Por José Miguel Martínez Alvarado
Infamia y terror es lo que se vive en Chile. El Presidente de la República Democrática de Chile, Sebastián Piñera, ha declarado la guerra al pueblo. Ha sacado de los cuarteles a decenas de miles de efectivos militares y policiales y los ha volcado a las calles a reprimir a la ciudadanía. Ha declarado “toque de queda” en las principales regiones del país. El país está bajo estado de excepción, esto quiere decir que se suspenden todos los derechos fundamentales de las personas y se declara el mando y control militar en el territorio nacional.
Esta situación la detona hace diez días la manifestación de estudiantes secundarios y universitarios, tras el alza del pasaje del transporte público. Esta alza del precio del pasaje sólo fue el detonante, pues, a más de cuarenta años de la implantación de la economía neoliberal en Chile ―mediante la cruenta dictadura de Pinochet―, el pueblo, las trabajadoras y trabajadores de este país, han venido sufriendo el cruento castigo de un modelo económico-político abusivo e insaciablemente devastador.
A comienzos de los años 80, bajo dictadura se decretó la destrucción y anulación de todos los derechos sociales como salud, educación, vivienda, pensiones y seguro social, convertidos en grandes negocios para la oligarquía nacional. La extracción y explotación del cobre y el saqueo de todos los recursos naturales a manos de las trasnacionales. El agua, el mar, el cobre, el litio, todo entregado al capital internacional.
Es cierto que la economía y el modelo neoliberal en Chile resultó extraordinariamente exitoso. “Chile es un oasis”, decía y se pavoneaba hace una semana el Presidente Piñera. Lo que nunca dice, es que sólo lo es para la pequeñísima élite económica inferior al 1% más rico de la población. Chile es uno de los países con mayor desigualdad en la distribución del ingreso a nivel mundial. Sobre el 80% de la población vive estructuralmente endeudada y el 30% de esa deuda está destinada a la alimentación. Pues en Chile los salarios no alcanzan siquiera para alimentar un núcleo familiar.
Por más de 40 años este modelo inclemente se instauró y ha imperado en Chile. Una instauración que tuvo dos momentos históricos fundamentales que lo hicieron factible. Primero, la sangrienta dictadura como el único contexto que hacía posible la imposición de este obsceno y brutal orden económico-político. Segundo, la “recuperación democrática” que mediante una clase política servil y obsecuente a la dictadura, legitimó, administró y profundizó, pero también se enriqueció con el modelo.
Estos últimos 30 años de democracia, para los humildes, las trabajadoras y trabajadores, los oprimidos, han sido tan cruentos como los 17 años de dictadura. Hambre, miseria, explotación, precarización, endeudamiento, abusos, violencia, humillaciones. Después de tantas inclemencias y vejaciones, “los hijos de los obreros”, los jóvenes estudiantes secundarios y universitarios han desencadenado un alzamiento que ha despertado a la ciudadanía a nivel nacional.
La respuesta del gobierno y de toda la clase política ha sido una sola: brutal represión. El último informe oficial del gobierno declara 15 muertos. Un centenar de heridos a bala. Más de mil quinientos detenidos. Con las policías y los militares en las calles y el toque de queda, se intenta sofocar el alzamiento. Los medios de comunicación oficiales, cómplices activos del modelo, no han cesado de desinformar, encubrir, mentir y hacer un espectáculo tendiente a deslegitimar el alzamiento ciudadano y a legitimar la violenta represión. La clase y élite política no deja de mentir en las pantallas de tv para volver a presentar sus embustes y engaños con afanes de burlar y apaciguar la indignación popular.
En las calles se vive el miedo, especialmente en las poblaciones y periferias de la ciudad, donde la impunidad de los militares les permite reprimir ferozmente. Hay angustia y preocupación, pues la memoria reciente y el miedo a la dictadura ha retornado vívidamente en los últimos cuatro días. La gente ya dice “Piñera dictador”, “esto no es democracia, es una dictadura”, “la dictadura nunca terminó, sólo cambió de manos”.
En medio de ese miedo, angustia y represión, ahora los y las estudiantes, la juventud, pero también las trabajadoras y trabajadores, las pobladoras, la ciudadanía y la población en general se alzan dando la mayor muestra de dignidad. Esta vez se alzan no por el pasaje del tren o del bus, sino contra todos los abusos, violencias, ultrajes y vejaciones que han sufrido durante décadas por este sistema.
Hermanos argentinos, son días difíciles y aciagos para nuestros pueblos. La ignominia y la infamia se han posado rabiosos contra los humildes y los oprimidos de América Latina. Infamia y horror es lo que se vive en Chile, pero no sólo desde hace cuatro días, sino desde el mismo 11 de septiembre de 1973, antes con la dictadura y ahora con esta democracia criminal. En estos tiempos de penuria, nuestros pueblos despiertan y se alzan con dignidad.