A 18 años del estreno de Los Simuladores, publicamos por primera vez esta entrevista completa a uno de sus protagonistas: Diego Peretti.
El Tarta, Emilio Ravenna o Guillermo Montes. Diego Peretti es una figura reconocidísima de la actuación argentina gracias a haberle prestado el cuerpo a personajes inolvidables. También es psiquiatra, aunque no ejerce hace casi 20 años, justamente, para la época de Gasoleros.
También pateó muchísimo el teatro, claro, el ámbito por donde un actor regularmente empieza: “Me acuerdo de que en el ámbito de la medicina nadie te preguntaba cómo estabas, y yo venía cargado emocionalmente a eso de los 22 años. Cuando empecé en la escuela de Raúl Serrano fue el otro extremo: nos la pasábamos preguntándonos si habíamos llorado o no, ¡nos vivíamos poniendo pajeros de nosotros mismos!” dice explotando en risas.
Durante la época lamentable en la que Pablo Avelluto degradó el cargo de Ministro (después Secretario) de Cultura de la Nación, Peretti se mostraba disconforme con la tilinguería constante en el Teatro Colón y con el desinterés total por gestionar el capital simbólico nacional: “La cultura de un país es como una política de estado, no está corrupta por la ideología. La cultura es como un sello, en otros países conocen a Argentina por el fútbol y por las crisis políticas cuando deberíamos ser conocidos por nuestras películas, sus obras, sus miniseries, hay un gran potencial realmente”.
Respecto a cómo venía la cosa pre 2015, dice: “Mirá, yo simpatizaba con la ideología del gobierno anterior al macrismo… obviamente que aborrezco todo lo que tenga que ver con la corrupción y esas cosas. En lo que respecta a lo que a mí como artista me toca vivir, veía un proyecto, preocupaciones por temáticas nacionales, por terminar hasta los proyectos más chicos, como las miniseries. Pretenden que una ópera prima rinda lo mismo que una de Campanella, y no. Así los pibes se van a dirigir a Europa. Simple.» Pensando en 2020, una frase final se resignifica mucho: “Hay cosas, las que tienen que ver con dirigir un país, que no deben ser tratadas como negocios. Eso debe ser algo que lo debe asegurar el estado y al macrismo le da lo mismo cerrar un cine o un hospital”.
—¿En qué es lo primero que pensás cuando te digo “Santa Fe”?
—En las mañanas de cuando yo era chico y me levantaba los domingos temprano para ver las carreras de la Fórmula 1, en la época de Reutemann, era fanático de él. Como deportista, eh. También seguía me acuerdo a Guillermo Vilas y obvio que a Maradona.
Cuando se le pregunta qué sería de él si no se hubiera dedicado a la actuación, lo primero que dice es “futbolista”. Y eso que está recibido de psiquiatra. Pero la verdad es que es muy cebado de los deportes desde siempre, en 2018 hasta lo invitaron a comentar el Mundial de Rusia para TNT.
—¿Cómo fue tu "primer día de actuación"?
—Fui a una primera clase de teatro a la que llegué cargadito afectivamente, sin ganas de ir a la facultad, me sentía como en terapia intensiva y una vez que salí de ahí, volví a respirar solo. Me di cuenta de que eso no lo iba a abandonar más, me diera plata o no. Sentí una fuerza muy grande desde adentro mío que salí dije “aaah… boludo, ¡sí!”.
— Y vos, que hiciste personajes tan dispares, ¿cómo manejás ese ida y vuelta entre los modos del hacer reír y el conmover?
— La risa es más extrovertida, entonces se hace notar más, creo yo que a partir de que en situaciones humorísticas, el público se ve a sí mismo en perspectiva y ahí es donde explota. La gestualidad para conseguir un chiste es determinada y para conseguir el drama también tiene sus secretos, es menos excéntrica y más concéntrica. Nosotros en las obras que estamos haciendo ahora generamos que la gente se retraiga en sí misma. En el drama te das cuenta de que hay varios momentos en los que la tensión se va quebrando, primero, se empieza a escuchar que tosen, que se suenan la nariz o se tocan las caras. Después de un tiempo de sostener ese clima, ya se empiezan a quedar en silencio. Como cuando hice La muerte de un viajante, con Alfredo Alcón diciendo frases de Arthur Miller, me temblaban las piernas. Cuando salía bien, parecía que no había nadie, aún cuando había 500 personas, parecía que no había nadie.
—¿Y cuando no hay público?
—Bueno, en el cine hay que proyectar la expresividad hacia ese ojo que está quizás a diez metros y que después se va a ver en proporciones de cine. No es lo mismo verla en la compu que en una sala, te puedo asegurar que, si comparás, vas a ver a los actores con otros ojos después.
—¿Sos de mirarte o de pedir devoluciones a conocidos o cómo te monitoreás?
—Si el personaje es muy distinto a cómo soy yo pido permiso al director para verme al principio. Hay algunos que no te dejan, que te digo, salvo que seas Coppola... te acentúa la inseguridad propia de actuar. Me gusta poder hablar con él y desmenuzar cada escena, si esa mano levantada ahí no hace falta o esa ceja arriba o un gesto con la boca. Todo eso ayuda a construir mejores personajes.
Juan Taratuto (No soy yo sos vos y Papeles en el viento, entre otras…), Ariel Winograd (Sin hijos y El robo del siglo) y Damián Szifrón (además de Los Simuladores, estuvieron juntos en Tiempo de valientes), son los directores que primero le vienen a la mente cuando piensa en un ida y vuelta ideal con directores.
Peretti, descendiente de un papa (Sixto V), tiene 57 años y lleva una rutina bien activa respecto a la actividad física. No le pasa lo mismo con las redes sociales: «Aprovecho para aclarar que no tengo Twitter, Facebook ni Instagram, solo WhatsApp». Aunque sí cuáles de sus trabajos están disponibles en Netflix (se lo puede ver en Cuando mi madre mató a su padre y Wakolda), plataforma que el año pasado amagó con bajar Los Simuladores, pero que gracias al agite de los cultores de la serie vía redes, logró permanecer: “Me pone contentísimo de que, a pesar de que hayan pasado solo 14 años, Los Simuladores ya sean un clásico. Hay gente que trabaja muchísimos años y nunca tiene la suerte de poder participar en uno.”