Como casi todos los años hasta ese entonces, en 1993 pasé las fiestas de fin de año en la casa de mis tíos en Gálvez. Por lo general, me quedaba desde Nochebuena hasta pasado Reyes. A veces, con mi hermana Ludmila, ya sea en lo de mis tíos, en lo de mi Nona o en lo de mi hermana mayor, Patricia. Todos dejaban la puerta sin llave o con la llave en la ventana, así que terminaba donde me resultaba más cómodo.
Ese verano del ’94 hice algunos grupos de amigos/as y entonces me quedé allá hasta que arrancaron las clases. Eran tres grupos: el de la Manu Fernández, el del Lao y el de los chicos y chicas del Sporting, uno de los clubes del pueblo. Fue la Manu la que me presentó a los/as del club. Teníamos más o menos todos/as la misma edad: 14 y 15 años. Al Lao no me acuerdo dónde lo conocí, pero durante un par de años fue mi amigo de Gálvez.
De los chicos del club creo que me acuerdo de casi todos: el Seba Nuñez, el Seba Gorosito, el Gabi, Ulises, el Colo (que ahora es pelado), Walter, Gino, Marcos, Ramiro Palomeque, el Negro Ávalos, el Emi y capaz alguno más. El que no usaba arito, usaba el pelo largo. Yo ese verano me agujereé por primera vez la oreja izquierda.
Pasábamos todo el día en el Club: fútbol, tenis, pileta, frontón, volley, basquet, paddle; hacíamos todo lo que había para hacer. Y además, me hice amigo de las chicas que atendían el bufet: Victoria, la Chola y Laura. Estaba Juan también. Y acá quería llegar.
Ese verano, en el bufet, la música la poníamos nosotros. Los CD los llevaba una de las chicas y los íbamos rotando. Bueno, cada vez que me mandaban a mí a cambiar el CD, yo siempre ponía Tercer Mundo de Fito Paez. Lo que me gustaba ese disco, por favor. Ese verano me aprendí la letra entera de la canción Tercer Mundo. Y más de una vez ponía para repetir esa canción una y otra vez. Ya había salido El amor después del amor, pero yo era rebelde y no escuchaba música comercial (¿?), entonces Fito se había vuelto un careta que se arregló los dientes culpa de Cecilia Roth y yo escuchaba Tercer Mundo, ¡madafaka! En fin, era adolescente. Y un boludo. Y ese verano del ’94, le pudrí la cabeza a todo el Sporting con el rap de Fito.
Ese tal vez haya sido el verano más lindo de mi vida. O al menos el que con mayor alegría y añoranza recuerdo. Puede que sea por la etapa en la que estaba. Puede también que sea porque estaba lejos de la vigilancia de mis viejos que, ya de por sí, casi nunca me dijeron que no a algo. Seguro que también es por mis amigos y amigas de allá. Por mis Nonos y mis tíos.
Pero más que nada, creo que es por la libertad que yo sentía estando allá. Iba y venía para donde quería a la hora que sea, caminando, en bici o en moto. Justamente, podía andar en moto, una de esas pocas cosas a las que mis viejos siempre dijeron que no. Me fui en una Zanella 50 a López, un pueblo a 20 km de Gálvez. ¿A qué? A nada, a andar en moto nomás.
No quiero que se confunda esa libertad con el hecho de que todo pasado fue siempre mejor o con la vida de pueblo. Esto último un poco puede ser. Pero tiene más que ver con que en mi adolescencia yo sentía que no tenía mucho que perder, entonces no tenía miedo de hacer. No es que no tenía que perder, es que yo era inconciente de ello (me salió un juego de palabras psicoanalítico y todo). El único miedo que sentía de volverme caminando de noche era a La Llorona. Sí, en Gálvez también hay Llorona. De hecho, yo de grande me enteré que La Llorona no era de Gálvez, sino una leyenda urbana. Acá en Santa Fe tampoco tuve demasiado miedo a otras cosas caminando por la calle, pero en Gálvez era diferente. Todo pasado fue diferente, no sé si mejor. Yo ahora también la paso bien, pero de otras maneras y con otros miedos. En definitiva, si yo me quejara de la vida que tuve, sería un ingrato. Pudo haber sido mejor, sin dudas. Pero también pudo haber sido peor y mucho peor. Por suerte no lo fue.
Y la banda sonora de todo eso que yo viví ese verano del ’94 (que continuó durante todo el año y el ’95 también) es Tercer Mundo de Fito. Por eso, cuando un día vi en un grupo de melómanos que salía a subasta un vinilo de época de este disco, ni lo dudé. Participé, gané, estaba dispuesto a ganarlo y encima lo conseguí barato. Y cada vez que lo hago girar me acuerdo de ese verano. Me acuerdo de mi adolescencia en Gálvez. De que me quería ir a vivir allá porque hacía lo que quería. Ahora también lo hago muchas veces, sí, pero con alguna que otra responsabilidad ineludible. De mis amigos y amigas. De mi familia. Del día que me fui en la Garelli (¿o Zanella?) del Negro Nuñez al Aeroclub a recibir a los Divididos y me firmaron un pantalón y me sacaron una foto con Gil Solá que todavía tengo guardada. El pantalón también lo tengo. Esa fue la primera vez que los vi en vivo. De un montón de cosas que me pone contento recordar. Y a veces también me ponen mal porque ya no están.
A veces un objeto, como el vinilo de Fito que gané en la subasta, es más que un objeto; más que una moda, un cliché o un fetiche. Es algo más allá de él. Es todo esto que conté. Es mi verano del ’94. Es también eso que puede darle alegría a mi corazón.