Ni está asfixiado, ni es innovador, ni mueve la economía: el sector rural solo disputa renta.
Un mito no se impone por la repetición constante del repertorio de sus variaciones, tanto como una idea no es un vapor de palabras compartidas. Esa ramplona concepción de cómo funciona la conciencia termina convirtiendo al discurso político en una inútil arenga que sólo excita a los convencidos. Eso es lo que aburre de las redes sociales y de Víctor Hugo Morales.
Para la cultura patriarcal, mucho más importante que Tinelli cortando tangas en el horario central de la TV es la simple división entre varones y mujeres que todas las prácticas deportivas trazan desde que en la infancia el juego se transforma en competencia. Para la represión y el clasismo, mucho más determinante que la sección de Policiales regodeándose con “Mente de Pollo” es la granítica división que las propias ciudades y los patrulleros ejecutan sobre la vida humana: hay quienes en su vida han cruzado Lamadrid, de un lado y del otro. Las moratorias jubilatorias hicieron mucho más por la autonomía y la libertad de decisión de la mujer que decenas de seminarios de la UBA. El menemismo no es la pizza con champagne, es el viaje a Disney para los 15.
Las ideas son acciones o, mejor, al revés, las ideas son acciones como ideas. Como reza la cultura occidental desde hace milenios, por los frutos los conoceréis. Siguiendo en esa línea: no se reza porque se cree en Dios, se cree en Dios porque primero se reza.
La larga serie de valores sobre el campo argentino y la vida rural tiene antecedentes más profundos que el abierto apapacho de los medios de comunicación desde 2008 al presente. El campo es el Martín Fierro en las escuelas y en la obra de Borges, es la carne del asado donde se cocinan los varones, es el corcho quemado y el zapateo en el acto escolar y los jinetes criollos demoliéndose la columna en Jesús María para el aplauso de los gringos pasados de salamín, es el recuerdo de tu santo abuelo capataz y su santo patrón estanciero, es el horario de ingreso al trabajo prácticamente en todo el país: al pedo, pero temprano. La “batalla cultural” no se juega la división de la pantalla entre Alfredo De Ángeli y Cristina Kirchner hace 12 años, sino en el sinnúmero de prácticas, instituciones, ritos y –también– palabras con las cuales nuestro quehacer se constituye dentro de ese mito.
Ese error político que se llama “batalla cultural”, desde 2008 en adelante, parece estar saliendo de la agenda del gobierno nacional. En este sentido, la serie de refutaciones que a posterior se presentan son inútiles si lo que se busca es disolver un mito, el del “campo” en este caso. Sirven para reasegurar la propia creencia o para llegar a quien esté ahí nomás, en una zona de proximidad. Y sirven también, llegado el caso, para pensar con qué estrategias de acción material, con qué prácticas se puede ir dinamitando ese sujeto social tan conservador, regresivo y nuestro. La historia argentina puede escribirse como una nota al pie de la historia del reparto de la renta agraria. No quiero morir siendo una nota al pie.
1. El paro del campo
Paro hacen los trabajadores y no los dueños. Cuando un dueño decide no vender se llama lock out. Y el campo, como tal, no existe. Esta es la parte más dura del mito. No hay unidad entre una familia con una hectárea de lechuga, un porteño con cinco mil hectáreas que no sabe ni donde quedan y un tambo al borde de fundirse en el norte santafesino.
En el caso específico del lock out de cuatro días que ahora hace el “campo”, es en favor de 14 mil tipos que producen mil toneladas de soja anuales, o más. Tipos que facturan por exportación 300 mil dólares anuales, o mucho más, 200 mil limpios después de pagar las retenciones. A esos 14 mil tipos se les sube de 30% a 33% las retenciones.
El campo es esa oligarquía, la mejor manera de disolver este mito es, justamente, la forma en que se instrumentó la medida actual, a diferencia de la aberración que quiso imponer el entonces ministro de Economía Martín Lousteau, en 2008, que igualaba a todos con el mismo rasero.
Las retenciones 2020 nacen segmentadas para los sojeros: menos de 500 toneladas ya reciben (grandes) compensaciones. La propia forma del nuevo sistema produce el corte estructural. Hay 23 productos que pagarán menos si son exportados y 18 pagarán lo mismo, 19 si se suman los sojeros que producen entre 500 y mil toneladas. En esa quirúrgica segmentación no sólo se distribuye mejor la plata, se divide la unidad del campo.
2. El campo está asfixiado
Usemos un indicador indirecto, el índice Hilux, para reflejar cómo varió el poder adquisitivo del campo respecto del resto de los mortales, a partir de cómo fueron variando las ventas de vehículos cero kilómetro. No hace falta recordar que durante el gobierno de Mauricio Macri se redujeron las retenciones mientras a la vez se devaluaba, algo que nunca jamás pasó en la historia argentina. De hecho, siempre se subieron retenciones mientras se hizo una devaluación: ante la ganancia extraordinaria por la exportación, se cuidaba que el valor de los alimentos se mantuviese más o menos estable para el mercado interno. Macri rompió todo y así los alimentos desde el 2015 a la fecha se fueron por las nubes.
