Por Leandro Albani
Como muchos y muchas internacionalistas que llegaron a Rojava (Kurdistán sirio), eligió un nombre que no es real; en este caso, Albert, el apodo que utiliza en las redes sociales. Este joven catalán arribó hace menos de un año a un territorio en plena ebullición. Con algunas dudas al principio, que achaca a cierta formación que brinda Occidente, Albert ahora se encuentra en Kobane, la ciudad que en 2015 se convirtió en el principio del fin para el Estado Islámico (ISIS o Daesh). Durante más de dos meses, las Unidades de Protección del Pueblo (YPG/YPJ), las autodefensas militares kurdas, derrotaron al grupo terrorista que, todavía hoy, mantiene en vilo al mundo.
El proceso político y social que avanza desde 2012 en el Kurdistán sirio es conocido como la Revolución de Rojava. Con el conflicto interno desatado en el país en 2011, el pueblo kurdo, que históricamente habitó el norte del país, esperó paciente –como lo hace desde décadas atrás-, y un año después declaró la autonomía de la región. El gobierno de Damasco, desbordado en un principio por las masivas protestas, y luego por la proliferación de grupos terroristas, retiró a las fuerzas armadas de la zona y entonces los kurdos salieron a las calles a defender su revolución.
Dividido en cuatro países a principios del siglo XX, el pueblo kurdo se encuentra asentado en Turquía (20 millones), Irak (ocho millones), Irán (ocho millones) y Siria (entre dos y tres millones). Unos dos millones de kurdos se encuentran repartidos en la diáspora, principalmente en Europa.
En la actualidad, Rojava es un faro para los kurdos. En este territorio limítrofe con Turquía e Irak, los pueblos que lo habitan (no sólo kurdos, sino también árabes, asirios, turcomanos y hasta armenios) llevan adelante un sistema de autogobierno, tolerancia religiosa y étnica, y en el cual las mujeres son la fuerza principal de los cambios sociales.
A esa realidad llegó Albert, como también arribaron cientos de internacionalistas de diversos países para sumarse a una lucha múltiple, que tiene entre sus principales enemigos al propio Daesh y, principalmente, al Estado turco, que por estos días mantiene ocupadas ilegalmente varias zonas de Rojava.
El relato de Albert va desde sus impresiones más personales hasta los análisis más complejos que permiten entender a un territorio que parece muy lejano, pero que atraviesa pulsiones y resistencias que no son ajenas a los pueblos que reclaman libertad y justicia social en el resto del mundo.
—¿Cómo conociste y te relacionaste con el movimiento kurdo?
—Desde algo antes de 2015, oía hablar del movimiento kurdo, de la revolución que estaban desarrollando en Siria, y de los grandes cambios que allí se estaban dando. Pero fue en 2015, con la victoria de las YPJ y YPG sobre Daesh, tras meses de resistencia en la ciudad de Kobane, cuando realmente el tema se extendió en Catalunya, tierra de donde soy. A partir de ahí, mi interés fue creciendo en un proceso bastante paralelo a los movimientos sociales, que también empezaban a mirar hacia aquí.
Hasta unos años más tarde no me planteé la posibilidad de venir, en parte por dogmatismo, al no saber cómo afrontar el pacto que tenían las FDS con la Coalición Internacional, liderada por Estados Unidos. Fue el hecho de que personas cercanas a mí vinieran aquí, lo que me hizo dar el paso. El contacto con ellas, las discusiones y lo que me explicaban, tanto a nivel de desarrollo político como de la guerra y sobre la sociedad, me ayudó a desarrollar un conocimiento un poco más profundo y más alejado del dogmatismo inicial con el que me acercaba a ciertas contradicciones. A partir de que estas personas fueron a Rojava, también empecé a participar en el movimiento de solidaridad con Kurdistán en Catalunya, por lo que tuve acceso a más información y a conocer a más personas que habían estado aquí y conocían bien lo que está pasando.
—¿Tenías una militancia previa antes de conocer la cuestión kurda?
—Antes de venir a Rojava participaba activamente en la lucha obrera, siendo miembro de un sindicato combativo en Barcelona, además de participar en el movimiento por la vivienda. También tenía bastante relación con el Centro Social Okupado de mi barrio, en Barcelona. Anteriormente había participado del movimiento juvenil así como del estudiantil.
—¿Cómo fue tu llegada a Rojava y cómo fue relacionarte con los pobladores de la región?
