Puede volver a ser Mauricio Macri, quizá Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, está visto que no. ¿Un radical? Difícil. No importa. La masa que votó el macrismo es una oposición social activa que no necesita comandante, consigna, acaso ni siquiera justificación clara. Tienen una voluntad moral durísima, construida en la calle, porque fueron protagonistas con los pies de la política desde 2003 a la fecha. Triunfaron con Juan Carlos Blumberg, imponiendo el punitivismo como sentido común, triunfaron con la Sociedad Rural, bloqueando la disputa por el reparto de la renta agraria y cualquier debate sobre cómo cobrar más impuestos a los más ricos, fueron lobos linchadores durante los paros policiales de 2013 en Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, triunfaron sobre el kirchnerismo a cacerolazo limpio desde 2012, solidificando las denuncias sobre la corrupción y el autoritarismo. Plazas pacíficas, con cero represión, amplificadas por los grandes medios de comunicación, que denunciaban una dictadura. Un oxímoron estridente.
Son los mismos del SiSePuede Argentinian Tour 2019. Vitorean más a Juliana que a Mauricio.
No se trazan el mismo límite que tienen las organizaciones sociales, tienen otra relación con la democracia. La política de los pobres defiende la democracia y sus instituciones porque sabe que cuando el orden se pudre y la sociedad estalla les toca la parte poner los cadáveres. La masa social macrista se concibe a sí misma fuera del orden y de la política, como el propio Macri se presenta a sí mismo. Se siente explotada, subyugada, constreñida por la política (corrupta) y por la democracia (desviada), amenazada por los pobres (criminales o mantenidos por sus impuestos). Son millones y no les cabe ninguna. Habrá que ver, ahora, hasta dónde llegarán.