Byung Chul Han, Naomi Klein, Yuval Noah Harari, Judith Butler, Slavoj Zizek y Franco Bifo Berardi: seis reflexiones sobre el primer evento planetario, simultáneo y decisivo de la humanidad.
Se dice que el asombro, la duda y las situaciones límite son los tres estimulantes básicos de la reflexión filosófica. El coronavirus ofrece todos esos estimulantes mientras revela, al galope de los contagios y la muertes, cómo el estado de excepción es el corazón real del orden político, cómo en cada sensible individualista liberal con intenciones progresistas late un Leviatán que demanda espada y respiradores del Estado, cómo el mercado es la forma de gobierno más impotente ante las emergencias, cómo la cuarentena se viste de clase social, cómo la nacionalidad sigue regulando las diferentes respuestas que se dan a lo largo del globo.
Desde el ascenso de China como referencia a las respuestas de Donald Trump en un período electoral, desde las biotecnologías de control a una globalización cuestionada, pasando por el comunismo y el New Deal Verde: rescatamos fragmentos de textos de seis pensadores que reflexionan sobre como la humanidad enfrenta el primer evento planetario, simultáneo y decisivo de su historia.
Byung Chul Han
La emergencia viral y el mundo de mañana
En comparación con Europa, ¿qué ventajas ofrece el sistema de Asia que resulten eficientes para combatir la pandemia? Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado. Y no solo en China, sino también en Corea o en Japón la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa. Sobre todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial enorme para defenderse de la pandemia. Se podría decir que en Asia las epidemias no las combaten solo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos. Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado. Los apologetas de la vigilancia digital proclamarían que el big data salva vidas humanas.
La conciencia crítica ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente. Apenas se habla ya de protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y Corea. Nadie se enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos. Entre tanto China ha introducido un sistema de crédito social inimaginable para los europeos, que permite una valoración o una evaluación exhaustiva de los ciudadanos. Cada ciudadano debe ser evaluado consecuentemente en su conducta social. En China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las redes sociales le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy peligrosa. Por el contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines al régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos obtiene un visado de viaje o créditos baratos. Por el contrario, quien cae por debajo de un determinado número de puntos podría perder su trabajo. En China es posible esta vigilancia social porque se produce un irrestricto intercambio de datos entre los proveedores de Internet y de telefonía móvil y las autoridades. Prácticamente no existe la protección de datos. En el vocabulario de los chinos no aparece el término “esfera privada”.
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En Wuhan se han formado miles de equipos de investigación digitales que buscan posibles infectados basándose solo en datos técnicos. Basándose únicamente en análisis de macrodatos averiguan quiénes son potenciales infectados, quiénes tienen que seguir siendo observados y eventualmente ser aislados en cuarentena. También por cuanto respecta a la pandemia el futuro está en la digitalización. A la vista de la epidemia quizá deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien dispone de datos. Cuando Europa proclama el estado de alarma o cierra fronteras sigue aferrada a viejos modelos de soberanía.
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La digitalización elimina la realidad. La realidad se experimenta gracias a la resistencia que ofrece, y que también puede resultar dolorosa. La digitalización, toda la cultura del “me gusta”, suprime la negatividad de la resistencia. Y en la época posfáctica de las fake news y los deepfakes surge una apatía hacia la realidad. Así pues, aquí es un virus real, y no un virus de ordenador, el que causa una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en forma de un virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al virus se explica en función de esta conmoción por la realidad.
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China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo. Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza. Y los turistas seguirán pisoteando el planeta. El virus no puede reemplazar a la razón. Es posible que incluso nos llegue además a Occidente el Estado policial digital al estilo chino.
Yuval Noah Harari
El mundo después del coronavirus
La humanidad está enfrentando una crisis global. Tal vez, la más grande de nuestra generación. Las decisiones que el pueblo y los gobiernos tomen en las próximas semanas le darán forma al mundo en los años por venir. No sólo le darán forma a nuestros sistemas de salud, sino a nuestra economía, nuestra política y nuestra cultura. Debemos actuar rápido y con decisión. Debemos tener en cuenta las consecuencias a largo plazo de nuestros actos. Cuando escogemos sobre alternativas, debemos preguntarnos no sólo cómo superar el desafío inmediato, sino en qué tipo de mundo vamos a habitar cuando pase la tormenta. Sí, la tormenta va a pasar, la humanidad va a sobrevivir, la mayoría de nosotros seguiremos vivos, pero habitaremos en mundo diferente.