Pero volvamos. Entre 2015 y 2019 la venta de vehículos nuevos cayó un 28,6%. Sin embargo, la venta de Toyota Hilux –la chata rural emblema– cayó apenas un 8,9%. La pérdida del poder adquisitivo evidentemente fue mucho menor que en el resto. Pero, a la inversa, cuando el poder adquisitivo mejoró un poco en la crema social y las ventas de coches nuevos crecieron (entre 2015 y 2017), la suba fue 39% en general pero sólo 23% en las Hilux. ¿Por qué? Es simple: la demanda de esas chatas es limitada a las personas que las usan. Esto indica dos cosas: primero que no están tan asfixiados en su poder adquisitivo y, segundo, que cuando le va mejor su derrame es muy limitado.
3. El campo mueve al país
Sólo el 5,4% de todos los trabajadores privados en blanco son del sector agropecuario. Es completamente marginal en la generación de empleo. Bajo Cambiemos, mientras la levantaron con pala, apenas generaron 8300 nuevos empleos en blanco, en todo el país, en cuatro años. Mientras tanto, el desempleo crecía a lo bestia. Ni siquiera las ganancias extraordinarias repercutieron en la construcción, la mejor inversión que pueden imaginar para sus excedentes: el empleo registrado de ese sector cayó 12,9% durante el gobierno anterior.
El campo no mueve al país, la historia reciente lo ha probado y esa es la diferencia específica entre la potencia del reclamo en 2008 y en la actualidad. Hoy se nota más que nunca que el paro es de la abundancia. ¿Quién puede elegir no vender?
No se contó dentro de la generación de empleo rural al trabajo en negro ni al trabajo esclavo, donde son verdaderos campeones. Si hay una estrategia para disolver varios fragmentos del mito rural, esa estrategia es, de una vez por todas, la sindicalización efectiva de los trabajadores rurales. La muerte del capanga de la UATRE, Gerónimo Venegas, dejó una vacancia que necesariamente debe intervenirse. Hasta que el trabajo rural no sea trabajo regulado, decente y protegido, los descansados herederos patrones no se revelarán como lo que son y seguirán encarnado el fantasma de sus deslomados bisabuelos campesinos.
4. El campo es innovador
Desde que en 1996 el hoy canciller Felipe Solá autorizó los cultivos transgénicos, el campo –su sector mayoritario y hegemómico– se mantiene en grandes trazos bajo el mismo modelo. Se terceriza el trabajo, los grandes dueños se la rascan en la ciudad, los pueblerinos alquilan y mueren de cáncer y el mando económico real queda en manos de quienes venden el paquete de semillas y agrotóxicos.
Hasta ahí llegó el famoso espíritu innovador del campo. Vale, sí, rescatar detalles: los fabricantes de vino generaron centenas de vinos de mesa de calidad, exportaron mejor y uno se cree enólogo delante de las marcas en el supermercado; los matarifes de cerdos lograron insertar todos los cortes del animal en el mercado y las carnicerías de cerdos llegaron hasta a ocupar coqueto lugar en el bulevar Gálvez.
Pero la verdadera innovación, por la propia y a duras penas, es la que están llevando adelante las organizaciones de horticultores de la economía social, con perfil agroecológico. Esas nuevas –ancestrales– formas de producir comida buena sin venenos ahora son prioridad para el gobierno nacional. No alcanza con el crédito, el subsidio. Necesitan canales de comercialización sólidos. Necesitan apoyo estructural hasta llegar a ser exportadoras. Necesitan ocupar las franjas libres de agrotóxicos que rodean a urbes, poblados y escuelas rurales y que todavía no existen.
5. El aire puro del campo
Las tasas de cáncer, patologías neurológicas y malformaciones fetales que está registrando la Facultad de Medicina de Rosario en los pueblos rurales de Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba deberían ser prueba suficiente para establecer que el modelo agropecuario basado en transgénicos y herbicidas está destruyendo vida y naturaleza. El tamaño de la intoxicación que se está generando ya se traduce en la carne de los peces del Paraná. La cantidad de agrotóxicos por hortaliza es asombrosa, el uso de químicos prohibidos hace tiempo en otros países del mundo también.
El edén rural se ha extinguido –también a fuerza de tala para la ganadería–, pero todavía perdura como imaginario. El avance de organizaciones no ambientalistas dentro de estos temas es fundamental: el sindicato docente, defendiendo a los maestros rurales, le propinó un mazazo judicial y simbólico al modelo agrotóxico en Entre Ríos. Los productores defendieron la fumigación de escuelas o, en su defecto, el cierre de las mismas. La introducción de una campaña sanitaria oficial nacional se revela como imperativa: las cifras epidemiológicas deben oficializarse de una vez para que la masacre en curso pueda empezar a parar.