Con una gran producción, La odisea de los giles pone en escena a un grupo de vecinos que busca rescatar lo que les robaron en el corralito de 2001.
“Los hijos de puta no sienten culpa. Nosotros la sentimos, los que trabajamos, los giles”, le dice Fermín a don Fontana en un momento de su aventura justiciera. Junto a sus vecinos y amigos se han propuesto, ni más ni menos, recuperar el dinero que les robaron en la debacle que en diciembre de 2001, corralito de por medio, dejó a miles de personas sin sus ahorros y a otras tantas sin trabajo y en la pobreza. Esta vez, los pillos, los ventajeros, los corruptos se las tendrán que ver con los trabajadores y trabajadoras de un pueblo golpeado, pero no vencido. En esta línea rueda la historia de La odisea de los giles (Argentina, 2019), la recientemente estrenada realización de Sebastián Borensztein que bien sabe recuperar, validar y exponer varios tópicos del denominado ser nacional, de la identidad que atraviesa a nuestro país. Del mismo modo que abreva en la revancha como una forma de coraje y de la astucia para poner las cosas en su lugar.
El título del filme es una exacta definición de lo que se propone el relato: los bonachones que suelen soportar todo –a lo sumo con alguna queja– se agrupan, diseñan un plan y siguen su cometido. Con el más que consagrado Ricardo Darín como cabeza de un elenco coral, la narración (cuyo guión está basado en la novela La noche de la usina (2016), de Eduardo Sacheri, el mismo autor de La pregunta de sus ojos que derivó en la ganadora del Oscar El secreto de sus ojos) es un engranaje dinámico, entretenido y solvente que se apoya en dos pilares fundamentales: el género del robo calculado con precisión, para el cual las dotes hollywoodenses de producción están puestos a entera disposición y la odisea cobra sentido en el traspaso de los obstáculos; y un número significativo de símbolos de la mentada argentinidad que no puede esquivar ciertos lugares comunes en su representación (ya sea el mate, el “boludo” como calificativo imperecedero o el deseo de tener un teléfono celular moderno).
En efecto, la galería de personajes así lo demuestra. El hombre de clase media Fermín Perlassi (el propio Darín con un notable trabajo) fue jugador de fútbol y su estatua luce en una calle del pueblo, Alsina. Su esposa, Lidia, interpretada por una romántica, amorosa, aguerrida y exquisita Verónica Llinás (porque la épica también se vale de la emoción), es el motor que impulsa la creación de una cooperativa y la puesta en marcha de una acopiadora abandonada por la desidia con el fin de generar empleo y levantar el poblado. El exfuncionario de Vialidad, Fontana (Luis Brandoni honra las características de su personaje con sumo oficio, solidez y empatía) que hace gala de su espíritu anarquista y de su dialéctica para, entre otras cosas, remarcar sus diferencias políticas con Belaúnde (Daniel Aráoz), un peronista hasta la médula con acento cordobés, guardián de unas vías ferroviarias que el tiempo olvidó. Siguen Medina (el Carlos Belloso que la platea siempre agradece), el hombre que vive con su familia al lado del río y con cada inundación sigue los pasos de la evacuación; Carmen (Rita Cortese, nobleza de pura cepa), la dueña de una empresa de transporte que apoya la faena de sus socios, aunque no lleva una buena relación con su hijo (Marco Antonio Caponi) y el Chino Darín, hijo de Fermín y Lidia, quien deja la universidad para sumarse al grupo.
Abrazados a la causa, los vengadores del bien (carentes de mayores figuras femeninas, a decir verdad) se enfrentan a un miserable gerente de banco y un abogado malhechor, Fortunato Manzi (Andrés Parra), quien supo anticiparse a las medidas de Domingo Cavallo y hacerse propia una millonaria cantidad de dólares que atesora en una bóveda. Bajo la conducción de Borensztein, el tono cómico le aporta ritmo a la epopeya, conjugándose con la sátira y el drama. De esa forma, el director bien sabe interpelar al espectador a través de una pieza eficaz y también tradicional. Otro elemento que abona el sentimiento argentino se inscribe en la banda de sonido que pasea desde Divididos, Babasónicos, Serú Girán, Los Auténticos Decadentes hasta Luis Alberto Spinetta. Mientras la taquilla se congratula con la muy bien lograda realización, el nudo argumental pone el foco en un hecho histórico, como la catastrófica situación que anticipó la salida de Fernando de la Rúa del gobierno y los dos años siguientes, y en esa construcción simbólica, dramática y sentimental, también se encuentran ecos para una lectura política de la actualidad. Si bien el presente no es una réplica exacta del infausto 2001, existe el daño social provocado por una crisis económica. En ese sentido, quizás la moraleja anide en la esperanza (que es lo último que se pierde), en la oportunidad de mejores tiempos que puedan llegar y, por qué no, en el hartazgo de los giles que llegada la ocasión pondrán manos a la obra para construir un futuro más próspero.
Ficha técnica
La odisea de los giles, Argentina, 2019. Duración: 116 min. Dirección: Sebastián Borensztein. Guión: Sebastián Borensztein, Eduardo Sacheri (Novela: Eduardo Sacheri). Música: Federico Jusid. Fotografía: Rodrigo Pulpeiro. Reparto: Ricardo Darín, Luis Brandoni, Chino Darín, Verónica Llinás, Daniel Aráoz, Carlos Belloso, Rita Cortese, Andrés Parra, Marco Antonio Caponi, Ailín Zaninovich. Coproducción Argentina-España; K&S Films / Mod Producciones / Kenya Films.