Los golpes de Estado jalonaron el siglo XXI en el Cono Sur, que ahora entra en un nuevo escenario. Cuáles son los desafíos inmediatos y a largo plazo que debemos afrontar para defender la democracia.
Quienes no somos capitalinos solemos desconocer que entre Casa Rosada y Edificio del Libertador hay apenas un par de placitas y una avenida ancha. Probablemente ese desconocimiento nos oculte la dimensión de quien fue el general Martín Balza para nuestra democracia. General, democracia. No se ha visto ningún orden que los haya podido separar.
Quienes son capitalinos quizá crean que con la caída del Edificio Libertador terminó el último alzamiento armado en Argentina. Fue el último en los viejos formatos ferretería pesada, con carapintadas, copamientos y un milico al frente, Mohamed Alí Seineldín.
En 2013, todas las provincias del país tuvieron paros policiales, excepto Formosa, Santa Cruz, Santiago del Estero y la ciudad de Buenos Aires. En Córdoba fueron días de saqueos y linchamientos masivos. En Tucumán y Entre Ríos, saqueos y tiroteos. En Santa Fe, los policías armados en plaza de Mayo y arengando pistola en mano, las barricadas blancas con escopeta sobre avenida Freyre, las gomas quemándose y marcando el límite de los barrios y las clases. Hasta hubo más saqueos que en 2001.
Siempre los reclamos de las policías fueron salariales y por las condiciones de ejercicio, pero su cohesión y coordinación para no responder al mando político y dejar zonas liberadas muestran una de las ranuras por donde drenan los nuevos ataques a la democracia.
Pero, sobre todo, en 2013 los argentinos que no viven en la Capital Federal vieron atónitos por demasiados días cómo el orden mínimo se hacia astillas. Se guardaron, se arriesgaron, fueron lobos. Sin monopolio estatal de la fuerza lo real entra como tromba.
Y en esa intemperie, una bien articulada, largamente gestada, políticamente activa, consistente y constante furia clasista se liberó. Y sigue ahí, aunque no tenga relato capitalino.
Viejas discusiones
La Caída del Muro de Berlín, efeméride que se recordará un día antes que la del golpe de Estado en Bolivia, generó un reseteo tan enorme y total que, por un rato, ciertas viejas discusiones americanas parecieron quedar en un segundo plano. No lo están. Democracia o golpismo, desarrollo o dependencia, nación o colonialismo hace demasiado tiempo que son alternativas decisivas. Cierto es que no hay un bloque soviético detrás. Eso no quita que las derechas fabulen paradojas como la de la omnipotencia continental de Cuba y Venezuela, que también serían dos países arruinados por el comunismo.
Después del tiempo de las dictaduras protagonizadas por militares genocidas, la interrupción golpista de nuestros órdenes legales democráticos siempre resulta en un período de inestabilidad y un nuevo orden legal. Ahí es donde entran dependencia y colonialismo, vestidos con saco y corbata, calidad institucional y prestigio en el exterior. Desde el asentamiento de los gobiernos civiles en el Cono Sur, otro eco quizá de ese Muro derrumbado, se desconoce el caso en que para salvar a la democracia los hombres armados del Estado hayan impuesto una salida política que implicase al desarrollo nacional.
En 2002 fue en Venezuela, fallido. 2004, Haití, triunfante. 2008, Bolivia, fallido. 2009, Honduras, triunfante. 2010, Ecuador, fallido. 2012, Paraguay, triunfante. 2016, Brasil, triunfante. 2019, Bolivia, triunfante.
Los últimos triunfos muestran la actualidad de estrategias que se repiten una y otra vez.
La famosa tapa de Clarín del golpe de 1976 o la tapa de La Nación sobre el inicio de la dictadura de Chile hoy son además una batería abrumadora de videos, fotos, texto que flotan en corrientes con direcciones masivas híper definidas. Quienes repudiamos el golpe vimos la humillación pública de la alcaldesa de Vinto, en los días previos a la caída de Evo Morales. Quienes son como Roy López Molina o Gabriel Chumpitaz, candidato a intendente en Rosario y diputado provincial por Cambiemos, difunden tuits mofándose del sufrimiento.
La Embajada de Estados Unidos, sus organismos internacionales, sus centros de estudios y formación, sus fuentes de financiamiento infinito, siempre estuvieron allí. Con los años dejaron de auspiciar genocidas. Bueno, al menos este lado del mundo.
La comparsa cortesana colonial nunca dejó de, más o menos, regular cuánto dólar sale y entra de los países del Cono Sur. Vamos, que tampoco tanta independencia hemos construido. Para el caso, apenas 12 años duramos los argentinos afuera del FMI.
Las fuerzas armadas y las fuerzas de seguridad, a veces escudadas en una firma judicial, dan el toque final. En nombre de la pacificación, como en Bolivia, o por acuartelamiento, como en Ecuador.