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Muchas medidas de emergencia a corto plazo se volverán una constante. Así son las emergencias. Aceleran los procesos históricos. Las decisiones que en tiempos normales tomarían años se toman en cuestión de horas. Tecnologías sin maduración, incluso peligrosas, son puestas en servicio porque los riesgos de no hacerlo son aún mayores. Países enteros sirven como conejos de indias en experimentos sociales de larga escala. ¿Qué pasa cuando todos trabajan desde casa y se comunican sólo a distancia? ¿Qué pasa cuando las escuelas y universidades pasan al online?
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El peor lado es que esto le dará legitimación a nuevos y terroríficos sistemas de vigilancia. Si sabés, por ejemplo, que hice click en Fox News y no en CNN, eso te puede decir algo de mi visión política y tal vez de mi personalidad. Pero si podés monitorear qué pasa con mi temperatura, presión y frecuencia cardíaca mientras miro un video, podés saber qué me hace reír, qué me hace llorar y qué me hace enojar mucho.
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Una parálisis colectiva parece haber tomado a la comunidad internacional. Parece no haber un solo adulto. Era lógico esperar, hace unas semanas, que hubiera una reunión de emergencia de los líderes globales para tener un plan de acción. Los líderes del G7 apenas han tenido una videoconferencia, de la que no surgió ningún plan. En otras crisis globales –como la crisis financiera de 2008 o la epidemia de Ébola en 2014–, Estados Unidos había asumido el rol de líder global. La administración actual abdicó de ese rol de liderazgo.
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La humanidad tiene que tomar una decisión. ¿Va a tomar el camino de la desunión o el camino de la solidaridad global? Si elegimos la desunión, no sólo se va a prolongar la crisis sino que probablemente resulte en catástrofes todavía peores en el futuro. Si elegimos la solidaridad global, habrá una victoria no sólo sobre el coronavirus sino contra todas las epidemias y crisis que en el futuro puedan asaltar a la humanidad del siglo XXI.
Slavoj Zizek
El Coronavirus es un golpe a lo Kill Bill sobre el capitalismo y podría llevar a una reinvención del comunismo
Se escuchan muchas especulaciones sobre cómo el coronavirus podría llevar a una caída del orden comunista en China, de la misma manera en que (como el mismo Gorbachov admitió) la catástrofe de Chernobyl fue el evento que disparó el fin del comunismo soviético. Pero hay una paradoja aquí: el coronavirus también nos llevara a reinventar el comunismo, sobre la base en la confianza en el pueblo y la ciencia.
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Una amenaza global da lugar a la solidaridad global, nuestras pequeñas diferencias se vuelven insignificantes y todos trabajamos juntos para encontrar una solución –y así estamos hoy en la vida real.
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El primer vago modelo de esta coordinación global es la Organización Mundial de la Salud, de la cual no estamos recibiendo la usual parafernalia burocrática sino precisas advertencias enunciadas sin pánico. Ese tipo de organizaciones deben tener mayores poderes ejecutivos.
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¿No es todo esto una clara señal de la urgente necesidad de reorganizar la economía global por fuera de la merced de los mecanismos del mercado? No hablamos aquí del comunismo vieja escuela, por supuesto, sino apenas de algún tipo de organización global que pueda controlar y regular la economía, tanto como limitar la soberanía de los estados nación cuando fuere necesario. En el pasado, los países fueron capaces de hacer esto ante el telón de fondo de la guerra, todos nosotros estamos ahora efectivamente aproximándonos a un estado de guerra médica.
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En un discurso reciente, el primer ministro húngaro Viktor Orban dijo: “No hay algo así como un liberal. Un liberal no es nada más que un comunista con un diploma”.
¿Cómo sería si lo opuesto fuera verdad? ¿Cómo sería si llamamos “liberales” a todos aquellos que se preocupan por nuestras libertades y “comunistas” a quienes entienden que sólo podemos salvar esas libertades con cambios radicales, ya que el capitalismo global se aproxima a una crisis? Entonces, deberíamos decir que, hoy, aquellos que todavía se reconocen como comunistas son liberales con un diploma –liberales que han estudiado seriamente por qué nuestros valores liberales están bajo amenaza y que entienden que sólo un cambio radical puede salvarlos.
