El colectivo Barrio sin plaza hace de la calle su territorio artístico.
Ya no cabe duda que el arte urbano, tanto el graffiti, los murales, el stencil, o el paste up –de reproducción técnica y más cercanas al nuevo milenio–, forman parte del rostro habitual de la ciudades, del lenguaje cotidiano inserto en el paisaje urbano, con una historia a cuestas que los torna en elemento social de crítica, de disconformidad progresivamente identificada como un objeto artístico. Gran parte del imaginario colectivo justifica su mística huidiza, rebelde y sorpresiva en su ilegalidad.
¿Como imaginar entonces una gestión del arte contemporáneo en la vía publica? Cuando pensábamos que en materia de arte callejero estaba todo dicho llegaron elles dos a dar vuelta los preconceptos, como bien deben seguir haciendo les artistas. El colectivo Barrio sin plaza, integrado por Ariana Beilis y Malcon D’Stefano, lleva adelante A la cal, un espacio expositivo nómada de arte que se desarrolla en la vía pública de la ciudad de Santa Fe y que plantean que la gestión legal de la vía publica puede generar un contexto más amigable para la pieza artística, promoviendo un mejor diálogo entre les artistas, curadores el territorio y el público, conservando la fuerza poético-política de las expresiones callejeras.
“No pensamos la curaduría de arte contemporáneo en la vía pública desde una idea de intervención o desde un vandalismo, que son dos géneros que sí existen y que el arte ha tomado muchas veces para activar la vía pública. Nosotros lo pensamos desde la idea de gestión, por eso sacamos las habilitaciones municipales, pagamos seguros, buscamos la bajada de luz en la EPE, notificamos a la policía de la zona, por eso decimos que hacemos una gestión” nos cuenta Ariana Beilis. Para elles el interés radica sentar precedente legal, para lograr un contexto que convalide un “discurso artístico poético político” en la vía pública, que exceda las tres lógicas imperantes y que Ariana explica muy bien: “Creemos que los discursos imperantes en la vía pública son el proselitista, el comercial y el urbanístico y que por esos tres discursos los sujetos que van por la calle, que transitan, están digitados y nos parece importante que el discurso filosófico poético político, es un discurso que, al estar ausente, nos borra a los sujetos como parte integrante y coautora de la vía pública. Por eso nos interesa que este discurso esté y esté en el marco de la legalidad”.
—Pero las expresiones artísticas urbanas históricamente se hacen sin gestión ni permisos, siempre fue una práctica por fuera del sistema y de la legalidad, ¿enmarcarlas en el sistema no podría condicionar las obras?
—Ninguna expresión está por fuera del sistema. Creo que dentro del sistema cada uno elige vincularse con una estrategia u otra. La estrategia de A la cal al gestionar es asegurar cierto diálogo pero también tener garantizado el cuidado de los artistas, la gente que va y de las propias obras. Eso es todo lo que se garantiza cuando se gestiona desde la legalidad la vía pública. Creo que intervenciones como stencil, paste up, grafitis, son bellas y fundamentales pero cumplen un papel más disruptivo y a nosotros nos interesa generar un contexto apropiado para que se establezca este diálogo con el arte contemporáneo, una función más emparentada a lo pedagógico, aunque sin serlo.
Una de las experiencias que ejemplifican mejor el trabajo de A la cal fueron las tres ediciones en la plazoleta Ana María Acevedo, junto al Hospital Iturraspe. Es una plazoleta invisibilizada, sin carteles, en un lugar muy transitado. “Cuando convocamos a les artistas y curadores sus obras no precisamente tenían que ver con esta temática pero no hizo falta proponerlo ya que al poner al lugar físico como parte estratégica, como un actor más dentro de la curaduría, todas las obras terminaron teniendo que ver con los derechos de las mujeres, con la legalización del aborto y con la historia de Ana María Acevedo. Y mucha de la gente que fue, que concurrió a las muestras o pasaba por allí por primera vez, se dio cuenta de quién era Ana María Acevedo”.
En el lenguaje de A la cal lo que se da es “un discurso poético político en una vía pública, no un espacio público porque espacio público puede ser un museo, es justamente recuperar el carácter de ágora que tiene la calle como lugar de encuentro de un montón de subjetividades”.
