Desde chico me gustan los programas de televisión de preguntas y respuestas. No porque sepa las respuestas o porque las acierte, sino por la dinámica del juego. También mis juegos de mesa preferidos son los del estilo Carrera de Mente y todas esas pavadas donde además de la enciclopedia acumulada se premia la suerte. Y no me parece mal. Al fin y al cabo son juegos.
Desde Seis para triunfar conducido por Héctor Larrea y secundado por la Señorita Lee, pasando por “El ping pong de preguntas y respuestas” de Feliz Domingo y las tardes en casa con Berugo Carámbula, primero con Atrévase a Soñar y luego con Todo al 9, que me envicio con todo show de supuesta intelectualidad, cuyo máximo exponente, creo, fue Gerardo Sofovich y sus diferentes programas donde nos recordaba diariamente que siempre se podía ser un poquito más misógino y que saber mucho no te hace necesariamente buen tipo o inteligente.
Pero en el 2001 debutó en la tevé argentina el mejor de todos estos programas: ¿Quién quiere ser millonario? (QQSM?), conducido por un simpático pero moderado Julián Weich. Weich me caía bien por haber conducido El agujerito sin fin (junto a Claudio Morgado, Esteban Prol y María Eugenia Molinari, luego staff de Cablín), y por su rechazo casi absoluto a la mediatización de su vida. Encima el programa daba buenos premios y garantizaba que un mínimo de dinero te llevabas porque las preguntas no eran muy jodidas. Además, eran múltiple choice. Era un programón. En 2008, gana el Oscar a mejor película Slumdog Millonaire”, de Danny Boyle, cuya trama sucede durante la versión india de “QQSM?”. Un indigente participa del show con el solo propósito de que su amada lo vea por televisión y así se dé el reencuentro más esperado por toda Latinoamérica unida. En el interín, el slumdog va contestando bien todas las preguntas. Los del programa creen que está haciendo trampa: ¿cómo un indigente que no fue a la escuela va a saber tanto? Con cada respuesta, se narra la historia de cómo es que sabía la respuesta. En ningún caso la aprendió en la escuela o alguna institución educativa legitimada, a todas las respuestas las había aprendido en la famosa “escuela de la calle”. A muchos/as la peli le pareció mala y la acusaron de romantizar la pobreza. En eso puedo estar de acuerdo. Pero desde una mirada pedagógica y epistemológica, se puede leer como una desmistificación de un supuesto saber institucionalizado, y pone en jaque el monopolio de saber que se arroga la ciencia y sus instituciones.
La remake de QQSM? conducida por Santiago del Moro es una versión berreta y exagerada de la trama de la película. Con cada participante hay una historia dramática que contar. Mucho más dramática que las experiencias vividas por el protagonista de la película. Y eso que en la peli, el slumdog se cae literalmente a un pozo de mierda. Con cada respuesta correcta que anuncia Del Moro, se prende la musiquita de película cursi de Al Pacino haciendo de ciego y el juego se transforma automáticamente en un talk show de Lía Salgado o Franco Bagnato. Y Del Moro lo goza y no lo disimula. Al contrario, lo exagera aún más. Babea ante cada lágrima vertida, ante cada drama desesperado, ante cada historia de miseria. Y así el programa se consume penuria tras penuria, a tal punto que debería llamarse ¿Quién quiere dar pena y ser humillado por unos cuantos pesos?
No va solo gente pobre que nos va a enseñar lecciones de vida y que lo más importante no es el dinero. No van solo las excepciones que nos hacen olvidar que en el 90% de las veces no se puede y no por deficiencia propia. No es todo meritocrático pero casi. También participó una investigadora del Conicet que fue a recaudar fondos para poder continuar trabajando ya que el gobierno de Cambiemos recortó salvajemente el presupuesto de ciencia y tecnología. Pero fue esa sola vez. El resto de las historias son “de vida”, no de interés público. ¿Será casualidad que este tipo de formato televisivo prolifere siempre en épocas de crisis económica?
El juego en el programa de Del Moro pasó a ser anecdótico, como el baile en Show Match. A mí me hubiese encantado participar de QQSM? Pero pienso que no tengo nada interesante que ofrecerle al sadismo de Del Moro. No tengo ninguna pena que confesar. A lo sumo, una hermana que vive lejos pero nada más. Ambos vivimos bien, estamos en contacto permanente y nos vemos relativamente seguido. No rankea. Y si aparece de sorpresa en el programa va a ser como un “¿Qué hacés, pendex? ¿Sabés esa respuesta?” y nada más. Tengo una vida relativamente cómoda y aburrida para el prime-time. Del Moro me cagó la ilusión de poder ser millonario. ¿No era que se iba a ir del país?
Después de todo lo anterior, se podría llegar a pensar que ya no miro el programa culpa de Del Moro. Pero no, encontré una solución: poner la tele en mute. Así vuelve a ser un programón.