Mujeres con discapacidad buscan fortalecer conocimientos sobre derechos sexuales y reproductivos. El goce, la maternidad y la accesibilidad son algunos de los ejes a trabajar.
“Si tenés hijos, ¿cómo los vas a cuidar?, ¿cómo pensás hacerte cargo?”. Tales son algunos de los preconceptos instalados en los entornos sociales y, también, familiares de las mujeres con discapacidad a la hora de pensar derechos sexuales y reproductivos. A ello se añaden barreras como la distinción en colores presentes en pastillas anticonceptivas y test de embarazos. ¿Cómo reconoce un placebo o un positivo una mujer ciega? Y en casos de denuncias de violencia de género a la línea 144, ¿qué hace una mujer sorda?
Entre otras tantas cuestiones, éstas forman parte de una problemática que atiende la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI) a través de talleres como el titulado “Desear con inclusión”. En esa instancia se encontraron Soledad Gelvez, Marcela Papini y Gabriela Bruno y no titubearon en “replicar lo aprendido”. En efecto, semanas atrás llevaron adelante un encuentro en la sede de Autonomie para conocer y compartir experiencias, así como diseñar estrategias de información. “Trabajamos para que estén representadas las diferentes discapacidades. Pero en discapacidad intelectual, nos cuesta llegar porque esas mujeres dependen de otras personas y el acceso a la información también depende de otras”, recalcaron.
—¿Qué conclusiones pudieron obtener de ese primer taller?
—SG: Nos dimos cuenta que las realidades son diferentes. No tenemos formación específica para resolver cuestiones de abuso, por ejemplo. Tampoco es función del grupo corregirla o resolverla. Sí acompañar y asesorar. Lo que falta es conocimiento sobre los derechos sexuales y reproductivos de la mujer con discapacidad, sobre el respeto que se debe tener sobre su privacidad, por la toma de sus decisiones, que tiene que ser autónoma por más que la persona necesite apoyo. La persona que ayude a comprender el texto de un consentimiento o un procedimiento no significa que restrinja la autonomía –enfatizó–. Nos enteramos de muchos casos de vulneración de derechos como que eligen el método anticonceptivo que se va a utilizar o que no se informe de una intervención que se practicará. Quienes tenemos discapacidad visual necesitamos saber cuál es el instrumental que se va a utilizar en una visita ginecológica o en una maternidad. Aparece que no se permite el deseo a maternar, o que la familia no permite decidir. Son casos en los que tenemos que intervenir llevando la información que no existe en formatos accesibles para que las compañeras sean protagonistas de los cambios.
—MP: En este primer encuentro buscamos generar un ambiente cálido de confianza y de contención. Por suerte, enseguida entendieron el porqué de la convocatoria, empezaron a hablar y surgieron temas muy íntimos y algunos muy dolorosos. Estamos haciendo saber que tienen herramientas para implementarlas en la vida cotidiana. Nos dimos cuenta de lo importante, imprescindible y urgente que sigamos trabajando en el camino de replicar.
—¿Cuáles son los mayores prejuicios sobre el deseo y la discapacidad?
—SG: Los entornos nos piensan como asexuadas. Hay una cuestión de infantilización que se tiene sobre la persona con discapacidad, en general, y sobre la mujer con discapacidad en particular. Eso dificulta muchísimo el acceso a sentirse deseada o ser deseable. No solo la sexualidad y su ejercicio pleno, desde el disfrute y el goce, sino también desde la sensualidad y lo que puede significar para cada una la feminidad o la seducción. Es necesario reforzar que somos mujeres y como tales deseamos y nos gusta que nos miren, nos elijan, nos gusta gustar. Además, la sobreprotección familiar y los entornos inhabilitan que te puedas ver como mujer. Y si te ves como mujer, es por fuera del deseo –definió la estudiante de Psicología, presidenta del Movimiento Mirame Bien e integrante la Federación Argentina de Instituciones de Ciegos y Amblíopes (FAICA).
—¿De qué manera deberían actuar las áreas de salud y educación al respecto?
—GB: La ESI (Educación Sexual Integral) es una gran puerta de entrada. No es lo mismo nuestra situación de mujeres adultas que las posibilidades que pueden tener las chicas que transitan la primaria o la secundaria. Las historias de abuso en la discapacidad tienen el aditamento de la vulneración que nos pone más vulnerables. Lo que nos vulnerabiliza es no tener información, no tener las herramientas necesarias. Los temas tabú tienen que ver con desinstrumentarnos.
