La serie “Poco Ortodoxa” interpela el orden que impone una comunidad opresiva para una joven que busca decidir por sí misma en un viaje que la lleva a otro país.
“Dios esperaba demasiado de mí. Ahora necesito hallar mi camino”. Quien habla es una joven de 19 años, perteneciente a una comunidad jasídica residente en Brooklyn. Su nombre es Esther “Esty” Shapiro y, frente a un grupo de estudiantes de música en Berlín, responde a un interrogante clave: “te escapaste, ¿verdad?”. Entre una Nueva York opresiva y la búsqueda de su autonomía en la capital alemana, transcurre la narración de “Poco Ortodoxa” (Unorthodox, Alemania, 2020), una miniserie de cuatro capítulos disponible en Netflix que, por estos días, no deja de provocar lecturas sobre el universo social y cultural que exhibe con agudo propósito y de manera pormenorizada.
Entre el pasado inmediato y el presente (muy buen uso del flashback), el relato pone el foco en momentos trascendentales para la protagonista, interpretada con una sutileza extraordinaria por parte de la israelí Shira Haas. Alejada de su madre, criada por su abuela y con las férreas miradas de los y las mayores de su familia sobre su nuca, esta muchacha deberá acatar un matrimonio pactado por fuera de su voluntad. Es así como el guión sigue los pasos de las memorias Unorthodox: The Scandalous Rejection of My Hasidic Roots, escritas por Deborah Feldman, para desplegar todas y cada una de las tradiciones ultraortodoxas que rigen las vidas de quienes forman parte de un sector del barrio Williamsburg.
Desde las cabezas rapadas de las esposas, cubiertas por pelucas, las polleras por debajo de las rodillas y los brazos y los cuellos cubiertos, hasta las clases de educación marital –que bien podría entenderse por educación sexual acorde a la costumbre de su pueblo–, pasando por los rezos y una fiesta de casamiento que mantiene separados a los varones de las mujeres en todo momento, todo resulta agobiante. Y mucha más presión y dolor físico debe cargar Esty a la hora de cumplir con el mandato del coito con el único fin de la reproducción. Porque no será sexo desde el deseo, sino desde la imposición.
Desde una mirada de género, la interpretación sobresaliente no es otra que la de un patriarcado ancestral que anula la decisión propia; fundamentalmente, sobre el cuerpo. No solo para las mujeres sino también para los hombres, y para muestra de ello alcanza con analizar el perfil de Yanky (Amit Rahav), el joven marido, incapaz de hablar al margen de los mandatos que recibe por parte de su madre y todo lo dicho en los textos sacros. Pero mientras, su esposa sin previo aviso sigue el deseo de buscar su libertad en otro país, lo que la serie también desnuda es el reto que significa conocer, comprender y, luego, cuestionar un entramado cultural que tiene como pilar central la religión. Y tal es así, que Esty no reniega de su creencia y se manifiesta absolutamente consciente de ser bisnieta de víctimas del Holocausto, así como la misión de reparar el genocidio de seis millones de judíos a través de la procreación. Por esa razón, la interrupción del embarazo podrá ser opción, pero no será elegida.
En paralelo, esta joven mujer es amante de la música, pero esa también es una de las restricciones que debe sobrellevar. No casualmente, entonces, al llegar a Berlín se emociona al presenciar un ensayo dentro de un conservatorio y se propone seguir ese camino, el que le permitirá abrir sus alas desde el arte y también desde su subjetividad.
Y como una ironía del destino, la ciudad que tan funesta y dolorosa historia guarda para el pueblo judío será un mundo por descubrir en cada calle, en cada charla y en cada sensación que arroje descubrir lo diferente. Ahora bien, nada es tan sencillo en el argumento de “Poco Ortodoxa” porque como en toda historia de una huida hay alguien que persigue. Y al descubrir la desaparición de Esty, el rabino, sentado en la cabecera de la mesa familiar, ordena que su propio esposo y el primo bravucón Moishe (Jeff Willbusch) la busquen, la encuentren y la traigan de regreso. Mientras una se abre paso ante lo novedoso, los otros le siguen las huellas con lo cual el hilo narrativo se potencia y se afianza. Aunque la chica recién llegada a esa gran ciudad europea deberá abrir otra puerta: la del reencuentro con su madre y dentro de esa gran historia y tradición judaica hallar las raíces de su propia vida, que no es otra cosa que su capacidad de elegir y darle paso a su identidad.
Escrita por Anna Winger y Alexa Karolinski y bajo la dirección de Maria Schrader, la miniserie resulta una producción que se destaca –en la cosmogonía de las series propuestas por el referente del streaming– por lo ya dicho en función de describir e interpelar una comunidad dogmática con un estilo visual meticuloso y elocuente. Y por elegir un personaje femenino para llegar a ese cometido. Por ello, resulta fundamental la simbología que encierran dos escenas: el baño purificador como rito, previo a la consagración de su matrimonio, y la inmersión en un lago de Berlín que Esty lleva adelante siguiendo una necesidad personal. Primero como acatamiento al precepto y, luego, como liberación.
Es así como, también, el relato alcanza su punto de éxtasis poético en un canto que no surge de la garganta sino de toda una carga existencial impresa en el cuerpo y los sentimientos de la protagonista. Como el grito de su libertad.