A la cal trabaja convocando artistas y curadoras/es de distintos puntos del país para formar duplas que trabajen en vinculación con un espacio específico de la vía pública. La idea de generar una curaduría donde se crucen artistas del país es ampliar la visibilidad de los artistas locales y también que los artistas locales conozcan otros proyectos y dinamizar la escena federal. El resultado son exhibiciones individuales efímeras en formato pop up, de una jornada de duración.
Arte y territorio
Según explican los curadores, las exposiciones son pop up porque duran cerca de cuatro horas y se montan y desmontan durante un día. El espacio luego queda igual que como estaba. Aunque Ariana advierte “quizás lo que no queda igual es la carga emotiva del espacio que es lo que más se modifica. Suele suceder que mucha gente visibiliza el espacio como un lugar para estar o una plaza y antes ni siquiera lo tenía en vista como un lugar para estar. En este recorrido de transeúntes al que estamos acostumbrados en la vía pública no los visibilizamos como potenciales como para habitar y esto es lo que sí sucede después de las muestras de A la cal”.
—¿Qué estrategias curatoriales hay para dialogar con el territorio?
—Nosotros tenemos un par de criterios fundamentales: la observación y la vinculación sincera con el lugar. Hay muchas prácticas que hablan de “llevar el arte al lugar”, como si en el lugar no se cuecen habas. Y en realidad es interesante tener la capacidad de observar, de ver por qué te interesa dialogar con ese lugar y en ese sentido interiorizarse, ver qué pasa en sus instituciones, ver cuál es su historia, quiénes son los artistas de ese lugar. No ir en plan “yo caigo con la verdad,” porque eso es un acto de colonización y exotización que no tiene que ver con la impronta del arte latinoamericano, ni con nuestro interés.
No es la primera vez que Barrio sin plaza reflexiona sobre la práctica del arte por fuera de los museos o instituciones, en esta línea Malcon nos invita a pensar “obras de artes contemporáneas en contextos específicos de vía pública por fuera del cubo blanco de las galería de arte o las instituciones como los museos. Porque cuando se habla de arte contemporáneo la idea de contexto o es fundamental entonces nos parece que la primera entidad con la que debería dialogar el arte contemporáneo es con el territorio inmediato”. Y agrega que A la cal “también habilita a pensar otro modo de hacer arte contemporáneo. Poder ver una pieza de arte en una pared derruida o suspendida en el aire en un parque me habilita a que pensemos piezas en otros contextos. Y esos contextos se potencian: obra potencia contexto, contexto potencia obra”.
De transeúntes a sujetos
—¿Qué transformación ven en las personas cuando transitan por las obras, cuando dejan de ser transeúntes para convertirse en sujetos?
—Cuando les llama la atención algo en el trayecto cotidiano de sus vidas y de golpe tenés algo que te frena, te acercás, preguntás. Por eso está bueno gestionarlo desde lo legal para que se genere un contexto amigable y la persona se acerque y pregunte y dialogue con la obra. Hay otra transformación grande que queda en la memoria de la persona que pasó por ahí y vio que otra cosa podía pasar.
Ambos, Ariana y Malcon, coinciden en que en la calle se amplía el público y las lecturas. “Implica exponerse, habilita que no solo los especialistas juzguen tu obra sino a un montón de lecturas de un montón de clases que se cruzan en la vía pública”.
—¿Cuál es el objetivo general de estos diálogos con el ciudadano, le artista, curador y la vía pública?
—Que un ciudadano sepa que es su derecho poder utilizar la vía pública como se le ocurra en tanto sea en el marco de estas pautas legales. Porque generalmente se da que este espacio que es de todos termina siendo de nadie y en realidad es un espacio permanentemente en disputa. Disputas del orden comercial, proselitista, urbanístico entonces se puede pensar la vía pública de otra manera por fuera de estos códigos, es decir, dentro del orden subjetivo y poético.
El taller
Ranchar es un taller que brindaron el 6 de septiembre Ariana y Malcon, en el Molino Fábrica Cultural. “Ranchar responde a aferrarse a una idea de una manera firme y taxativa de que el arte tiene que estar a disposición de toda la sociedad, no para que todos sean artistas, sino para que tengan a disponibilidad la herramienta del pensamiento artístico-poético para revisar las situaciones de su vida, una otra posibilidad de mundo, y depende con cuanto compromiso se asuman estas herramientas pueden llevarse a una transformación material también”, dicen los jóvenes.