Entrevista con Gabriela Cabezón Cámara, que presentará “Las aventuras de la China Iron” en la Feria del Libro de Santa Fe.
Pensar, imaginar y soñar la fundación de este país desde la amorosidad y el deseo, desde una sexualidad tan exuberante como la naturaleza, en clave femenina, disidente, torta, marica. Eso, entre muchas cosas más, propone Gabriela Cabezón Cámara en Las aventuras de la China Iron, su último libro –editado en 2017–, que presentará este viernes a las 20.30 en la Feria del Libro de la ciudad, “en esa estación maravillosa, donde tomé esa cerveza increíble”, dice recordando su última visita a Santa Fe, en 2013.
Las aventuras de la China Iron no es un libro cualquiera. La crítica especializada lo referenció como la obra que marca “otra fundación” de la literatura argentina, y fue elegida entre los libros del año por el New York Times y El País de España. Para les lectores de a pie –al menos para quien escribe– tampoco es un libro más. Hagan la prueba: pongan los pies en el pasto y de cara al sol lean las aventuras de la China. Es embriagador, colorido, perfumado.
Y no son casuales esas sensaciones, están en el origen mismo de la escritura de este libro. Así lo cuenta Cabezón Cámara en diálogo con Pausa: “Me habían dado una beca para la que yo ni siquiera había aplicado, en la Universidad de Berkeley. La ciudad es muy linda, hay muchos árboles, los autos paran para que pasen las ardillas; ahí descubrí el pinot noir, la estaba pasando bomba, había mucho hippie, gente muy amable, de todo el mundo, muy flashero. Lo único que tenía que dar como contraprestación de la beca era un taller de escritura creativa, y yo había pensado en narrativa en verso porque es algo que a mí me apasiona, y narrativa en verso en Argentina es la gauchesca, así que leí mucha gauchesca. Y mientras leía se me iba haciendo carne algo que yo ya sabía, que todos sabemos, que es que casi no hay mujeres en la gauchesca. Mientras eso se me iba haciendo carne y estaba tan divertida y con tanto pinot noir, árboles, ardillas, dije ‘pero qué divertido hacer esto, un punto de vista de mujer en este universo gauchesco’ y así fue”.
En efecto, la China es esa china que el Martín Fierro se ganó en un partido de truco y que apenas es nombrada en la obra de José Hernández. Cabezón Cámara la rescata en este libro, le da voz y vida, mucha vida: la China Iron escapa del caserío en donde vivía con Fierro para acompañar a Liz, una inglesa que va tras su marido llevado por la leva. Y en ese viaje descubre el mundo y nos lo cuenta: la pampa, sus habitantes humanos y los otros, las formas en las cuales se intentaba transformar ese vasto y rebelde territorio en una nación.
—El libro es una celebración del deseo, la belleza, la sexualidad ¿buscaste oponer ese mundo más diverso, más sensitivo a ese tan machista y tradicionalista de la gauchesca?
—La idea no era tanto oponer, sino pensar cómo podría ser ese otro mundo del campo, que no deja de ser, mal que nos pese, la entraña de la Argentina, la entraña imaginaria y de poder. Quería pensar cómo podría ser ese mundo si la historia del país hubiera sido otra: si en vez de ser un país agroextractivista nos hubiéramos desarrollado de otra manera, porque el agroextractivismo siempre es criminal; quise pensar eso de otra manera: una felicidad posible para gente de muy diversas clases en un espacio rural.
La audacia y la imaginación puestas al servicio de pensar ese espacio, ese contexto, desde una perspectiva y una voz original, lejos de la masculina y lejos del gaucho macho que encarnaba Martín Fierro.
Además del cuestionamiento a la mitología de origen del “ser nacional”, Cabezón Cámara también quiso darle una vuelta y hacer homenajes a la historia de la literatura. “El libro está lleno de ellos, es también un homenaje a Hernández, bueno y malo”, dijo en una entrevista reciente con La Voz.
Mundos posibles
Las novelas de Cabezón Cámara transcurren en espacios que combinan mundos, clases, géneros, identidades. Mundos llenos de diversidad, en todos los sentidos de esa palabra y también en lo que refiere al mundo queer. “Este universo es el mío”, dice, “hablo de mi universo, donde yo encuentro la belleza, la vida y el amor. Escribir una novela lleva mucho tiempo, años, así que el tiempo que esté ahí más vale que me interese mucho”.
