Por Trabajadores de la Escuela de Psicologia Social Enrique Pichon Rivière, Santa Fe, y la Asociación de Egresados de Reconquista.
Hace un par de días decíamos de la importancia de no acentuar la vivencia de soledad que se genera con la palabra “aislamiento”. Porque decir que es solidario no resuelve esa vivencia y porque en verdad sostenemos niveles de comunicación con múltiples estrategias que nos van permitiendo asumir un tiempo con características diferentes. Las vivencias de soledad, angustia, incertidumbre, pueden ser compartidas y entonces su peso no es el mismo; pueden ser transformadas a partir de formas creativas de comunicación. El aspecto que se releva cuando nombramos este tiempo con otras palabras, cuando remarcamos la necesidad del distanciamiento, de no tocarnos, abrazarnos, besarnos, pero a ese distanciamiento físico, además, le ponemos un tiempo, explicitamos que es temporal, no definitivo, colabora con la elaboración de esas vivencias que decíamos antes. Es verdad que este tiempo no tiene fecha de finalización, pero saber que es durante un cierto tiempo nos permite ir poniéndole ese final, aunque debamos ir corriéndolo según vayan siendo los resultados respecto a la emergencia sanitaria que es su razón de existencia.
Hace unos días decíamos que el cuidado mutuo debía ser puesto en el lugar de organizador de nuestras conductas: cuando me cuido, te cuido, nos cuidamos.
Hoy, cursando ya un nuevo día de la “cuarentena obligatoria” vuelve a ser importante focalizar en las formas de nombrar los procesos a los que estamos siendo sometidos. Así como es necesario que desde las distintas disciplinas científicas aportemos a la comprensión de los mismos y a la adaptación activa, esa forma en que Enrique Pichon Rivière nombró a la salud mental, planteando con ello una particular relación del sujeto con el mundo, relación de aprendizaje, de creatividad, de transformación mutua, de conciencia crítica.
Hablar por ejemplo de que es un problema de todos/todas, refiere a un hecho objetivo. Efectivamente es la sociedad entera la que está siendo afectada por la pandemia. El virus no discrimina color de piel, situación de clase, ideología, posicionamiento religioso, etc. Pero la sociedad en que vivimos sí. Y el coronavirus no ha igualado ni los espacios en los que debemos quedarnos para distanciarnos de los demás, ni el acceso a los medios mínimos que permiten el desenvolvimiento de la vida diaria de una persona o una familia (ni del techo, ni del agua, ni de los alimentos, ni de los transportes, por mencionar sólo algunos). Entonces, es efectivamente un problema de todos/todas pero al que debemos enfrentar de diversos modos, porque hay lugares de nuestras comunidades donde es necesario exigir el respeto a las decisiones gubernamentales; pero hay otras comunidades donde la asistencia a los más vulnerados requiere del protagonismo y la acción solidaria de organizaciones sociales. ¿Se trata de habilitar tácitamente la ruptura de la normativa que a todas luces significa una estrategia eficaz para esta etapa de la pandemia? NO. En todo caso se trata de recrear las relaciones interinstitucionales, de darle formas nuevas a esas relaciones que protagonizan y le dan características específicas a la vida cotidiana en cada barrio de nuestras ciudades y pueblos. Se trata de pensar nuevas tácticas para que las decisiones políticas tengan presencia activa en cada lugar.
En Santa Fe hubo una experiencia solidaria que marcó diferencia cualitativa respecto a este tema: el Comité de Solidaridad que se organizó durante la Inundación evitable del 2003. Permitió la asistencia en la etapa de la emergencia, así como también sostuvo la elaboración paulatina de los efectos psicológicos y vinculares durante varios años. Hoy, esta experiencia está queriendo ser reactualizada por varias organizaciones y nos estamos planteando diversas formas de acompañamiento a quienes sufren con mayores carencias esta pandemia. Las organizaciones sociales son las que pueden acercar a los sectores más necesitados la aplicación de las políticas públicas que emanan del Estado; no lo reemplazan, pero sí pueden convertirse en protagonistas y garantes de su aplicación.