—La recepción de internacionalista está bastante bien montada, porque de entrada llegas y convives, sobre todo, con otros internacionalistas, y a la vez vas teniendo contacto con la sociedad. Aquí hay muchas costumbres a las que al menos no estaba acostumbrado y, sabiendo esto pero no sabiendo concretamente qué era lo que no estaba bien visto aquí, tener la posibilidad de hablar con compas que llevaban más tiempo creo que fue positivo. Aún ahora, llevo poco más de seis meses aquí, no conozco todos los códigos de relación que tienen. Al principio, algo que me impactó bastante fue la forma de sentarse. Cuando visitamos familias o instituciones, hay ciertas cosas que están mal vistas y que en Catalunya son bastante normales. Por eso, al principio creo que fue positivo darle importancia a estos códigos, entenderlos y asumirlos, porque la revolución está basada en la cultura kurda y en las de Medio Oriente. No podemos llegar y no tener en cuenta las formas, códigos y costumbres locales.
Estas formas a veces contrastan con cómo hacemos en Catalunya, en cuestiones muchas veces debido a la influencia del liberalismo, pero en otras por diferencia en la cultura. Por ejemplo, aquí se considera de mala educación cruzar las piernas cuando te sientas. Pero todo tiene su razón. La cuestión estética es algo muy importante en la cultura revolucionaria kurda. Y no solo en la cultura “revolucionaria”, sino también en la cultura popular, aunque en determinadas cuestiones cuesta bastante distinguir una de otra, porque se retroalimentan continuamente. Particularmente, la postura corporal es importante, y tras algunos meses aquí y con estas dinámicas, no me puedo imaginar una reunión con gente “espatarrada” (como tirada, ocupando mucho espacio), levantándose a fumar, mirando el móvil, o mostrando formas tan obvias de desinterés. Creo que es algo con un trasfondo más grande del que puedo llegar a entender hasta ahora, pero con el tiempo estas cosas me parecen muy obvias, muy de sentido común. No me lo imagino de otra manera.
A la vez, esta dinámica responde a la concepción de la figura de la persona militante que existe y la importancia capital que tiene en la sociedad. Hay centenares de militantes de diferentes sectores de la sociedad y de todas las etnias, que son parte de diferentes organizaciones o estructuras que les han dado formación y experiencia, pero la ética revolucionaria es común por lo que la forma en que “son ejemplo” (cuestión muy importante en cuanto a la militancia aquí) es también común. Y esta forma de actuar en sociedad es uno de los factores comunes.
Al principio mi relación con la gente estaba siempre mediada por compas que sabían inglés, las más de las veces internacionalistas, con lo que al principio me costaba bastante establecer vínculos o tener conversaciones fluidas con los pobladores locales. Ahora, poco a poco, avanzando en el idioma, puedo considerar que estoy estableciendo ciertas relaciones por mí mismo. Especialmente con la juventud, por el trabajo que hago aquí, y creo que en esencia el espíritu de la juventud es el mismo en Rojava que en Catalunya.
Pero hay ciertas diferencias. Ahora estoy en Kobane, ciudad que hace cinco años fue durísimamente atacada por Daesh durante varios meses y que, finalmente, gracias a la resistencia especialmente de sus jóvenes y la ayuda de la guerrilla del PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán), fue totalmente liberada. Esto quiere decir que la mayor parte de los y las jóvenes tienen alguien en su familia o amistades que cayeron mártir en ese momento, o posteriormente, en la larga guerra contra Daesh. Y esto está asimilado. Los y las mártires son parte de la vida local y en la juventud esto está especialmente presente, porque la inmensa mayoría de mártires son hombres y mujeres jóvenes. Esta es una realidad que hoy en día en Catalunya no tenemos, y por tanto tiene un impacto que me resultó totalmente nuevo: cómo constantemente se explican historias de mártires y se toma ejemplo de aquello destacable que hicieron, o dijeron durante su vida. Además de las personas que mueren, todos los desplazamientos que en un momento u otro han tenido que hacer la mayoría de familias a causa de la guerra, también son una característica que identifica a la sociedad. Se habla mucho de “cuando estuve en Alepo o en Irak, o en Alemania, o en Bakur (Kurdistán en Turquía)”. Aunque vengamos a Rojava con cierto conocimiento de la situación, al llegar nos encontramos de cara con realidades muy duras, que no tienen comparación con la realidad de mucha de la población en Europa. Aunque también existen realidades muy duras en Europa que se ocultan bajo el manto de la “democracia”, como las muertes en el Mediterráneo o la realidad de los campos de refugiados.