Franco Bifo Berardi
Crónica de la psicodeflación
En Nero. Traducción: Caja Negra Editora
La Tierra ha alcanzado un grado de irritación extremo, y el cuerpo colectivo de la sociedad padece desde hace tiempo un estado de stress intolerable: la enfermedad se manifiesta en este punto, modestamente letal, pero devastadora en el plano social y psíquico, como una reacción de autodefensa de la Tierra y del cuerpo planetario. Para las personas más jóvenes, es solo una gripe fastidiosa.
Lo que provoca pánico es que el virus escapa a nuestro saber: no lo conoce la medicina, no lo conoce el sistema inmunitario. Y lo ignoto de repente detiene la máquina. Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la economía, porque sustrae de ella los cuerpos. ¿Quieren verlo?
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Un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la máquina, porque los cuerpos ralentizan sus movimientos, renuncian finalmente a la acción, interrumpen la pretensión de gobierno sobre el mundo y dejan que el tiempo retome su flujo en el que nadamos pasivamente, según la técnica de natación llamada «hacerse el muerto». La nada se traga una cosa tras otra, pero mientras tanto la ansiedad de mantener unido el mundo que mantenía unido al mundo se ha disuelto.
No hay pánico, no hay miedo, sino silencio. Rebelarse se ha revelado inútil, así que detengámonos.
¿Cuánto está destinado a durar el efecto de esta fijación psicótica que ha tomado el nombre de coronavirus? Dicen que la primavera matará al virus, pero por el contrario podría exaltarlo. No sabemos nada al respecto, ¿cómo podemos saber qué temperatura prefiere? Poco importa cuán letal sea la enfermedad: parece serlo modestamente, y esperamos que se disipe pronto.
Pero el efecto del virus no es tanto el número de personas que debilita o el pequeñísimo número de personas que mata. El efecto del virus radica en la parálisis relacional que propaga. Hace tiempo que la economía mundial ha concluido su parábola expansiva, pero no conseguíamos aceptar la idea del estancamiento como un nuevo régimen de largo plazo. Ahora el virus semiótico nos está ayudando a la transición hacia la inmovilidad.
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En Facebook hay un tipo ingenioso que posteó en mi perfil la frase: «Hola Bifo, abolieron el trabajo».
En realidad, el trabajo es abolido solo para unos pocos. Los obreros de las industrias están en pie de guerra porque tienen que ir a la fábrica como siempre, sin máscaras u otras protecciones, a medio metro de distancia uno del otro.
El colapso, luego las largas vacaciones. Nadie puede decir cómo saldremos de esta.
Podríamos salir, como alguno predice, bajo las condiciones de un estado tecno-totalitario perfecto. En el libro Black Earth, Timothy Snyder explica que no hay mejor condición para la formación de regímenes totalitarios que las situaciones de emergencia extrema, donde la supervivencia de todos está en juego.
El Sida creó la condición para un adelgazamiento del contacto físico y para el lanzamiento de plataformas de comunicación sin contacto: Internet fue preparada por la mutación psíquica denominada Sida.
Ahora podríamos muy bien pasar a una condición de aislamiento permanente de los individuos, y la nueva generación podría internalizar el terror del cuerpo de los otros.
¿Pero qué es el terror?
El terror es una condición en la cual lo imaginario domina completamente la imaginación. Lo imaginario es la energía fósil de la mente colectiva, las imágenes que en ella la experiencia ha depositado, la limitación de lo imaginable. La imaginación es la energía renovable y desprejuiciada. No utopía, sino recombinación de los posibles.
Existe una divergencia en el tiempo que viene: podríamos salir de esta situación imaginando una posibilidad que hasta ayer parecía impensable: redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo. Igualdad, frugalidad, abandono del paradigma del crecimiento, inversión de energías sociales en investigación, en educación, en salud.
No podemos saber cómo saldremos de la pandemia cuyas condiciones fueron creadas por el neoliberalismo, por los recortes a la salud pública, por la híper explotación nerviosa. Podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos.
Pero, por el contrario, podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar: solidaridad social, contacto, igualdad.
El virus es la condición de un salto mental que ninguna prédica política habría podido producir. La igualdad ha vuelto al centro de la escena. Imaginémosla como el punto de partida para el tiempo que vendrá.