Y hay otras diferencias que no conviene naturalizar, por ejemplo, no se trata de que haya quienes obedecen y quienes se rebelan con las medidas que se decide aplicar en cada etapa de esta emergencia sanitaria. Se trata de miedos, de miedos diferentes y de diferentes formas de afrontarlos. En cada conducta nuestra se ponen en juego nuestros aprendizajes previos y nuestra lectura del mundo, así de cómo pensamos/sentimos nuestro lugar en el mundo.
Estamos escribiendo ésto un 21 de marzo de 2020… a pocos días de conmemorarse un nuevo aniversario del inicio de una época siniestra, la de la dictadura cívico-militar que marcó a varias generaciones en nuestro país. Los miedos de muchos/muchas compatriotas cobran en estos días un espacio particular en las emociones, en los recuerdos, en sus/nuestras vidas. Diversas situaciones y multiplicidad de luchas son parte también de nuestras conductas, son parte de nuestros aprendizajes y por lo tanto emergen hoy en nuestras respuestas en esta emergencia.
Enrique Pichon Rivière encontraba en la intensidad de los miedos el motor de la resistencia al cambio.
Podríamos preguntarnos ¿qué miedos tenemos? Seguramente la vivencia dominante hoy está puesta en las situaciones atacantes, en un virus que ha venido a trastocar todos nuestros planes, nuestras formas de encuentro y también de desencuentro…, seguramente el miedo a la enfermedad se vincula (aunque casi no se menciona) con la posibilidad de una muerte anticipada. El miedo está puesto sobre una amenaza que nos ronda, de la que vamos teniendo registro diario y a la que queremos evitar a toda costa. Pero ese miedo está abonado con la vivencia de las múltiples pérdidas a las que nos va sometiendo y ayudado por la saturación de la información que vamos recibiendo, muchas veces promueve negación. Negar la realidad que acontece está detrás de las llamadas “conductas transgresoras”. La resistencia a quedarse en la propia casa es para muchos/muchas una forma de negar su vulnerabilidad. Tener, pertenecer a un sector social que pareciera no necesitar de nadie ni de nada que no pudiera conseguir por sus propios merecimientos, ha sido siempre la contracara de la vulnerabilidad. A la vez, ha generado comportamientos ligados de distintas formas a la impunidad.
La propiedad, la apropiación, esencia del sistema capitalista y particularmente en esta etapa de gran concentración de riquezas en pocas manos, ha generado en muchos/muchas comportamientos definidos desde el propio sentido de sus derechos. Hay quienes piensan la vida y su desarrollo sólo a partir de sí mismos y los demás son personas, instituciones, objetos a su servicio. Desde este posicionamiento el miedo a la pérdida cobra una dimensión particular y por lo tanto genera también una particular resistencia al cambio.
A la vez, ese sector social ha sido hoy el portador de una situación que implica grandes posibilidades de pérdidas. La pandemia no ingresó por los sectores tantas veces discriminados, no la trajeron los paraguayos, “bolitas”, negros, pobres, sucios, etc. No, esta vez al virus lo trajeron los sectores que pudieron acceder a viajes internacionales, viajó en avión, en cruceros; lo trajeron y anidó en primera clase, se expandió por los barrios más acomodados de la Capital Federal… Hay quienes no pueden reconocerse en esta vulnerabilidad, por eso la niegan. Es el miedo el motor de su resistencia aunque se la disfrace de muchos otros argumentos.
En otros en cambio, el miedo –y particularmente el pánico como decía también nuestro Maestro- promueve huida o violencia. El pánico se contagia porque nubla el pensamiento, porque confunde y acelera las ansiedades de pérdida y ataque y por lo tanto puede generar enojos que se proyectan sobre otros/otras. Y particularmente cuando toda la información nos sitúa en relación a un enemigo: “estamos en guerra”, “combatimos contra un enemigo invisible”, “es una lucha”, “denunciar a quienes incumplen la cuarentena”… efectivamente nuestra vida cotidiana se ha convertido en un campo de batalla.