—¿Cómo definirías el proceso político y social que se desarrolla en la región?
—Uno de los factores que más me está llamando la atención es cómo la comunidad kurda está, por fin, encontrando un lugar para vivir según su cultura, hablando su lengua y pudiendo desarrollar cualquier expresión artística, política o cultural. Pero aún tras tantos años de imposición turca, persa o árabe, no lo están haciendo sobreponiendo su cultura al resto de las presentes en el territorio. Realmente Rojava, como todo Medio Oriente, es un mosaico de pueblos, pueblos con miles de años de historia. Por lo tanto, con la fórmula que en Rojava se desarrolla, desarrollada por el líder del PKK Abdullah Öcalan bajo el nombre de “Nación democrática”, parece que por fin en Medio Oriente se ha encontrado una fórmula para la convivencia, y que parece ser el único camino hacia la paz en la región.
Aparte de esto, y viniendo como vengo del movimiento sindical, desde que llegué he querido saber cómo se desarrolla en la práctica lo relacionado con la producción y la legislación laboral, los derechos de la clase trabajadora y su capacidad de decisión, así como el impacto del trabajo asalariado sobre la sociedad. En ese sentido no se puede hablar de “Revolución” tal como se las conoció durante el siglo XX, porque no ha sido la clase trabajadora como sujeto la que se ha alzado contra la opresión del Estado, sino un movimiento organizado en base a la mujer y la juventud, poniendo a estos dos colectivos en la vanguardia de la revolución. Esto es algo ciertamente diferente a las revoluciones socialistas del siglo XX, como la Rusa o la Española, pero que no entra en contradicción con los principios que las guiaron hace un siglo, sino que los complementa. Y a la vez encuentra ciertos puntos en común con otros procesos revolucionarios, como el zapatista en México.
—¿Y cómo es el proceso entre los trabajadores y las trabajadores en Rojava?
—Ciertamente, la clase trabajadora local ha encontrado innumerables mejoras con la revolución, así como lo más importante: la capacidad de tomar decisiones sobre su trabajo. Aun así, existen empresas y centros de producción privados, como también ciertos campos de cultivo privados, un 20 por ciento del total. Pero este proceso no se hace según los sindicatos -como pudo hacerse en Barcelona en 1936-, sino con una organización en base a comunas basadas en pueblos o barrios, que, según los objetivos del proceso en marcha, tienen que ser quienes decidan sobre la producción: qué es lo necesario y el cómo hacerlo, siendo que las organizaciones obreras toman las decisiones relacionadas con sus derechos. Se están dando importantes pasos en este sentido aunque, como casi todo aquí, está constantemente en construcción.
—¿Cómo podrías describir el sistema que se intenta aplicar en la región?
—A nivel político, el sistema al principio puede resultar un poco complicado, pero es un sistema que potencia la participación de la sociedad, ya sea como parte de partidos políticos o como miembros de organizaciones o colectivos sociales. Por ejemplo, el movimiento de la juventud o el movimiento de mujeres, y a la vez a nivel territorial se participa a través de las comunas. Así todos los sectores de la sociedad encuentran sus espacios de participación. Obviamente, tiene sus carencias, pero con el sistema de crítica y autocrítica se trabaja en subsanarlos a medida que van siendo detectadas. Por lo tanto, se ha pasado de estar bajo el yugo de un Estado dictatorial a un modelo político de participación democrática, basado en la crítica a cualquier forma de organización estatal. Esto es un gran paso, que necesita de mucho aprendizaje por parte de la sociedad. Es por eso que cada día que pasa, va mejorando. Viniendo aquí desde estados capitalistas, tenemos la posibilidad de aprender modelos alternativos puestos en práctica, qué errores se han cometido y cómo se han subsanado. Es una oportunidad que no podemos desaprovechar si realmente queremos construir un mundo nuevo en cada rincón del planeta. A la vez, podemos aprender de cómo a nivel social reacciona la sociedad al aplicarse la democracia radical, aunque los contextos sean diferentes, pero ni en Medio Oriente ni en los países occidentales vivimos en regímenes realmente democráticos.
