Un clásico argento: deuda externa y fuga de divisas.
Cambiemos llegó en 2015 y de entrada levantó el control de cambios –el horroroso “cepo”– y, progresivamente, cualquier tipo restricción a la entrada y salida de dólares. Al mismo tiempo, consiguieron apoyo legislativo pleno para tomar deuda y pagarle a los fondos buitres todo lo que querían. Con ese apoyo legislativo siguieron emitiendo deuda a roletes. Tanta que al final nadie más les quiso prestar y tuvieron que acudir al FMI. El saldo fue un aumento de 96 mil millones de la deuda externa (sólo del Estado nacional) y un crecimiento de su peso en relación con el PBI del 52% al 80%.
Con 26.769 millones de dólares perdidos, 2019 ya es el segundo año con mayor fuga de capitales
Semejante endeudamiento no tuvo ningún sentido. No se tradujo en infraestructura. Mucho menos se explica con la justificación que ofreció el gobierno anterior: que usó esos fondos en su mayoría para pagar deuda vieja. El grueso de los pagos que debió efectuar el macrismo fueron causados por la deuda que tomó durante su propia gestión. El peso de deuda que dejan a partir de 2020 es materialmente impagable: el gobierno debe afrontar pagos por un valor de 60.923 millones de dólares.
El verdadero sentido de este brutal endeudamiento fue uno solo: la liberalización del cambio y de la entrada y salida de capitales, más el permiso para no liquidar divisas en el país para los exportadores. El mismo proceso fue largamente documentado por diversos estudios económicos sobre los modelos de la dictadura y del menemismo. Cuando se libera la entrada y salida de dólares lo que sucede es una sola cosa: entra deuda y salen dólares al exterior. Deuda y fuga, en Argentina, fueron sinónimos desde 1976 a la fecha. Con Macri se fugaron más de 81 mil millones de dólares del país. Ostenta el triste récord de tener el año con mayor fuga de capitales, 2018, seguido de 2019. Pero de 2019 hay datos hasta octubre, todavía puede quedar en el primer puesto.