Mano a mano con Nora Cortiñas, referenta de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.
Las pibas la rodean, se sacan fotos, lloran. Sentada en el centro, con su pañuelo blanco y la foto plastificada de su hijo Gustavo sobre el pecho, Nora Morales de Cortiñas les firma libros y pañuelos verdes. Escribe despacito en imprenta cursiva “Venceremos”, y prolijamente agrega los tres signos de exclamación que hacen de esa palabra el grito profundo de todo un pueblo.
“Sos la abuela de todas” le dice una, abriéndose paso. Al rato otra le repite lo mismo. Ella les sonríe con ternura. Las abraza y el pecho de las pibas estalla: ahí está la historia, en Norita la fuerza amorosa de todas las mujeres que hicieron del dolor una lucha inclaudicable.
Así terminó la más reciente visita de Nora Cortiñas a Santa Fe. Su hijo mayor, Gustavo Cortiñas, fue desaparecido en la provincia de Buenos Aires en abril de 1977. Desde entonces, Nora no abandonó su búsqueda, ni su compromiso con las causas justas. Por eso el periodista Gerardo Szalkowicz tituló el libro que relata su historia de vida Norita. La madre de todas las batallas.
El pasado 6 de noviembre el libro fue presentado en el marco de Estación Palabras, el ciclo de entrevistas con público organizado por Sadop y coordinado por el también periodista Daniel Dussex. Momentos antes de participar de la actividad en calidad de entrevistada, Nora conversó con Pausa sobre la actualidad latinoamericana y sobre su acercamiento al feminismo.
—¿Qué pensás del contexto de resistencia al neoliberalismo en América Latina?
—El no a esa política ya está expresado en varios países. Creo que está demostrando que los pueblos no están dormidos, que se cansan: parecería a veces que tienen una quietud hasta que aflora la rebeldía.
—¿Cómo salimos de la situación en la que nos dejó el macrismo?
—En la lucha, no quedándonos adentro de la casa o de una oficina. A las Madres nos conocieron porque salimos a la calle. La calle es la expresión más genuina del pueblo y tenemos que seguir, no tener miedo cuando algunos políticos nos dicen que con eso se obstruye la democracia. La democracia se defiende en la calle.
Días después, el golpe de Estado a Evo Morales en Bolivia, otorga a las palabras de Norita la fuerza de lo urgente.
Pañuelos feministas
Norita lleva el pañuelo blanco en la cabeza y el verde en la muñeca izquierda. Cuando alguien le pide una foto, levanta el puño y lo aprieta con la intensidad de todas sus reivindicaciones. La Madre sabe, porque lo vivió en carne propia, que toda lucha popular entraña un dolor y un deseo visceral de justicia. Por eso, a sus 89 años, la demanda colectiva ordena su agenda: sea el acompañamiento a las madres del cannabis medicinal o del gatillo fácil, la participación del reclamo de algún grupo de trabajadores o la exigencia de libertad de los detenidos luego de una represión. Nora también es la presencia habitual en los juicios de lesa humanidad que enfrentan los genocidas.
Pero además, enseña a mirar el mundo con ojos de resistencia. A Kurdistán, al desierto marroquí, a Chile, a Honduras. Allí donde se expresa con violencia la falta de un derecho va Norita con su lucidez y su abrazo solidario. El año pasado, en el marco del reclamo por el aborto legal en nuestro país, también se posicionó en favor del derecho a decidir.
—¿Por qué tu apoyo a la causa por la legalización del aborto?
—Creo que el cuerpo de la mujer es propiedad de cada una. Con el aborto las mujeres pobres mueren y no es posible, porque cuando una mujer se hace un aborto es porque las circunstancias la llevaron. Nadie va a hacerse un aborto alegre y desprejuiciadamente. No puede ser que las mujeres mueran y dejen niños huérfanos por ser pobres. Tenemos que tener un estado de igualdad para que todas se puedan realizar el aborto cuando crean que es necesario.