Por tanto, creo que no quedan dudas a la hora de definir este proceso como una revolución social, política y cultural. En los tres ámbitos está suponiendo cambios radicales que, si bien según las concepciones sobre el papel de teorías como el anarquismo o el marxismo quizás son un poco lentas, realmente los pasos que se dan son muy firmes, ya que es la propia sociedad la que los da, siendo que no se imponen ciertas cosas sino que se trabaja para que sean las propias instituciones radicalmente democráticas las que den esos pasos hacia el socialismo cuando el pueblo y las instituciones están preparadas.
—¿Cómo explicas la lucha de las mujeres en Rojava?
—Las mujeres son la vanguardia en la revolución. Pero esto no son unas palabras bonitas orientadas a la propaganda internacional de la Revolución de Rojava. Lo que he tenido oportunidad de conocer es el movimiento de mujeres en los ámbitos juvenil e internacional.
Me gustaría especialmente hablar del papel de las mujeres internacionalistas, pues es un campo que resulta bastante invisivilizado, al menos en terreno europeo. He tenido oportunidad de conocer dos estructuras internacionalistas, la Comuna Internacionalista, de la que soy miembro y que es parte del movimiento juvenil, y Jineolojî internacional, parte de la estructura de Jineolojî, que, formada íntegramente por mujeres, desarrolla la ciencia de la mujer generando nuevas formas de aprendizaje y conocimiento, superando los postulados dogmáticos de las ciencias positivistas.
La Comuna Internacionalista, como todas las estructuras en Rojava, cuenta con su propia estructura de mujeres, siendo que existen espacios autónomos de decisión y trabajo dentro de la estructura general de la comuna.
A nivel militar, también existen las YPJ internacional, encargándose de tareas militares de defensa del territorio y la revolución.
Por tanto, la imagen del internacionalista hombre, que toma las armas para defender la revolución kurda en Rojava, aunque existe y hay que valorarla, está sobre representada, tanto en medios de comunicación como en el imaginario colectivo de la izquierda. Un factor importante al que puede contribuir profundizar en el conocimiento y los valores de la revolución kurda, es romper estos estereotipos generados por la mentalidad patriarcal.
Pero fuera del ámbito internacional, el hecho de que todas las estructuras en Rojava estén formadas por una estructura general de la que forman parte hombres y mujeres, y una estructura únicamente de mujeres, genera un importante cambio de mentalidad: que la mujer es parte indiscutible en el desarrollo de la sociedad a todos los niveles. Esto es algo que el patriarcado ha intentado anular, tratando de relegar a la mujer a las tareas del hogar y sólo premiando en sus medios de comunicación a aquellas mujeres que, aun estando fuera del ámbito que el patriarcado ha impuesto, satisfacen las necesidades del sistema capitalista. Sólo estas, para el patriarcado, merecen respeto aunque ocupen posiciones sociales que se suponían para hombres, como la presidencia del Estado, altos cargos en empresas, fuerzas represivas, etcétera.
—¿Todavía es fuerte la influencia del patriarcado?
—Aunque la influencia machista aún está presente en la sociedad, se han dado pasos que difícilmente podrán ser revertidos. Cantidad de mujeres, por fin han demostrado su capacidad de liderar instituciones de una forma democrática, además de demostrase capaces de destruir al fascismo de Daesh en los ámbitos militar e ideológico. Han pasado de ser una parte despreciada y ocultada en la sociedad, a ser la columna vertebral de la misma. El impacto que esto genera en la mentalidad de toda la población es inmenso.
No podemos decir que esta sociedad, ni ninguna otra, haya superado el patriarcado, pero sí podemos decir que se han superado aspectos que hace 10 años resultaban impensables y, aunque el camino es largo, ya es, en cierto modo, inevitable que esta sociedad lo recorra. Algo que debemos observar atentamente en el resto del mundo si realmente queremos hacer una revolución que merezca tal nombre.
—¿Qué transformaciones personales tuviste en Rojava?
—El tema del trabajo personal, del autoconocimiento y de la construcción de la “personalidad revolucionaria”, es una constante en Rojava. Existen mecanismos dedicados exclusivamente para este trabajo, que se basan en las críticas y autocríticas en grupos de trabajo o convivencia.
La mayor parte de las transformaciones personales están relacionadas con las críticas que compas me han hecho -internacionalistas y locales-, y las autocríticas fruto del proceso de conocimiento personal que empecé. Así, el estar en contacto con la ética revolucionaria de Rojava es una guía única que no podemos desaprovechar.
