Sindicatos, movimientos de Derechos Humanos, estudiantes, organizaciones sociales. En el Congreso, Macri pudo obtener todas y cada una de las leyes que quiso, excepto por la reforma laboral. La resistencia al macrismo estuvo sobre todo en las calles, en las bases, en quienes sufrieron en carne propia el ajuste y el vaciamiento.
Y fueron esas bases quienes tuvieron muy en claro qué había que hacer y cómo había que hacerlo. De abajo hacia arriba el pedido se fue haciendo cada vez más unánime: se necesitaba unidad para vencer al macrismo. ¿Y cómo vencerlo? Sin dudar en el voto. El electorado gourmet de 2015 pagó con el cuero dejar para el ballotage el voto útil. Ese sufrimiento se volvió consigna tácita: en 2019 la primera vuelta eran las primarias y las elecciones generales, el ballotage. De una, todos los que vieron a les Fernández como oposición a Macri se votaron encima ya desde las primarias, ni siquiera esperaron a las generales. Por eso no subió el porcentaje entre una votación y otra. Y por esa convencida salida electoral fueron las mismas organizaciones sociales las que oficiaron de muro contención. La gobernabilidad macrista se sustentó en la política de pacificación de las bases, por decisión de esas propias bases.
Pero ese pedido de unidad caía en un callejón sin salida llamado CFK. Sin ella es imposible, sólo con ella no alcanza, solía decir Alberto Fernández a fines de 2017, tras la derrota de la vicepresidenta electa contra el senador Esteban Bullrich. El presidente electo comenzó a coser la unidad, a fuerza de cafecitos. Pero la fórmula no tenía resolución, hasta que finalmente CFK encontró la cuadratura del círculo. Cedió la presidencia para acceder a la conducción histórica. Dio un paso atrás y pasó a la trascendencia.
Ahora que se abre un tiempo, resta saber cómo se tramitará tanta angustia contenida, tanta demanda sin salida, toda esa fuerza popular que desde abajo produjo la victoria. Los movimientos sociales marcarán los límites y la presión al nuevo gobierno.