Pero además de la marea verde, Norita abrazó el feminismo como una forma de repensar su propia experiencia. A partir de la búsqueda incesante de las hijas y los hijos desaparecidos, quedaron relegados aquellos mandatos de mujer abocada a la vida doméstica. “El feminismo no es uno solo, es de acuerdo a la persona y a las circunstancias. A veces hay mujeres que se acercan al feminismo después de muchos años, como yo por ejemplo, que no era feminista porque no entendía el feminismo hasta que vi que tenía más deberes que derechos, y que no era así”, cuenta.
“En cada pueblito de la república hay un grupo de mujeres que tratan de compartir las inquietudes. La posibilidad de los encuentros de mujeres es lo que hace avanzar esa conciencia. Porque hay que tener una conciencia de libertad para ser feminista. Y de a poco se va adquiriendo. Este país es muy machista, patriarcal y no se puede salir de un día para el otro” reflexiona.
“Norita, Norita, Norita corazón, acá tenés las pibas para la revolución” canta un grupo de santafesinas agitando sus pañuelos verdes. Nora les devuelve una reflexión desde el escenario: “Las Madres fuimos feministas sin saberlo, porque salimos a la calle a enfrentar a los militares genocidas sin medir nada. Dejamos la casa, dejamos de tener en horario la comida, de tener la mesa puesta”, recuerda. “Éramos desobedientes civiles que enfrentamos la furia de los represores”.
Madres de la Plaza
Desde 1976, la dictadura militar, civil, eclesiástica y económica decretó el silencio sobre los crímenes de lesa humanidad que cometía. Fueron aquellas “locas” que nunca dejaron de buscar a sus hijas e hijos las que hicieron de la Plaza de Mayo el espacio de resistencia para alzar la voz. La historia militante de Norita y de sus compañeras empieza así, codo a codo, buscando la verdad en la cara del poder, en la plaza histórica de las movilizaciones sociales.
Una y otra vez, Norita se reconoce como parte de una historia colectiva, que es también la historia de Otilia Acuña, de Queca Kofman y de muchas Madres más. Aquellas mujeres no sólo socializaron su maternidad, sino también el dolor inconmensurable que produce la ausencia ante una desaparición forzada. “Fuimos con nuestra herida y creo que al haberla compartido fue más leve”, piensa Nora. “Lo que nos había pasado no tenía dimensión, porque una decía ‘mañana lo vamos a encontrar, mañana va a aparecer, mañana va a venir’. Era todo mañana”.
“Muchas veces cuando caminábamos en la Plaza nos mirábamos y decíamos ‘por qué se llevaron a nuestros hijos’. Se los llevaron porque lucharon por una patria libre, por una patria con justicia social. Y después: ‘para qué se los llevaron’, y nos volvíamos a mirar. Se los llevaron para implementar estas políticas neocoloniales. Por eso las madres recogimos las banderas de lucha de nuestros hijos e hijas”, dice.
—¿Cómo sigue el reclamo de Memoria, Verdad y Justicia en este contexto?
—Primero exigiendo la apertura de los archivos, tanto los que tiene la iglesia como la civilidad. También que los jueces abran sus gavetas y digan a quiénes entregaron los bebés apropiados en el cautiverio de las madres embarazadas. Ya es hora, pasaron 40 años. Y después a los gobiernos exigimos “no al pago de la deuda externa”: basta de pagar lo que no consumimos. No podemos ciegamente cumplir con esos documentos que fueron firmados a espaldas del pueblo. Decimos no a los agrotóxicos, no a las fumigaciones que envenenan la población, no al extractivismo salvaje que destroza las tierras y destruye la potencialidad que tenemos con el agua potable. Tenemos que defender las comunidades indígenas que nos enseñan muchas cosas que descuidamos, como el medioambiente. Decimos no a la baja de la edad de imputabilidad, y pedimos leyes para la juventud, de protección y no de abandono.
Norita enseña con su ejemplo que el amor vence al odio, y que la memoria colectiva es poderosa frente al olvido. “Los sueños de justicia social de nuestros hijos e hijas siguen vigentes para nosotras” afirma. En tiempos donde nuestro continente resiste, el “Venceremos” que Nora repite tras más de cuarenta años de lucha significa una esperanza, y también una certeza.