En primer lugar, aquí, gracias a las críticas recibidas, estoy pudiendo identificar bastantes aspectos de la influencia que el patriarcado ejerce sobre mí, tanto en mi forma de relacionarme con las compañeras como con los compañeros, así como ciertos puntos de mi forma de ver y entender el mundo. En este sentido, se abre un nuevo camino a cambios personales que van desde comportamientos concretos hasta cuestiones más profundas, siendo que el patriarcado es un problema que afecta de forma global a toda nuestra vida y, por tanto, debemos ser capaces de identificarlo y trabajarlo para construir ese mundo nuevo que deseamos. La ideología de la liberación de la mujer debe impregnar todos los aspectos de nuestra vida y nuestra lucha.
También me estoy percatando de cómo me afecta lo relacionado con el dogmatismo, que se impone desde temprana edad en la escuela y que hace mella en nuestra forma de ver el mundo. Por lo tanto, tiene una importante afectación en nuestra ideología y concepción de la lucha.
Por otro lado, la concepción de la vida y la muerte es algo que me está cambiando. Si bien el liberalismo nos impone la concepción de nuestra vida individual como el “todo”, en contraste con la muerte que es “la nada”, la realidad de Rojava y el pueblo kurdo, que da mártires a diario por su liberación, genera un importante cambio en este sentido. Así, valorando más la vida que nunca, hoy por hoy comprendo que poner ese valor máximo que tiene cada persona en riesgo por aquello en lo que crees, no es algo descabellado, algo que no tampoco quita el miedo a morir. Pero comprendo mucho mejor las decisiones que grandes revolucionarios y revolucionarias han tomado a lo largo de la historia y en el presente. Es algo que me ayuda a entender el hecho de que la inmensa mayoría de jóvenes que he conocido son, o han sido, parte de estructuras militares para defender a su pueblo y la revolución, con lo que claramente su decisión es que antes prefieren perder la vida que vivir bajo opresión de nuevo, tanto a nivel individual como de pueblo.
—¿Qué imágenes y recuerdos tenés más presente de tu experiencia en Rojava?
—Sería difícil escoger qué recuerdos son los que tengo más presentes. Lo primero que me generó un gran impacto, tanto a mí como a todas las compañeras y compañeros con los que estaba, fue el primer cementerio de mártires que visité, el de la ciudad de Derik. Ver la cantidad de tumbas y pensar que tras cada una de ellas hay una historia, alguien que ha elegido luchar por la revolución, por los pueblos de Kurdistán y Medio Oriente, las mujeres, la juventud... Es algo que inevitablemente genera un fuerte impacto. Pensar que tras cada tumba hay una familia que ha perdido a un padre, una madre, una hija o un hijo, hermana o hermano... Pensar en el dolor y sufrimiento que esto genera en todo un pueblo, porque hasta ahora Rojava ha dado más de 11.000 mártires. Esto es un número muy alto para una población que oscila entre los cuatro y los siete millones de habitantes. Tras el de Derik, visitar el cementerio de mártires de Kobane también es algo emotivo aunque ya fui decenas de veces. En cada tumba hay una fotografía del o la mártir, lo que ayuda aún más a percatarse de la realidad de la muerte.
Algo que también me viene mucho a la cabeza es una familia que conocí cuando acababa de llegar a Kobane. Uno de los hijos de la familia, al unirse a las YPG tomó el nombre de Qehreman Partizan. En la lucha contra Daesh cayó mártir. Para seguir con su legado, el hermano menor de Şehid (mártir, en kurdo) Qehreman se unió también a las YPG y prosiguió en la lucha por la que su hermano había dado la vida. Para esto, tomó también el nombre de Qehreman Partizan. Tras un año combatiendo, cayó mártir. Recuerdo las fotografías de los dos hermanos, un montaje en el que aparecían los dos con sus uniformes de las YPG en un paraje idílico en las montañas kurdas; sus fotografías de mártir en un marco dorado (fotografía que el Consejo de las Familias de Mártires da a las familias de cada mártir), y muchas más fotografías colgadas de la pared en la sala de la humilde casa, situada en un pueblecito a las afueras de Kobane. Había varias niñas y niños en la casa, y recuerdo a la madre pasando de la alegría al llanto, pero llena de orgullo, mientras nos explicaba la historia de sus hijos.