—SG: La información también es importante para los agentes de salud y para los formadores en educación porque somos nosotras las que tomamos como propia la tarea de informar. Pero se habla de las personas con discapacidad como otro al que no se conoce, creyendo que se sabe. Nos hemos encontrado que se toma como discapacidad solo la discapacidad intelectual. No quiere decir que no se tengan que generar recursos y estrategias específicas, pero hay un montón de otras discapacidades.
—GB: Hemos tenido familias que nos habilitaron y condiciones materiales que nos posibilitaron estudiar, formarnos, elegir, formar un proyecto de vida independiente. Pero no es el común denominador. Por eso tenemos la responsabilidad de ser facilitadoras y de generar ámbitos.
—¿Qué opinión les merece el concepto de “diversidad funcional”?
—GB: Es un concepto que está en boga desde hace unos años y viene a desterrar a “persona con discapacidad”. Diversidad funcional quiere decir que funciono de una manera diversa y sigue vigente el modelo médico. Y trabajamos desde un modelo social, en el que no prima el diagnóstico y que dentro de un montón de características, la discapacidad es una más. Hay un entorno social, jurídico, arquitectónico, comunicacional que pone la discapacidad como un impedimento para poder ejercer una vida social plena y ser ciudadanas.
—SG: Para mí es un eufemismo. Recae la discapacidad sobre el cuerpo y nada tiene que ver con los entornos sociales. Es como si dijéramos personas con capacidades diferentes.
—MP: Hay un temor a decir la palabra discapacidad y todo el tiempo estamos pensando en cómo decirlo de otra manera para no ofender –agregó la técnica superior en Artes Visuales–. Todo el tiempo se nos pone en un lugar de otro distinto: la persona que hay que tratar, rehabilitar y darle un trato especial. No se nos trata en el cotidiano como parte de una sociedad, como un igual. Lo más aceptable hasta ahora es persona con discapacidad porque pone en primer lugar que somos personas con una discapacidad. Personalmente, no reniego de la discapacidad y tampoco me parece que haya que negarlo. Ojalá lleguemos a un momento en el que no tengamos que pensar en estas terminologías que nos separan.
—SG: La Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad promueve el orgullo en contraposición a lo que se nos transmite que deberíamos sentir: la tragedia, el sufrimiento, el padecimiento o la vergüenza. Hablamos de construir el sujeto político de mujeres con discapacidad –destacó–. Nos cuesta mucho entrar en los espacios feministas y que se reivindiquen nuestros derechos. Por algo en el último Encuentro Nacional de Mujeres hubo 87 talleres y solo uno se llamó Mujer y Discapacidad. Trabajamos para que la discapacidad transversalice las cuestiones de género.
—GB: Reivindico personas con discapacidad porque requiere una política pública específica, así como hay políticas para la niñez, para jóvenes, para adultos mayores. Hay una particularidad que atender. De hecho, la Convención nombra todos los derechos que tiene cualquier ciudadano o ciudadana. Y los nombra porque, por lo pronto, es necesario subrayarlos.
—¿De qué manera se articula la discapacidad y las batallas de los feminismos?
—GB: El encastre sería poder reconocer cuáles son nuestras particularidades y puedan ser atendidas. Si asiste una compañera ciega, necesitamos que los materiales estén en digital, que haya las accesibilidades necesarias para poder participar en el taller o actividad que una quiera por la temática, no por la situación del cuerpo.
—SG: Estamos pensadas como usuarias, beneficiarias, siempre. No como profesionales que vamos a escuchar, debatir e interpelar.
—¿Cuáles son los impedimentos al pensar el sexo, el goce y las relaciones de pareja?
—SG: La sociedad cree que “ellos hacen pareja entre ellos”. Eso se debe a un modelo anterior de aislar a la persona con discapacidad. Puede pasar por elección personal que conozcas a una persona con tu discapacidad y te guste y podés tener una pareja hetero u homosexual. El otro mito es creer que si tenemos hijos heredarán nuestra discapacidad. Otro tema es la maternidad. Así como a la mujer sin discapacidad se la mira raro si llega a cierta edad y no tiene hijos, la mujer con discapacidad si no tiene hijos mejor porque “¿cómo los vas a cuidar?”, “¿cómo te pensás hacer cargo?”. Hay muchas cosas que no están pensadas para nosotras.
—GB: En la decisión sobre el cuerpo o la interrupción del embarazo opinan y deciden todos. Hay un gran porcentaje de mujeres discapacitadas esterilizadas sin haber decidido. O por su discapacidad intelectual, se puso en cuestión su derecho a maternar –observó, crítica, la psicóloga social y comunicadora social.