El movimiento feminista visibiliza lo que nos falta para vivir libres de violencias.
El 8 de marzo sintetiza el trabajo que las organizaciones de mujeres y disidencias construyen en cada territorio durante todo el año. Los feminismos transforman por unas horas el espacio público en el escenario donde se cuentan los dolores, las broncas y las deudas pendientes. En un país como el nuestro, la palabra deuda equivale a crisis económica, a escurrir el ideal de soberanía entre decisiones que benefician a unos pocos, a ampliar la pobreza que enfrentan las liderezas de las ollas populares.
La deuda se inscribe en nuestros cuerpos. Son las demandas que se gritan en cada plaza, también el dinero que se recorta en los presupuestos diseñados para prevenir y erradicar las violencias machistas. Son los femicidios y los crímenes de odio contra las identidades disidentes; es la educación sexual integral siempre implementada a cuentagotas, es el cupo laboral trans que no termina de convertirse en realidad. Del otro lado, resistencia y organización feminista y popular.
Las columnas que avanzaban por General López llenaron la Plaza 25 de Mayo. El calor sofocaba, las botellitas de agua calentada por el sol iban de mano en mano. El humo verde y violeta de las bengalas se mezclaba con las demandas de los carteles. “La deuda es con nosotras”, fue el lema de la convocatoria de este 8 de marzo, atravesado por el femicidio de Fátima Acevedo en Paraná. La deuda es con nosotras y con Fátima, que pidió ayuda y no encontró respuestas.
Mujeres y disidencias de diversos puntos de la ciudad confluyeron en el centro político de Santa Fe, convocadas para gritar por el derecho a la vida: el verdadero derecho a la vida, el que excluye toda posibilidad de violencia. “Vinimos marchando con la consigna de que la deuda es con nosotras. Queremos la efectiva reglamentación e implementación de la ley de violencia de género nacional. Es necesario un sistema nacional de cuidados para que las compañeras de la economía popular puedan trabajar en condiciones más dignas”, dice Sofía García, de la Unión de Trabajadoras de la Economía Popular.
“Empezamos el año con 64 femicidios y queremos justicia, que se nos escuche, que podamos caminar por las calles libres y que no tengamos que estar pendientes de qué nos van a decir, de cómo nos van a mirar, de nada”, agrega Natalia Ayala, también trabajadora de la economía popular. Natalia cuenta cómo ella y sus compañeras se organizaron y hoy tienen una panadería con la que le hacen frente a la crisis.
Desde la feria organizada por La Poderosa y por la Unión de Trabajadores de la Tierra, Graciela Benítez cuenta cómo vivió la marcha: “Fue un agite, fue todo emocionante porque así tiene que ser para defender los derechos de la mujer y que nos dejen vivir”. La referenta de La Poderosa y trabajadora de la economía popular considera que la clave para atravesar la crisis es juntarse. “En la organización tenemos un comedor autogestivo, donde a fuerza de pulmón se le da de comer a las compañeras sábados y domingos”, explica. “También está funcionando una cooperativa, que es una rotisería y una panificadora donde hacen pan casero, tortas y salen a vender”, cuenta.
En la feria, Beatriz Gudiño, promotora de género de la Unión de Trabajadores de la Tierra, vende las verduras que produjo con sus compañeras. “La deuda es con las trabajadoras de la tierra porque somos las que producimos nuestros alimentos y muchas veces el Estado o nuestras mismas parejas nos van oprimiendo y excluyendo de cómo producir y en qué momento”, afirma Beatriz.
“El capitalismo, el patriarcado, el agronegocio también nos ha empujado a situaciones que tuvimos que buscar el modo de problematizar, porque somos violentadas, oprimidas, excluidas y muchas veces nos quedamos calladas. Pero ya no. Ahora estamos unidas y organizadas y estar hoy acá para nosotras es muy importante, para que sepan que también existimos”, manifiesta la joven productora, desde las entrañas del campo que resiste al glifosato y a la explotación.
También en la Plaza de Mayo, la trabajadora de la educación Mariana Carminatti, de Adul (el gremio de la docencia universitaria) sostiene: “Estamos con la alegría de sabernos juntas pero también con el dolor y la bronca por tantas muertes, por esto que tenemos que parar de alguna manera. Hoy el grito y la exigencia es de justicia, de que no haya nunca más una asesinada por el patriarcado”. Mariana refiere que hubo un gran acatamiento al paro por parte de las docentes de la universidad.
Tras participar de la marcha, Alejandra Ironici, activista trans y presidenta de Miser, afirma, en relación a la deuda con las compañeras travas: “nos falta la cuestión de salud, vivienda y trabajo y que se tome realmente de manera transversal en el feminismo”. “Sigue habiendo en relación al colectivo trans falta de sororidad en cuanto a la causa porque solamente se habla de mujeres, no pueden romper con esa cuestión binaria de la heteronormatividad", considera Alejandra.
"Cuando hacemos una movilización no tenemos esa misma impronta de acompañamiento del movimiento feminista en forma masiva. Son cuestiones que tienen que ver con romper la hegemonía que todavía está latente”, reflexiona. El paro de mujeres, la huelga de las precarizadas, de las amas de casa, de las trabajadoras de la economía popular, también es una instancia para visibilizar a quienes todavía se les niega el derecho al trabajo. En nuestra provincia, la reglamentación de la ley de cupo laboral trans es una deuda para un colectivo históricamente violentado.
Entre todos los carteles de la plaza, hay una pancarta que se extiende por primera vez: “La Revolución de las Viejas”. “Es para un sector que habíamos quedado un poco descolgadas, que nos representamos como las hijas de las Madres de Plaza de Mayo, que son los pañuelos blancos, y las madres de las chicas de los pañuelos verdes”, explican Marilyn Romero, Bibiana Nicolau y Elba Cardozo. Las mujeres que estrenan cartel lucen sus pañuelos plateados en las muñecas: “Es por las canas”, aclaran riendo.
“Nos une un objetivo común: pensar el rol de la mujer a partir de los 50 años. Nos aglutina un colectivo muy grande para trabajar los derechos, la salud, la educación sexual, la violencia familiar, la muerte digna, la vivienda compartida y pensar cómo cuidarnos entre nosotras”, destacan entre las demandas que vive esa población. Las mujeres explican que no se identifican con la vejez que se ejerce como una espera de la muerte, sino que aspiran a una vejez activa. “No queremos que nuestros hijos se hagan cargo de nosotras y tampoco queremos ir a un geriátrico”, dicen, e imaginan la solución colectiva de la vivienda compartida. También aclaran que no es la primera vez que marchan individualmente, aunque sí es la primera que la Plaza 25 de Mayo recibe su proclama compartida de revolucionar los mandatos de la edad.
La marcha del 8M habla de deudas; dice que el tiempo de cambiar las reglas de juego es ahora. Hasta que la igualdad de género sea una prioridad para quienes toman las decisiones, las calles estarán llenas de nuestras huellas andando de a dos, de a tres, de a mil. “Creo que el camino es largo, pero todas juntas y en la lucha lo vamos a lograr”, piensa Graciela detrás del puesto donde vende lo que produce. La militante de barrio Chalet sintetiza en una frase el por qué de la convocatoria: “Hoy vinimos a decir que no nos maten. Que vivas nos queremos”.