En este breve ensayo me propongo utilizar algunos conceptos no desarrollados para reflexionar acerca del desafío de vivir en un mundo.
El aporte de la nada a la formación de mi persona es clave para contribuir a la imposibilidad de generar algún sentido o pensamiento, es decir, de poder decir algo. Esta tarea siempre ha estado en el centro de los objetivos de las personas y, muy especialmente de las personas que escriben. Sin embargo, la nada es dinámica. Es decir que cambia a medida que varían las condiciones empíricas y los valores de una sociedad. Por ejemplo, cabe suponer, que no es lo mismo ahora, que antes ni que después.
Por lo tanto uno de los desafíos clave para pensar la formación humana en la actualidad es el de reflexionar acerca de cómo es la nada que vivimos actualmente. Más allá de las opiniones que cada quien pueda tener, lo que es evidente, como se ha dicho, es que las condiciones empíricas de la nada han cambiado de manera considerable, a pesar de que, desde luego, no nos sea posible establecer ni tan siquiera vislumbrar el cómo, cuándo, ni por qué de dicho proceso; lo cual, no obstante, no debe ser impedimento para asumir la imperiosa necesidad de intentar desentrañar los aspectos más relevantes de la presente problemática.
Consideramos, aun a riesgo de generar polémica, que el lenguaje formal y académico y sus prescripciones, impiden, en cierta medida, la expresión más genuina o espontánea de la nada, con todo lo que ello implica. Motivo por el cual, el pensamiento, la expresión, la reflexión y el análisis, terminan encorsetados en estructuras formales y convenciones, dentro de las cuales, sin lugar a dudas, la nada se resiente, al punto tal que, por momentos, amenaza con perder su indiferencia. Hecho que, por supuesto, nunca sucede. La nada es cosa seria.
Así que nada, el otro día pensaba que si por ejemplo, como yo siempre digo, si todo fuera distinto, sería más o menos lo mismo. Para qué tanto si al final, la vida sigue igual y todo eso. Hay que dejar que fluya y coso. Ponele.