Pese al incendio, El Birri está intacto en las y los birris que lo sostienen. Vamos al corazón del Centro Cultural para contar historias de su resistencia.
Los banderines de colores cruzando General López, la música y las voces alegres que acompañaban un mediodía de bingo al sol del invierno santafesino, podrían haber pasado como una actividad más, de las tantas que desde hace 20 años ocurren en el Centro Cultural y Social El Birri.
Pero no era una actividad más. De espaldas a los tablones donde vecinas y vecinos del barrio, junto a trabajadores y militantes sociales y de la cultura de toda la ciudad, se aprestaban a gritar línea o bingo y compartían choripanes, guisos, tortas y mates por igual, El Birri, el espacio físico, el edificio, se revelaba con una cara que nadie quería ver: fajas de seguridad rodeando la entrada y una negra espesura brotando de puertas y ventanas, la evidencia del paso del fuego.
El miércoles 31 a la madrugada, ese fuego que tantas veces fue protagonista de rituales de carnaval y de la comida compartida, se coló dentro del edificio. Aún no hay precisiones sobre cómo se originó ni sobre los daños estructurales; lo que si se repetía, cantaba y gritaba con seguridad durante el mediodía del sábado en el Bingo Sabrosón era “¡Ni el fuego nos va’parar!”.
Hogar birriano
Entre la multitud que se encontraba disfrutando del sol y de la timba solidaria, se escurrían niños y niñas con cámara en mano, discutiendo entre elles tomas y encuadres. Son algunos de los más de 200 que asisten a los 20 talleres de la Escuela de Carnaval, que habitan El Birri los siete días de la semana.
Que este espacio social y cultural del suroeste de la ciudad permanezca cerrado implica que todo ese piberío, desde los más chicos hasta los adultos, pierdan un lugar de referencia central en sus vidas. “El Birri es mi segunda casa”, dice con una sonrisa Pauli. Tiene 8 años, vive a unas pocas cuadras, en barrio San Lorenzo, y desde los 6 asiste a diferentes talleres. “Yo venía a tela, a circo, batucada. Me gusta hacer muchos talleres”, refuerza.
Junto a Pauli está su mamá, Elizabeth Fussi, una de las porteras de El Birri. “Recibía a los niños y adultos que venían, estaba en la cocina del merendero, también le habilitábamos el lugar a los talleristas con sus herramientas, el sonido, si necesitaban algo en especial, y también estoy en la comisión de comunicación”. Elizabeth cuenta que empezó con este trabajo el año pasado, pero que desde mucho antes ya formaba parte del espacio. “Somos de acá del barrio, empezamos a venir primero a ver los carnavales, después ella (Pauli) con los talleres, y ahora ya estamos dentro de la organización”.
La apropiación del espacio por parte de las y los vecinos fue uno de los sostenes de El Birri y lo es aún más hoy, en este momento de tristeza e incertidumbre por lo que pasó y por lo que vendrá. “Todavía no caigo.. yo paso todas las mañanas por acá y verlo así me angustia”, dice Elizabeth. “Vamos a tratar de seguir con los talleres y la Escuela de Carnaval, ocupando el lugar donde estamos ahora, quizás con menos horarios, pero seguir. La idea es que los niños, jóvenes y adultos no pierdan el lugar. Se perdió una parte de lo material pero las personas estamos y eso es lo importante, que vamos a seguir como grupo, como colectivo”.
Lucha y resistencia
En el otro extremo de la edad de Pauli está Patricia Bonasi, que con 53 años ha vivido todo lo que pasó en El Birri, según cuenta ella. “Yo viví cuando lo quisieron desalojar, cuando no nos dejaban hacer los corsos y tuvimos que hacer una movida, juntar firmas, pasaron muchas cosas. Teníamos que demostrarle a los padres de los chicos que en El Birri no pasaba nada malo, que se quemaban los tambores para templarlos no para nada malo, tuvimos que pasar todas estas cosas”.
Desde el pie
Tal como cuenta Patricia, la historia de El Birri es la historia de la militancia de los artistas populares de la ciudad y de los vecinos del barrio, que sacaron al edificio de la ex Estación Mitre –cedido por Nación al municipio en 1994– del abandono y la destrucción en que lo sumió el Estado.