Y en momentos donde una mujer es condenada por besar a su esposa en la calle, donde las trans siguen sin tener sus derechos básicos garantizados, la autora reflexiona: “fijate que parecía que en algún sentido habíamos avanzado, con la ley de matrimonio igualitario, y ni hablar con la de identidad género, de hecho así fue, pero hoy vemos en los diarios que el alcalde de Río de Janeiro censuró un libro de la Bienal porque había dos pibes dándose un beso, vestidos, una escena de altísima prolijidad, y es muy flashero como siempre van por nosotros, por lo diverso, reprimir la sexualidad es algo que el fascismo tiene como ley. Los nuevos fascismos pudieron dejar de ser antisemitas, dejar atrás esa forma de racismo, pero no pueden dejar el sexismo, la misoginia, es una locura”.
El presente también es el del feminismo en auge, el de la visibilidad de las mujeres en todos los ámbitos, el del rescate de una historia, esa que nos lleva a buscar las huellas de las pioneras en la música, en el fútbol, en la política, en la ciencia y, claro, en la literatura.
—¿Te gusta este momento de voracidad, de necesidad, de ganas de leer a mujeres?
—Me parece que ya era hora. Siempre hubo muchísimas mujeres escribiendo; ahora probablemente seamos más porque somos muchísimas las que podemos sustraernos del trabajo doméstico, o que si tenemos que hacerlo podemos robarle tiempo y escribir, se nos permiten y nos permitimos otras cosas. Y me parece que si algo acontece ahora es que somos un montón y que hay muchísimas mujeres escribiendo muy bien, y además que, por lo menos en Argentina, hay mucho menos sexismo en los lectores, en los críticos, en la academia, entonces se lee mucho más a varones y mujeres sin tanto condicionamiento por el género y eso me parece excelente.
—Y en este proceso de visibilización de escritoras, de antes y de ahora, ¿vos también descubriste algunas que te interesan?
—Sí, millones. Las contemporáneas son mis amigas, o son conocidas, o coincidimos en juergas. De Selva Almada a Belén López Peiró, desde María Teresa Andrueto, Carolina Covello, Natalia Ferreira, Carina Radilov Chirov, Mercedes Bisordi hasta Dolores Reyes, millones de mujeres que están escribiendo de puta madre. Pero me flasheó descubrir mujeres de hace dos, tres, cuatro, cinco décadas: ni hablar de Sara Gallardo, de Libertad Demitrópulos, que me revienta la cabeza, hay todo un universo gigantesco que no tenía la circulación que merecía y que ahora están circulando por suerte, eso me encanta.
Palabras y poder
En Cabezón Cámara las historias, la lengua, el lenguaje, son inclusivos porque son diversos, porque también en su prosa conviven estilos y hasta idiomas. Hay una búsqueda de formas, herramientas y sonidos para nombrar esos universos tan únicos.
—¿Cuál es tu lectura sobre el debate en torno al lenguaje inclusivo?
—A mí me parece que si hay gente que somete su uso de la lengua a decisiones de una institución que se llama Real Academia Española, y bueno qué se yo….me parece algo de la nobleza española, si es que algo se puede llamar español con los quilombos que tienen ahí con sus nacionalidades. Yo el inclusivo la verdad que lo uso muy poco, pero ¿qué me importa que lo usen los demás? Me parece genial. Está señalando una incomodidad, de muchas clases, en un principio del universal masculino, que a veces nos incluye y a veces no, pero que a ellos los incluye siempre, eso ya es re loco; y después de todos los géneros que no se reconocen ni con el femenino ni con el masculino. Me parece que está bueno, es lindo.
—El año pasado, también en ocasión de la Feria del Libro, Camila Sosa Villada (escritora trans cordobesa) decía que para ella escribir es “antes que nada, la posibilidad de una voz, y de poder estar en un asunto que sea sólo mío”. Para vos, ¿qué es escribir?
—Leer, a mí, me abrió la posibilidad de habitar el mundo, me empezó a construir un espacio en el que estar a salvo, expandiéndose y en contacto con universos que a mí me resultaban deslumbrantes y maravillosos. Y creo que escribir tiene que ser lo mismo: una manera de poder estar en el mundo, en ese mundo que es tan amoroso pero también muy violento y áspero. Y hay ciertas formas de la violencia y de la aspereza que para mí son muy difíciles de habitar, pero que escribiendo, por algún motivo, me lo hacen posible.