiridos con el fin de consolidar la seguridad jurídica, elemento clave para promover la inversión.
El gobierno de Cambiemos tiene una demanda de la principal empresa del país, Techint, por el cambio de su política de subsidios en el principal yacimiento del país, Vaca Muerta. No hay remate. Bueno sí: el presidente cambio por decreto una ley que expresamente sentenciaba que no podían blanquear su plata negra los familiares de los gobernantes. Por eso el hermano del presidente pudo blanquear su dinero evadido.
- Creación de empleo formal a través de una legislación laboral moderna, que se adapte a las nuevas realidades del mundo del trabajo sin poner en riesgo los derechos de los trabajadores.
Si fuese la reducción de la jornada laboral a seis horas sería un punto interesante. Más bien se trata de la uberización del trabajo, la flexibilización laboral total del actual capital tecnológico.
- Reducir la carga impositiva nacional, provincial y municipal, empezando por los impuestos distorsivos.
"Impuestos distorsivos" no refiere a impuesto a las ganancias, sino a las retenciones que el propio gobierno tuvo que volver a imponer.
- Consolidación del sistema previsional sostenible y equitativo que dé seguridad a los jubilados actuales y futuros.
El gobierno redujo todas las prestaciones sociales a través de su reforma previsional, el segundo paso después de la creación de las infrajubilaciones a las que tiene el tupé de llamar "Prestación Universal al Adulto Mayor". El Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la Anses perdió su valor en dólares en términos astronómicos y está siendo usado para financiar al Ejecutivo para que pueda hacer meros gastos corrientes, no de infraestructura. El viejo manotazo en la caja, una obra de Cambiemos para la posteridad, que podrán disfrutar los trabajadores de hoy cuando se jubilen bien entrados en la séptima década de sus vidas.
- Consolidación de un sistema federal transparente que asegure transferencias a las provincias no sujetas a la discrecionalidad del Gobierno Nacional de turno.
Una maravillosa idea que podría comenzar con la municipalización de los servicios públicos de la Capital Federal, que todavía siguen subvencionando los vecinos de Santa Rosa de Lima.
- Asegurar un sistema de estadísticas profesional, confiable e independiente.
Indudable. Poco aporte hace el Banco Central con su reciente política de no publicar las ventas diarias de dólares. Lástima que nunca se reajustó el verdadero peso inflacionario de los aumentos en los servicios públicos.
- Cumplimiento de las obligaciones con nuestros acreedores.
Es el quid de la cuestión, pero para eso no hace falta un acuerdo. Es el gobierno de Mauricio Macri el que no puede pagar a los acreedores sino generando más deuda. El modelo contra el que combate Cambiemos es el que más deuda externa pagó en la historia argentina y, al mismo tiempo, es el que menos acreencias tomó. Quizá esta frase sea poco más que una expresión de deseos.
La historia y la culpa
Los primeros tres años fue la herencia recibida, el último año es el riesgo Cristina. La presidencia de Mauricio Macri también se puede narrar por sus excusas. Que no supo comunicar, que no hizo bien el diagnóstico. Que no sabía qué era lo que recibía. Parece que Macri nunca asumió. Ahora, le tira la pelota a los demás en una jugada destinada a un fracaso seguro. Probablemente sea eso lo que desea: encontrar más culpables en los otros. Todos los otros son culpables, menos él. Pobre Mauricio. Pasó de ser el empresario que iba por el bronce de la historia a terminar como un botarate perezoso, incapaz y, sobre todo, cobarde.