Macri deja un legado: el blanqueo de la ultraderecha.
Nunca le dio el pinet. Al tarambana nunca le dio el pinet. Embarcó a toda su banda de amigotes y gerentes inexpertos en una empresa que quedó demasiado grande. Fueron por el bronce y quedaron apenas como un catálogo de memes. Varios se llenaron de plata o llevaron agua para sus negocios, pagaron con el oprobio. Hicieron todo mal, en todas las áreas. Todo, en todas las áreas. Jamás se vio una combinación tan compacta de avaricia, impericia y arrogancia. Pudieron emular a sus verdaderos próceres, a los Mitre, los Roca. Pudieron construir una oligarquía con cierta sustentabilidad. Con el tiempo y el apoyo cerrado de los factores de poder real, tuvieron la chance de reconstruir de pies a cabeza toda la sociedad. Terminaron pidiendo la escupidera. No pudieron garantizar las condiciones de su propia reproducción. Son el único gobierno de Sudamérica que perdió su reelección. Son los peores de la historia.
Su legado es una cloaca. No por la infraestructura (inexistente), sino por cómo transformaron el sistema político. Macri, Pichetto, Carrió, Cambiemos hicieron transparente un profundo, vertebrado y cenagoso discurso de derecha. Comenzaron con la defensa de la meritocracia, siguieron con la doctrina Chocobar y la celebración de las represiones en las protestas sociales y terminaron pidiendo meter bomba y volar las villas. El odio matanegro dejó las calles, llegó al Palacio, tuvo su reconocimiento y ahora se consolida y toma carta de derecho propio como oposición.
Las falsedades de 2015 ya no están más, la ultraderecha –esa es la categoría que hoy le cabe a Cambiemos, ser una fuerza de ultraderecha– se exhibe como tal, es masiva y ese es un dato nuevo de nuestra democracia.
Más que otra cosa, el 40% que votó a Macri en las elecciones generales representa más un rechazo al peronismo y al kirchnerismo en particular. El 32% que lo votó en las primarias sí es tropa propia. Es un error creer que la vuela el viento, o que una bonanza económica la puede disolver. El orden político y la moral ciudadana en la cual se encuadran tiene otras coordenadas, que Macri representó a la perfección. Son los mismos que celebraron linchamientos o que defendieron las salvajes subas de tarifas.
Y son los mismos que votaron a Cambiemos en 2015. La mancha amarilla es exactamente la misma, apenas decreció en la provincia de Buenos Aires, Rosario y algunas zonas de Entre Ríos. Así se volcó la balanza en otra dirección.
Hay en esa mancha muchos argentinos cuya única relación con la pobreza está mediada por el dinero, el terror o la repulsión. Pagan al trapito, a la mujer prostituida o al dealer, cruzan de vereda rápido si se les acerca una visera o desprecian cualquier proximidad con los negros. Macri representa al clasismo matanegro, forjado en decenas de movilizaciones desde 2003 a la fecha. Es una tropa activa, decidida y furiosa. No se debe menospreciar –¡otra vez!– en su poder de fuego callejero y en la decisión que tienen para sus demandas. Hace cuatro años se justificaban como trabajadores que pedían ahorrar en dólares y que no les cobren impuesto a las ganancias. Ahora serán ciudadanos indignados por cómo la Justicia lleve adelante las causas de corrupción o por cómo los impuestos se usen para que los pobres no se hundan en la miseria.