Dolores Reyes habla sobre su primera novela, Cometierra.
Atraída por Santa Fe y sus letras, maestra de la escuela primaria N° 41 de Pablo Podestá, provincia de Buenos Aires, feminista, activista y madre, Dolores Reyes expulsa una voz potente al hablar. No hay titubeos en su decir. Con el pañuelo verde en la muñeca y mucho color en su estampa, se brinda con una gentileza alegre a la charla sobre su primera novela, Cometierra. Una obra en la que se cruzan la pobreza, la violencia machista y la juventud para formar un argumento tan sensible y sutil, como poderoso y crudo. Previo a su intervención en el 14° Argentino de Literatura que organizó la Universidad Nacional del Litoral, la escritora comentó de qué forma se gestó la historia de una chica capaz de tener visiones a través de la tierra y la relación que guarda con los femicidios. Y cómo esa piba no deja de desear, a pesar de las carencias.
—¿Cuál fue la inquietud o la experiencia que motivó la historia?
—Vivo en Caseros y trabajo en Pablo Podestá, a unos 150 metros del cementerio en el cual están enterrados los cuerpos de Melina Romero, Araceli Ramos y muchísimas otras víctimas de femicidios. Siempre me angustió el tema de los cuerpos de chicas tan jóvenes descartados, como si fuesen basura. Venía haciendo relatos cortos y en determinado momento, un compañero de taller leyó un fragmento muy poético que terminaba en tierra de cementerio. Y vi a una nena de siete u ocho años, de pelo largo, llovido, comer tierra de ese cementerio. Así fui construyendo qué veía esa nena cuando cerraba los ojos y surgió la idea de dar respuesta. ¿Qué pasó con esas chicas?, ¿quién las violentó?, ¿cómo sus cuerpos fueron arrebatados y dónde están? Como argentinos, tenemos una tradición enorme de pérdidas, desaparecidos, fosas comunes. La tierra guarda los cuerpos de todas las poblaciones originarias que fueron exterminadas y enterradas con total desprecio de su identidad. La idea surgió de recuperar eso que nos arrebataron una y mil veces por medio de la tierra.
—¿Y cómo adoptó la forma de una novela ya siendo una pieza literaria?
—La exigencia misma de la historia de Cometierra no me permitía cerrar. Una historia tiene que tener la extensión que reclama la historia misma por el desarrollo del personaje y de la trama. Durante el proceso de escritura me di cuenta que no iba a cerrar en cuento. Sencillamente, continué trabajando hasta darle la forma que tiene y que requirió cerca de cinco años.
—Una de las marcas de la obra es la narración en primera persona.
—Quise trabajar muchísimo la forma, tratar de meterme dentro de esa piba y pensar qué sentía, cómo se comunicaba con ese entorno tan hostil que tiene que atravesar. Me interesaban también los diálogos, cómo hablan esos personajes tan violentados, tan dolidos, tan enojados con el entorno, tan cerrados por la experiencia brutal del femicidio. Fue un trabajo con la forma para que esas voces pudiesen hablar desde ese lugar.
—Cometierra tiene una madre, una maestra y amiga ausentes. También avanza en su adolescencia con su hermano, sola. Y establece un vínculo con la tierra que trasciende lo sensitivo. ¿El personaje requería todas estas características?
—Ante la ausencia de los cuerpos femeninos, por la sustracción de la vida, la tierra es en todas las culturas un principio femenino, que acoge los cuerpos más allá del destino tremendo que han tenido. En tocar y saborearla, hay un sentir, una cuna a toda la tierra.
—Ella se habla de “mi terreno” más que de su casa. ¿A qué responde?
—Tiene que ver con la precariedad en la que viven la mayoría de los niños y adolescentes en la provincia de Buenos Aires. Más del 52% de esos jóvenes están por debajo de la línea de la pobreza. Y muchas veces lo que hay es un terreno, una vivienda precaria, un ranchito. Ella siente muy suyo lo que está abajo, es “lo que pisamos, durante nuestras vidas, mi mamá, el Walter (el hermano) y yo”.
—¿Cómo narrar y hacer literatura sobre la pobreza sin estereotiparla?
