Acerca de “La vida urgente”, la nueva novela de Germán Ulrich.
Por Susana Ibáñez
Germán Ulrich (1971, Viale, Entre Ríos), periodista en radios, diarios y agencias de noticias, ha publicado en un par de años una serie de textos interesantes: el libro de relatos En el Oeste (Editorial Entre Ríos, 2017), la crónica/ensayo Otilia (Editores Ignorantes, 2018) y la novela Los ariscos (Campo de niebla, 2019).
En esos tres escritor Ulrich describe diferentes aspectos de la vida en la región, todos ellos complejos: a través de los relatos de En el Oeste revive la tragedia de la inundación de 2003, en Otilia se ocupa de la vida de Otilia Acuña a partir de la ejecución de su hija y la desaparición de su yerno durante la dictadura, y en Los ariscos, que se desarrolla en San Javier y en Santa Fe, cuenta la historia de dos personajes solitarios que buscan un lugar menos hostil para continuar con sus vidas. En todos los casos demuestra gran talento narrativo y una visión clara y crítica de cómo se sigue después de la tragedia o se aprende a vivir con ella, talento que se confirma en su nouvelle La vida urgente.
En La vida urgente Ulrich revisita la sociedad santafesina de principios de este siglo, esta vez con un tema poco frecuente y de compleja resolución artística: la urgencia destructiva de un adicto al sexo. Horacio está empleado en una empresa de créditos personales de las que abundan en el centro, transita un matrimonio desgastado y se encuentra inmerso en un remolino de frustración, deseo e incertidumbre, frustración por una vida que no lo satisface, deseo de tener sexo con todas las mujeres que pueda conquistar e incertidumbre ante cómo concretar los encuentros que imagina posibles.
Se reconoce débil, sabe que no está en sus cabales y se deja llevar por la urgencia constante, por un hambre que desemboca en frustración o en vacío. Aunque se concentra esporádicamente en su trabajo, dedica el resto de su tiempo a imaginar situaciones con las mujeres que ve pasar o a intentar seducirlas.
La novela relata un día en la vida de este hombre al ritmo de un monólogo interior que arrastra al lector y al protagonista en una espiral de destrucción. Horacio recuerda episodios que preanuncian la disolución de su matrimonio y de su relación laboral con el dueño de la financiera, Cohen, que en una de las mejores escenas de la novela le explica su visión de la empresa y de sus empleados.
Cohen vive de las necesidades de otros –de las urgencias de dinero de trabajadores y jubilados desesperados–, y en su accionar los consume; Horacio podría ser uno de estos desesperados, ya que usa todo su dinero en lograr una satisfacción que imagina permanente, en llenar con una mujer –que nunca ha encontrado, pero que imagina posible en todas– el vacío que lo enferma.
La voz del personaje es convincente, tanto
que la lectura avanza junto con su urgencia: al lector le interesa
saber si Horacio saciará su deseo.
A diferencia de Don Juan, en su desafío a las normas que regulan la sexualidad Horacio no busca enamorar a las mujeres que trata de seducir, y a diferencia de Casanova, no es ni inteligente ni exitoso en sus avances. También se diferencia de otros personajes de la literatura que exhiben como rasgo un apetito sexual insaciable: en novelas como El bosque de la noche (Djuna Barnes), Memorias de Zeno (Ítalo Svevo), Asfixia (Chuck Palahniuk), El mal de Portnoy (Philip Roth) y Locura (Patrick McGrath), la obsesión por el sexo es un rasgo más de personajes que viven conflictos que trascienden esa característica, mientras que en La vida urgente la obsesión ha ganado cada minuto del pensamiento de Horacio, lo único que le da sentido a su vida.
El uso de la primera persona sumerge al lector en una conciencia atormentada, paranoica y sin escrúpulos. Esa estrategia narrativa le permite a Ulrich construir un pensamiento que menciona vivencias pasadas sin necesidad de profundizar en ellas, o describir a otros personajes con un par de trazos bien puestos.
La voz del personaje es convincente, tanto que la lectura avanza junto con su urgencia: al lector le interesa tanto como a Horacio saber si logrará saciar su deseo con Murcia, o con la Rodríguez, o con Sole. Pronto se entiende que en realidad no se trata de un apetito solo físico, porque el cuerpo de Horacio no siempre responde a sus ansias, sino de otro más profundo, sobre el cual Horacio no indaga y que tal vez ni sospecha. Se trata acaso del deseo de una realidad que se parezca más a la de sus sueños, como demuestra al atribuirle a una mujer el cuerpo deseable de otra que habita su fantasía, y menos a la aplastante rutina de una financiera que vampiriza a una sociedad económicamente desahuciada.
Los personajes de La vida urgente son en apariencia personas tan comunes y corrientes como sus apellidos (Gutiérrez, Rodríguez, Valdez, Cohen), y a la vez tan extraordinarios como es de esperarse en una muy buena novela que sortea con elegancia las dificultades que plantea la temática.
A pesar de que los pensamientos recurrentes de Horacio abundan en menciones de partes atractivas de los cuerpos femeninos que fragmenta y desea, y que proyectan innumerables escenarios de encuentros posibles, la novela no desarrolla escenas sexuales en demasía ni recurre a un lenguaje que algunos lectores podrían considerar ofensivo.
Antes bien, más que a una novela erótica, La vida urgente se parece a una novela de aventuras –o de desventuras–, en la que el protagonista debe sortear diferentes obstáculos –la reticencia de sus conquistas, la escasez de dinero, la amenaza que representa la Rodríguez, la espera enloquecedora entre mujer y mujer– para conseguir eso que lo obsesiona y elude. Más que una narración de impulsos desatados y placeres prohibidos, se trata del relato de un día aciago, de un martirio que va ganando en intensidad hasta culminar en el único final artísticamente posible.
La vida urgente les confiere sensibilidad, textura y brillo a las calles en apariencia opacas de nuestra ciudad. En su exploración de lo posible, desgrana los pensamientos desbocados que pueden agazaparse tras rostros que cruzamos y olvidamos a diario. Como lo hizo ya en Los ariscos, Ulrich demuestra estar transitando el camino de los buenos escritores, de esos que no les temen a los desafíos, que trabajan temas complejos con solvencia y que saben identificar y comunicar a través de la literatura las vivencias de seres desfallecientes a quienes la sociedad ha desplazado a sitios de soledad e incertidumbre.