En Brasil, la coordinación de todos los factores fue perfecta. Una gambeta de su fútbol. La Embajada auspició, los grandes medios se la pasaron a la Justicia y al Parlamento, el Parlamento destituyó a la presidenta y la Justicia mandó a encarcelar al ex presidente, también candidato, la Policía cumplió, Lula fue preso, la manipulación en redes sociales impuso a Jair Bolsonaro, Bolsonaro hizo desfilar por Río de Janeiro a los militares festejando. Hoy Dilma Rousseff no tiene ninguna imputación, Lula está libre y el mal ya está hecho.
No hay espalda
Es una dinámica desigual. Las democracias del norte no tienen que lidiar con la presión exterior del mismo modo. Desde arriba nos presiona el capital reventando nuestras formas de vida política, desde abajo apenas si les mandamos toneladas de cuerpitos, hasta en tétrica caravana continental hacia el Río Bravo, ilusionados con zafar de los campos de concentración para después convivir con los racistas en la tierra prometida de la libertad y la democracia.
Las herramientas políticas americanas para balancear una fuerza imperial mundial fueron fuertes y de cierta eficacia en la serie 2008, 2009 y 2010. Venían de mandar al carajo un acuerdo de libre comercio continental escrito por la administración de George W. Bush, tres años antes. Pero esas herramientas mostraron debilidad en 2012, y perdieron un ejecutor, Fernando Lugo. Con Brasil y Argentina alineados hacia el norte, en la sede de la Unasur en Ecuador derrocaron la estatua de Néstor Kirchner, el anfitrión que coordinó el fin del ALCA en Mar del Plata. Nunca esas herramientas políticas alcanzaron el rango de económicas y financieras, ni tampoco se pudo sustanciar el Parlasur.
Es imposible saber qué hubiera pasado si ese nivel de integración se hubiera alcanzado. Ahora hay casi tierra arrasada. Ninguna convocatoria americana de emergencia. Beneplácito e inquietud de nuestro presidente saliente. Patoteo al avión que trasladó a Evo Morales a su exilio en México.
Son nuestros
La reconstrucción de esas instituciones internacionales americanas es imprescindible y lejana todavía. Pero la detección de los procesos propios que minan la democracia es imperativa.
Las zonas que sufrieron los peores paros policiales, que son también los lugares de los sucesivos linchamientos matanegros, los dólares del campo, los masivos cacerolazos que llamaban abiertamente dictadura a una democracia, el delito urbano, el gatillo fácil, son de muy alta concentración territorial y de clase.
Se constituyeron como fuerza civil callejera específica a partir de las marchas por el asesinato de Axel Blumberg. Tienen un código que asume que la organización es prueba de falta de civismo. La virtud democrática es la capacidad de simular la espontaneidad de la movilización, emitir consignas mínimas, hundirse en identificaciones generales –la foto de un pibe, la vestimenta campera, el batir continuo la cacerola, no comer choripán, seguir las convocatorias de ciertas estrellas. Muchos pegaron el sticker de “Yo estoy con el campo”. Muchos vitorearon a Juliana el mes pasado.
De la Capital Federal, donde la policía no hizo incendios en 2013, vino el presidente que invitó a conversar amablemente a su sillón a un homicida como Chocobar, que cubrió a Gendarmería en el caso Santiago Maldonado y a Prefectura con Rafael Nahuel, que les dio el gusto de la cuerda suelta en las plazas, que les otorgó buenos aumentos, que los reconoció en su rancio y secreto modo de comprender su lugar en la historia argentina.
Desde 2015, hubo un fortalecimiento corporativo de los integrantes de las fuerzas armadas y de seguridad. Los nuevos milicos, que no emergen por convocatoria compulsiva, vieron validadas sus tradiciones. La Policía se volvió demanda punitiva popular. Esas fuerzas tienen una potencia y vigor –muchas, una autonomía– no mensurado cabalmente.
Revalidar en otro escenario
Sacar el Servicio Militar fue la trompada que demolió las raíces de base de los militares. Carlos Menem dejó ese legado a la democracia, y los bombazos que le metió su general, Martín Balza, al Edificio Libertador marcaron la derrota de la política armada. El 2001 se terminó de detonar con un símbolo: el pueblo marchando pese a y por la declaración del Estado de Sitio. Los juicios a los genocidas, a partir del 2003, zanjaron una deuda y cerraron el ciclo abierto con el Juicio a las Juntas.
Quienes intentan un desarrollo nacional nunca se desprenden de la democracia. Saben que es el único camino porque así las armas lo zanjaron en su tiempo. Las viejas dictaduras triunfaron. Nuestras democracias nacen sobre pilas de cadáveres regados por todo el continente y sobre la memoria de esos nuestros.
A quienes bregan por la dependencia colonial esos cadáveres no les duelen. Contrataron genocidas para fabricarlos. Tampoco les asusta apelar a ferretería más fina –que también, siempre está ahí– para empezar de nuevo, frescos, con sello de la OEA.
Ahí están, las viejas discusiones y las largas tradiciones políticas, que siempre debemos revalidar. Mucho tiempo pasó y para muchos Videla es apenas una línea en un manual escolar. Los escenarios han cambiado: la reacción machista es real, la reacción racista es real. Con todos esos conflictos nuevos, las viejas discusiones siguen avanzando. ¿Qué cariz tendrán en 10 años, cuando la crisis climática también se vea real?