¿Entonces, dónde encontrar la potencia que nos permita “planificar la esperanza”?
Necesitamos salir de esta lógica para comprender que nuestras acciones son interdependientes, que nuestras conductas son siempre en vínculos y que el distanciamiento físico temporal es imprescindible para que el virus no se propague. Nada más y nada menos que esto… Es decir, promover el pensamiento crítico como estrategia para comprender la situación, superar la fragmentación, la naturalización, la generalización (estrategias de la ideología dominante), para elaborar los miedos y diseñar estrategias colectivas y cooperantes de atender-NOS.
Podemos decir que el miedo nos ha igualado, sí, seguramente cada quien teme perder; pero una mirada más a fondo nos demostrará que el miedo seguirá diferenciándonos… Porque algunos/as temen perder lo conseguido y otros/otras temen no poder transformar la enorme desigualdad que se produjo en estos tiempos, es decir, temen no poder aprovechar la oportunidad para que las cosas cambien, que se de vuelta la taba…
Algunos/as temen no disponer lo necesario para satisfacer las necesidades a las que estaban acostumbrados/as. Pero para millones el miedo principal es a perder la vida por hambre antes que por el coronavirus.
Algunos temen quedarse en sus casas y aburrirse, o pelearse entre los miembros de la familia siempre acostumbrados a pocas horas de convivencia. Pero para otros/otras el miedo es a que sus penurias queden encerradas entre las paredes de su casa, que se desconozcan sus sufrimientos.
Hay quienes temen perder negocios, clientes, dinero; hay quienes temen quedar sin nada porque están perdiendo el trabajo.
Hay quienes son conscientes de la necesidad de cumplir con el distanciamiento obligatorio, por su seguridad y la de sus familias; pero son necesarios para atender en múltiples espacios que garantizan la vida de otros/otras. No sólo los espacios del sistema de salud, también los que hacen a las problemáticas sociales más acuciantes y cuyas tareas son sostenidas por trabajadores/ras en condiciones de precariedad laboral que vulnera también sus derechos.
Ahora bien, gran crisis y por lo tanto gran oportunidad….
Oportunidad de volver a pensarnos en cada familia, en cada organización, en nuestras comunidades, en los vínculos y formas de relación que venimos sosteniendo, ¡de comunicarnos!, de darnos el tiempo, de ejercitar la escucha, la atención mutua…
Oportunidad de poner en debate las políticas públicas, el rol del Estado, su tarea y su relación con lo privado y los privados… oportunidad de tomar la lucha por la salud en nuestras manos, de ser protagonistas de ese proceso.
Oportunidad de dar las discusiones necesarias –las formas de generación de la riqueza y su distribución, el cuidado del planeta-, porque nos obliga a repensar los argumentos y las estrategias…
Oportunidad de reconocer cómo se organiza el mundo, cuáles son las bases y el sentido de esa organización y poder esclarecer la diferencia entre la información que busca nuestra protección o la que busca la protección de los negocios del sector dominante; de reconocer la diferencia entre el objetivo que busca que aceptemos pasivamente un orden de cosas profundamente desigual y que quienes dominan pretenden extender con o sin coronavirus
Oportunidad de distanciarnos física y temporalmente de un semejante y por lo tanto, contradictoriamente, darnos la oportunidad de romper el aislamiento que venían promoviendo las formas instaladas de relación previas.
Oportunidad de restituir la mirada, la sonrisa, la música y la canción, como formas de “contacto a distancia”.
Oportunidad para repensar la asignación de tareas desde una perspectiva del cuidado mutuo, en clave de género.
En fin… oportunidad de cambiar… claro que ese cambio tiene una direccionalidad. Y éste es un desafío para los sectores populares.