Por Leandro Wolkovicz.
El partido Demócrata de Estados Unidos da hoy un paso crucial hacia la elección de su candidato en las presidenciales de noviembre.
Hoy se celebran, en más de 14 Estados, las elecciones primarias del partido Demócrata, el lado progresista-liberal del férreo sistema bipartidista de los Estados Unidos. En ellas se elegirá al candidato o candidata que enfrentará en noviembre a Donald Trump, el mediático actual presidente y representante del partido Republicano, la opción más conservadora.
Las elecciones tendrán lugar en medio de un agitado clima político al interior del Partido Demócrata, caracterizado por el ascenso de Bernie Sanders, candidato de claro corte izquierdista, quien defiende medidas como una cobertura universal de salud pública, o la promesa de garantizar el acceso gratuito a la educación superior. Estas políticas, que parecen cotidianas en el escenario argentino, son consideradas revolucionarias en Estados Unidos, al punto de recibir el mote de “comunistas” por parte de las generaciones de estadounidenses mayores, criados a la sombra de la guerra fría y del miedo a los ataques nucleares. Estos “miedos” (alentados por los medios de comunicación concentrados) se exacerban cuando Bernie asegura financiar esas políticas aumentándole los impuestos a los millonarios.
Las generaciones jóvenes, sin embargo, no parecen incomodarse frente a las declaraciones de Sanders en las que admite identificarse como “socialista democrático”, referenciándose en la realidad política de los países escandinavos, y no de la ex URSS.
Joe Biden, perteneciente al ala “moderada” del partido demócrata, llega a las elecciones con el impulso de haber alcanzado la victoria el pasado sábado, cuando tuvo lugar la primaria demócrata en Carolina del Sur. Hay que recordar que en Estados Unidos, a diferencia de Argentina (donde son simultáneas), las primarias o “internas” se realizan escalonadamente a lo largo de varios meses, obligando a los candidatos a llevar a cabo una intensa agenda de campaña, visitando estados que de otra forma serían ignorados. Disputar una elección primaria en Estados Unidos requiere de un gran despliegue de recursos económicos, pero también de personas, cientos de miles de voluntarios, trabajadores de campaña y organizaciones de la sociedad civil.
Terciando en la disputa aparecen, por un lado, Elizabeth Warren, senadora progresista que defiende políticas muy similares a las de Bernie, pero que en las últimas semanas se vio envuelta en controversias a raíz de haber recibido millonarios aportes de campaña de “super PACs”, grupos de presión sostenidos por sectores económicos concentrados.
Otro competidor es Michael Bloomberg, tercero en las encuestas nacionales, el multimillonario exalcalde de Nueva York que invirtió millones de dólares en publicidad en los estados del “súper martes”, siendo acusado por los demás candidatos de “querer comprar la elección”. El empresario compite al interior del partido demócrata, a pesar de sus posicionamientos conservadores, y de haber apoyado en el pasado a candidatos republicanos.
Por último, Tulsi Gabbard, senadora hawaiana que sigue en la batalla a pesar de medir menos de un punto porcentual en las encuestas.
La revolución política de Bernie Sanders
Bernie Sanders, el candidato que encabeza los sondeos y que ganó el voto popular en tres primarias consecutivas (Iowa, Nuevo Hampshire y Nevada) es una figura extraña en la política estadounidense. En los ’80 fue alcalde de Burlington, en el pequeño estado de Vermont. Durante las últimas décadas, se convirtió en el único Senador Nacional independiente, de posiciones socialdemócratas pero sin pertenecer a ninguno de los dos partidos mayoritarios. Y en el 2016 se proyectó a la política nacional cuando decidió presentar su candidatura presidencial al interior del partido Demócrata.
Luego de meses de reñidas elecciones enfrentando a Hillary Clinton, en las que ninguno de los dos candidatos alcanzó una mayoría contundente, el “establishment” demócrata terminó inclinando la balanza a favor de Hilary en la Convención demócrata, en una jugada política fuertemente criticada por la opinión pública. Finalmente Bernie desistió de su candidatura y apoyó tibiamente a Clinton, dejando a muchos con la sensación de una elección robada, más aún cuando la senadora falló en triunfar frente a Donald Trump, a quien muchos demócratas habían subestimado.
Para las elecciones de 2020, Bernie Sanders comenzó a subir cada vez más en las encuestas, apoyado por una gran maquinaria política cimentada en la militancia territorial, y en la enorme popularidad de su propuesta insignia de campaña, el “Medicare for all”: la promesa de garantizar un acceso universal a la cobertura de salud en un país donde 44 millones de personas no pueden costearse un seguro, y donde las aseguradoras de salud son actores muy influyentes electoralmente.
Un factor importante del ascenso de Bernie fue el creciente apoyo de la población latina, el grupo demográfico que en los últimos años se convirtió en la minoría étnica más influyente de la política estadounidense, y que se volcaron masivamente por Bernie en las primarias de Nevada, otorgándole una victoria arrasadora. El apoyo de los latinos se vuelve central sobre todo en los populosos estados de California y Texas, los que más delegados disputan en la elección de hoy, y en los que Bernie encabeza las encuestas. En este proceso fue muy importante el apoyo de Alexandria Ocasio-Cortéz, joven promesa del partido demócrata. La congresista de origen latino, con apenas 29 años, fue tapa de los diarios por vencer a un poderoso líder legislativo demócrata e hizo campaña en el populoso barrio de Bronx, defendiendo los derechos de las minorías y de la clase trabajadora.
La oportunidad de Joe Biden
A pesar de la predominancia de Sanders, Joe Biden –el exvicepresidente de Obama favorecido por el establishment– recibió un importante impulso cuando Pete Buttiegieg (primer precandidato gay) y Amy Klobuchar, que venían tambaleando en las encuestas, declinaron sus candidaturas a favor del exvicepresidente. Esta jugada fue vista como un realineamiento del ala más “moderada” o centrista del partido (que para los parámetros argentinos sería considerada lisa y llanamente de derecha) frente al “peligro” del ascenso de Sanders. Sin embargo, Joe Biden cuenta además con el apoyo mayoritario de la población negra, que en algunos estados constituye más del 50% del electorado del partido demócrata, como en el estado de Carolina del Sur, que el sábado pasado le otorgó una aplastante victoria por más de 30 puntos de diferencia.
La renuncia de estos dos candidatos a favor de Biden se vuelve particularmente relevante si atendemos a una particular regla electoral de las primarias demócrata, según la cual cada candidato deberá recibir por lo menos el 15% de los votos para acceder al reparto de los delegados en cada uno de los distritos en los que compite. Resta por ver el verdadero impacto de esta jugada electoral, que sucedió apenas horas antes del “súper martes”.
De acuerdo a estimaciones de algunos analistas políticos, lo más probable es que Sanders, aunque alcance una mayoría simple de delegados, no conquiste la mayoría absoluta necesaria para asegurarse la nominación demócrata. Y que, al igual que sucedió en 2016, la candidatura deba ser decidida por los “super-delegados”, representantes del establishment del partido que no fueron elegidos en las primarias. Y tal vez, como cuatro años antes, se abra una grieta difícil de cerrar en el partido demócrata, que aumente exponencialmente las chances de que Donald Trump sea reelecto.