—Vivo ahí, trabajo ahí –dice quien se desempeñó 15 años en escuelas primarias del distrito–. El estereotipo es deformador y no le hace justicia a la realidad. Esos chicos son seres hermosos, se encariñan con uno y uno, a la vez, con ellos. Son las condiciones reales de muchísima población joven que no conoce mucho más allá de esa realidad. Esa es su vida, ese es su entorno –remarcó– y en esa forma ella (el personaje) se manifiesta amorosamente con su hermano y con las primeras relaciones de enamoramiento. Esa es la forma de vida y de vincular de muchísima población del Conurbano. Y el problema de la familia destruida por la violencia y la precariedad en que se desarrollan las vidas.
—¿En esa violencia se inscribe una sobrevivencia?
—Ellos se agarran de las relaciones emocionales, mucho antes de las materiales. Si bien lo material es un móvil más para que ella decida colaborar en un caso o no, porque tienen que comer, vestirse y hacer las mínimas incursiones a los bailes como todos, hay algo en la novela que es súper vitalista, más allá de la oscuridad del don en sí. Es una chica que quiere vivir, enamorarse y tener su hermano y sus amigos como cualquier otra chica.
—En esta novela convergen el realismo y una lírica especial...
—Leo mucha poesía. La concentración semántica y la capacidad de la lírica de concentrar en imágenes muchísimos significados y el trabajo sobre las formas y las palabras, los reivindico muchísimo de la poesía. En la escritura y a la hora de retomar la lectura. En los peores momentos de mi vida, siempre estuvo la poesía.
—¿Qué autores y autoras la marcaron?
—(Leopoldo María) Panero, Viel Temperley, Juan L. Ortiz, Libertad Demitrópulos, Sara Gallardo, una narradora que estamos descubriendo maravilladas, como Eseijuaz y Enero. En este momento estamos buscando el legado de todas las escritoras que fueron menospreciadas, cuyos libros pasaron desapercibidos.
—¿Cómo la atraviesa el feminismo en su rol de escritora?
—Muchas veces se le marcan imposibilidades al feminismo. Los feminismos son un movimiento súper amplio, variado, en los que nos encontramos, discutimos, analizamos problemáticas comunes, nos acompañamos e intervinimos en la realidad histórica como conjunto. No intervenimos como individualidades. Todas las colectivas feministas entran a la historia juntas y tienen sus reclamos políticos desde ese lugar. Queda mucho trabajo. De hecho, el aborto legal, seguro y gratuito no salió. Empecé a militar por el aborto cuando tenía 14 años, tengo 40 y seguimos desde un lugar mucho más consolidado. Desafortunadamente, las castas políticas todavía no lo ven o lo no quieren respetar.
—Tenemos que seguir en las calles…
—El feminismo ganó las calles de una forma aplastante. Las mujeres ganamos las calles cuando históricamente fuimos recluidas al adentro, a lo doméstico, a lo cotidiano y a lo no colectivo. El movimiento de las trans ha dado su cuerpo al feminismo. Es un movimiento súper amplio en el que tenemos un montón de reivindicaciones comunes.
—¿En el campo de la cultura también hay una batalla interna?
—Nosotras Proponemos Literatura, es una organización similar a Actrices Argentinas. Cuando hay una acción, nos acompañamos colectiva con colectiva. De hecho, a las últimas marchas hemos ido todas las colectivas de cultura coordinadas.
—Después de Cometierra, ¿qué viene?
—¡Salió hace dos meses! –soltó entre risas–. Nunca dejé de escribir. Terminé de escribir un cuento en el que trabajé muchísimo y me gusta un montón cómo quedó, tengo otra novela en progreso y también tengo material de Cometierra. Quiero que continúen algunas historias y que cierren otras.
—La protagonista cierra un ciclo, pero también abre otro…
—También tiene presencias que la siguen acompañando. El espectro de la maestra la sigue reclamando. Es una voz muy complicada. Primero le pide que pruebe tierra y cuando ve que la expone al peligro, la retira porque tiene una relación amorosa con ella.
—Y el recuerdo permanente de la madre asesinada…
—En estas últimas semanas, muchas chicas hijas de víctimas de femicidios me escriben, me cuentan sus historias y me mandan fotos con sus mamás. Me piden que vaya a organizaciones que acompañan a chicas víctimas de femicidios, hijas y abuelas que tratan de tomar esas criaturas que quedaron huérfanas. El año pasado quedaron 247 chicos huérfanos por femicidios. Son historias que no dejan de movilizarme por la particular historia de cada una de esas mujeres perdidas por la violencia machista. Cuando esas mujeres son pobres, es mucho más fuerte y violento. Y el desprecio por la vida de las mujeres es abismal.