Naomi Klein
Capitalismo coronavirus, y cómo vencerlo
Ya conocemos el guión. En 2008, la última vez que tuvimos un derrumbe financiero, las mismas malas ideas de salvatajes sin límites para las corporaciones estuvieron a la orden del día, mientras que la gente común del planeta pagó el precio. Y aún entonces era predecible. Trece años antes, escribí un libro llamado “La doctrina de shock”, describiendo la brutal y recurrente táctica de los gobiernos de derecha. Después de un evento de shock –una guerra, un golpe, un ataque terrorista, un crash del mercado o un desastre natural–, explotan la desorientación pública, suspenden la democracia, empujan políticas radicales de libre mercado que enriquecen al 1% a expensas de los pobres y la clase media.
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Sabemos cuál es el plan de Trump: una doctrina de shock pandémica, con todas las ideas más peligrosas, desde privatizar la seguridad social a cerrar las fronteras y encarcelar todavía más migrantes. Qué carajo, hasta puede intentar cancelar las elecciones. Pero el final de esta historia todavía no se escribió. Es un año electoral. Y los movimientos sociales y los políticos insurgentes ya están movilizados.
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La clave es el New Deal Verde. En vez de rescatar las industrias sucias del último siglo, debemos apoyar las limpias que nos darán seguridad en el nuevo siglo. Si hay algo que la historia nos enseña es que los momentos de shock son muy volátiles. O perdemos mucho terreno, somos esquilados por las elites y pagamos el precio por décadas, o ganamos victorias progresistas que parecían imposibles unas pocas semanas antes. No es tiempo para perder coraje.
Judith Butler
El capitalismo tiene sus límites
En Verso. Traducción: La Vaca
El virus no discrimina. Podríamos decir que nos trata por igual, nos pone igualmente en riesgo de enfermar, perder a alguien cercano y vivir en un mundo de inminente amenaza. Por cierto, se mueve y ataca, el virus demuestra que la comunidad humana es igualmente frágil. Al mismo tiempo, sin embargo, la incapacidad de algunos estados o regiones para prepararse con anticipación (Estados Unidos es quizás el miembro más notorio de ese club), el refuerzo de las políticas nacionales y el cierre de las fronteras (a menudo acompañado de racismo temeroso) y la llegada de empresarios ansiosos por capitalizar el sufrimiento global, todos dan testimonio de la rapidez con la que la desigualdad radical, que incluye el nacionalismo, la supremacía blanca, la violencia contra las mujeres, las personas queer y trans, y la explotación capitalista encuentran formas de reproducir y fortalecer su poderes dentro de las zonas pandémicas. Esto no debería sorprendernos.
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Claramente desesperado por anotarse los puntos políticos que aseguren su reelección, Trump ya ha tratado de comprar (con efectivo) los derechos exclusivos de los Estados Unidos sobre una vacuna de la compañía alemana, CureVac, financiada por el gobierno alemán. El Ministro de Salud alemán, con desagrado, confirmó a la prensa alemana que la oferta existió. Un político alemán, Karl Lauterbach, comentó: “La venta exclusiva de una posible vacuna a los Estados Unidos debe evitarse por todos los medios. El capitalismo tiene límites”.
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La desigualdad social y económica asegurará que el virus discrimine. El virus por sí solo no discrimina, pero los humanos seguramente lo hacemos, modelados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo. Es probable que en el próximo año seamos testigos de un escenario doloroso en el que algunas criaturas humanas afirmarán su derecho a vivir a expensas de otros, volviendo a inscribir la distinción espuria entre vidas dolorosas e ingratas, es decir, aquellos quienes a toda costa serán protegidos de la muerte y esas vidas que se considera que no vale la pena que sean protegidas de la enfermedad y la muerte.
Todo esto acontece contra la carrera presidencial en los Estados Unidos dónde las posibilidades de Bernie Sanders de asegurarse la nominación demócrata parecieran ahora ser muy remotas, aunque no estadísticamente imposibles. Las nuevas proyecciones que establecen a Biden como el claro favorito son devastadoras durante estos tiempos precisamente porque Sanders y Warren defendieron el “Medicare para Todos”, un programa integral de atención médica pública que garantizaría la atención médica básica para todos en el país.
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Aunque Warren ya no es una candidata y es improbable que Sanders recupere su impulso, debemos preguntarnos, especialmente ahora, ¿por qué seguimos oponiéndonos a tratar a todas las vidas como si tuvieran el mismo valor? ¿Por qué algunos todavía se entusiasman con la idea de que Trump asegure una vacuna que salvaguarde la vida de los estadounidenses (como él los define) antes que a todos los demás?