Las peripecias del viaje y la estadía de la banda sabalera en Asunción del Paraguay.
“Mirá si pinta alguna, si abren las puertas o algo y podemos entrar a la cancha” decía Juan antes de llegar a Recreo.
A veces, la fe nos asalta y nos tranquiliza y nos dice que vamos a conseguir lo que queremos. No importaban los kilómetros que iba a tener que empujar el auto para cruzar la frontera ni que el lugar para dormir sea el trapo de Scarafía desplegado en la arena de una playa de Asunción, él sabía lo que tenía que pasar para entrar a ver a Colón finalista de una copa internacional. Aunque es músico y toca en Los del Palmar, está sin laburo fijo y fue apenas con lo que tenía: algo de saldo en una tarjeta de crédito y unos mangos más.
Cuando sus compañeros de viaje se encontraron con Juan a la vuelta del partido, lo primero que les dijo fue: “¡No saben lo que me pasó!”. Su historia se viralizó como la del “gordito” que estaba vagando hacia el fan fest y recibió una entrada regalada por un paraguayo generoso que además lo acercó en el auto hasta el estadio, como el señor canoso que, jarra de metal y vaso en mano, convidaba con agua fresca a la negrada que iba escalando las cuadras empinadas del barrio Obrero lubricada en transpiración. Les guaraníes se refrescaban con tererés de agua helada y yuyos picados en morteros grandotes.
Un nene con la remera de Cerro Porteño ajustando la curva de su panza y cantando “La cumbia de los trapos” de Yerba Brava, un taxista consolando a los subcampeones y la gente del barrio gritando “fuerza hermanos”. El mismo cariño que demostró la gente de Ex Alumnos, el equipo de San Antonio de Obligado que el año pasado perdió contra Colón por Copa Santa Fe pero que igual cobró el premio, que fue donado desde barrio Centenario para que pudieran comprarse un colectivo para viajar a jugar: a quien frenaba le pedían una foto, le convidaban torta asada, agua o vino fresco, siguen agradecidos por aquello y nos contuvieron por el 3 a 1 a la vuelta. No hay con qué darle, el mejor resultado que puede dejar un partido es la hermandad entre los pueblos.
La madrugada antes del partido, la Costanera que se mantiene a lo largo de la avenida José Asunción Flores era un campamento sabalero. Arriba, a los que pudieron dormir se les veían los pies desbordando las cajas de las chatas o se los adivinaba acurrucados en las carpitas que ponían donde se podía, igual que los que eligieron bajar a la playa. Las veredas, las galerías, los kioscos, las plazas, por todos lados había gente cantando, sacándose una selfie con la cartelería de la final, agradeciendo un favor.
La gente que, como aquel que bendijo a Juan, no puede ofrecer tanto como una entrada, convidó igual todo lo que podía, como esa familia que cayó a la Costanera a repartir botellas de agua en un día que va a ser recordado por el show de Los Palmeras tanto como por el calor que hizo antes de que salgan los equipos a la cancha. Cantidad de gente que llevaron de onda hasta donde se podía entrar, “asaditos” entre sabalés e hinchas del Olimpia, el club que alojó al plantel de Colón, y el recuerdo de otras noches de copa que ya ocupan buen espacio entre las credenciales rojinegras.
Muchos de los que entraban iban grabando un video del momento, aunque no lo iban a poder subir porque el roaming internacional anduvo bastante flojo, y se adivinaba que adentro iba a haber para reírse y para llorar, porque iban entrando abuelas y abuelos con pelucas o vestidos de jeque árabe, una chica con un atuendo flamenco y las banderas estampadas con los nombres de quienes alientan desde un más allá.
Faltando unas dos horas y media para el partido, las tribunas estaban llenas a más no poder, el karaoke con el que se iba animando el momento cada vez se iba desmadrando más cuando les hinchas arrancaban canciones de Colón en vez de las que decían que iban a interpretar. No faltaron los trapos de siempre ni los menos frecuentes como el de las filiales de Río Negro y la de San Pablo.
El cielo se estaba poniendo blancuzco y el rumor de la tormenta maduraba a amenaza posta, no le importó a la hinchada que no paró de cantar ni tampoco, en algunos casos, se persiguió por la advertencia de que se iban a hacer controles de alcoholemia: en el baño, un gringo intentaba sacarse la chupa debajo de la canilla. Al final, se pudo rescatar y volver para cantar con el primero de los grupos que salió a escena para terminar de levantar la previa con una banda que tocó con bombos y trompetas las bases de temas para que agiten los sabaleros, mientras daban una vuelta completa a la cancha.
Enseguida, los ecuatorianos de La Vagancia y Los Palmeras salieron para cantar canciones alusivas a los equipos en un show que en dos minutos cincuenta segundos expuso la identidad musical y cultural de Santa Fe para toda Argentina y los otros 179 países adonde se transmitió la final. “El bombón” y, sobre todo, “Soy sabalero”, fue el momento en el que todo el estadio comulgó en una declaración de pertenencia, ni a Cacho Deicas le entraba la sonrisa en la cara, ni nosotros podíamos calmarnos, ni sentarnos ni parar de desatarnos la garganta a gritos. Sí se tuvo que venir abajo el cielo para apagar esa sensación de que estábamos hirviendo de pasión.