El Centro Cultural y Social El Birri nació a fines de la década del 90 cuando Fernando Birri decidió fundar en la ciudad un espacio orientado al cine. Por diferentes razones, el cineasta decidió abandonar su fundación y sólo quedaron algunos miembros, entre ellos artistas que seguían habitando la Mitre, que era escenario de ensayos y obras de teatro. En 2007, finalmente, se conformó la Asociación Civil Centro Cultural y Social El Birri.
En 2013 las y los integrantes de El Birri resistieron a un desalojo salvaje por parte de la Municipalidad de Santa Fe, que de manera repentina y anticipada dio fin al contrato de comodato mediante el cual el Estado cedía el uso de parte de la ex Estación. La conmoción que desató este hecho devino en un furor en las redes sociales, donde se compartían fotos y videos sobre lo que sucedía, dos marchas, una Multisectorial de Apoyo que congregó a casi todas las organizaciones sociales y territoriales de la ciudad –más de 80 entidades– y una adhesión masiva del mundo de la cultura, incluyendo al propio Fernando Birri, quien también expresó su indignación.
El Estado municipal vuelve hoy a estar en el centro de los reclamos. “El olvido de esta zona también tiene que ver con esto que ha ocurrido en El Birri”, dice Emilia Schmuck, integrante del Centro Cultural y Social. “No hay muchos otros espacios así, públicos, con espacios verdes, porque los reclamos que venimos haciendo junto a otras organizaciones hermanas, como Revuelta y Arroyito Seco, por más obras para los barrios, incluyen el predio Mitre, que sigue estando en malas condiciones porque el gobierno municipal lo sigue ignorando. Sabemos que vive mucha gente en los andenes, hemos presentado miles de quejas para que se ilumine esa zona, para que se mejore. Con la profundización de la crisis, ahora hay trueque y canje durante toda la semana, donde sobre todo mujeres se encuentran a intercambiar bienes elementales de consumo, y esas personas no cuentan con servicios básicos de ningún tipo”.
Patricia suma lo que El Birri significa para toda su área de influencia, que incluye a los populosos barrios de San Lorenzo, Santa Rosa, Chalet y El Arenal. “Ahora el gobierno se tiene que dar cuenta que se necesita tener un lugar así, como El Birri, que saca a los chicos de la calle. No se necesitan edificios y departamentos nuevos, necesitamos cosas para que los chicos se distraigan, de acá salieron sacando fotos, haciendo locución, chicas haciendo bolsos que tienen ahora su microemprendimiento, hasta en el programa de Susana salió una nena que hacía telas acá, y hay otra que venía a los talleres y ahora es la que le enseña a los más chicos”.
Desde el fuego reexistir
En la fachada de El Birri las y los niños dejaron pegados en las fajas de seguridad una serie de dibujos y frases que son hoy la razón más potente para levantar este espacio cultural y social autogestivo y popular. En los papeles que flotan en el aire se ve el edificio intervenido con colores, corazones y frases con los deseos sinceros de los más pequeños: “que El Birri vuelva pronto”.
“Cuando se te quema tu casa una siente que hay algo que se perdió, que ya no se puede hacer más”, dice Emilia. “El esfuerzo de las adultas y adultos está siendo reconstruir esa rutina y que los espacios que estamos habitando sean lo más parecido posible a lo que eran, que los talleres cumplan lo más posible con los horarios y dinámicas, aunque ahora se hagan en la plaza, o en una oficina. En lo colectivo estamos encontrando el refugio para sentir que al estar juntos y juntas la organización sigue en pie más allá de esta situación, y el trabajo con los niños y niñas está siendo muy fuerte a partir de una preocupación de que no sientan que se perdió la posibilidad de seguir luchando y de seguir organizando”.
Esa preocupación funciona como organizadora de los pasos a seguir. Mientras tanto, les niñes parecen tener muy claro que de El Birri no se mueve nadie. Así lo dejó claro Pauli en un video que realizó, cámara en mano, narrando lo que sucedía en la mañana del miércoles: “Vamos a seguir luchando por este lugar, que es como un segundo hogar para nuestro corazón. Todo esto es lo que quedó de El Birri. Pero vamos a seguir luchando para que este lugar viva otra vez. Estuvo más de 100 años acá y vamos a seguir”.