Del aula a la virtualidad, la pandemia hace crujir los cimientos de un sistema educativo en crisis. Cómo pensar en procesos de calidad sin ampliar las brechas de la desigualdad.
La educación virtual era, hasta acá, un opción para quienes por diversas razones -horarios, distancias, costos- no podían hacer la cursada presencial de una carrera. En ese contexto, las universidades e institutos terciarios desarrollaron, con mayor o menor grado de complejidad y compromiso, sus plataformas digitales. La escuela, en tanto, más abocada a la contención social, nunca pudo –en gran parte por falta de decisión política– repensarse por fuera de la presencialidad exclusiva y excluyente.
Entre un modelo en crisis, con docentes agotados y explotados, y las nuevas formas de acceder al conocimiento por parte de los educandos mediadas por las tecnologías, transitaba la educación en el país hasta que una pandemia cerró las escuelas, las oficinas, las calles y nos obligó al confinamiento en nuestras casas.
Las escuelas cerraron pero las clases no pararon. Y ese es un nuevo problema para un sistema educativo ya colapsado que ahora debe, en muchos casos, empezar a pensarse desde cero. “Dar clases a distancia y de manera presencial son dos procesos diferentes que no pueden compararse”, explica Claudia Azcárate, profesora de Pedagogía y especialista en Educación en Entornos Virtuales. “Claramente virtualizar un proceso de enseñanza, de aprendizaje, no tiene que ver con intentar reponer en la virtualidad lo que se hacía de manera presencial, tiene que ver con pensar en otras cosas y sobre todo con volver a pensar el proceso de mediación pedagógica. En la presencialidad esa mediación la hace sobretodo el docente con su palabra, con lo que propone en clases, con cómo hace circular la palabra en el aula; en la virtualidad, en ese proceso de mediación, cobran más importancia otras cosas: los materiales educativos, los medios que se proponen o diseñan, los modos de interacción que se construyen, es un proceso diferente”.
Muchos docentes están encontrándose hoy, por primera vez, con el desafío de la virtualización de sus clases, y la mayoría de ellos y ellas se enfrentan a esto sin las herramientas materiales y pedagógicas para hacerlo. “Muchas veces, y en nuestras primeras experiencias en la virtualidad, lo que hacemos tiene que ver con ir tratando de hacer lo mismo que ya sabemos hacer con otros medios. En la medida en que vamos conociendo el lenguaje, los modos de narrar, eso se va volviendo una propuesta particular, que tiene una dinámica y tiempos diferentes”, señala Azcárate, quien además es Directora de Evaluación, Información y Planeamiento del Consejo General de Educación de Entre Ríos y forma parte del equipo de EduVirtual de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UNER. “Una buena propuesta virtual tiene que ver con una buena propuesta pedagógica y eso es igual en la presencialidad y en la virtualidad. En ese sentido, Pietro Castillo, uno de los próceres de la educación a distancia, decía que la mejor tecnología es la pedagogía”.
—Se está viendo que, en diversos contextos, ni docentes ni estudiantes tienen los conocimientos y herramientas para llevar este proceso adelante de forma exitosa. ¿Se puede pensar en este momento como un punto de partida para valorar e invertir en esos desarrollos? ¿Qué podemos hacer mientras tanto?
—Cuando la distribución de los medios tecnológicos es injusta, no podemos hacer una propuesta de educación a distancia masiva porque esto termina reforzando algunas desigualdades. No todos nuestros estudiantes tienen las mismas posibilidades de acceso, hay casas donde todos comparten un solo dispositivo, algunos solo pueden acceder desde un celular. Creo que una de las primeras reflexiones que podemos sacar –sobre todo en la escuela secundaria– es la importancia del Conectar Igualdad para una realidad como esta. Si hoy todos los chicos tenían una computadora personal, la situación hubiera sido diferente a lo que vemos ahora, donde hay estudiantes a los cuales no les ha llegado nada en estos días y están esperando fotocopias y cuadernillos impresos. Creo que la primera cuestión que debemos tener en cuenta cuando pensamos en universalizar este tipo de proceso es la necesidad de contar con las herramientas también de manera democrática. En los últimos años ese acceso a la tecnología se ha hecho cada vez más desigual; habíamos alcanzado cierto cierre de esa brecha pero lamentablemente eso se revirtió muchísimo y hoy la situación es muy desigual.
Azcárate resalta algunos aspectos positivos que se están viendo de este proceso, más allá de las notables dificultades que manifiestan tanto docentes como estudiantes. “Creo que esto nos está sirviendo para pensar en la burocratización del sistema educativo, se está poniendo de manifiesto que muchas cosas que se hacen en el papel no son necesarias en ese formato, que hay otras formas más rápidas y simples para todos. Estamos probando cosas que, si las pudiéramos planificar bien y con tiempo, funcionarían muy bien. Me parece que vamos a tener una base de experiencias interesantes sobre las que volver a trabajar”.
—La UBA definió postergar el inicio del cuatrimestre y no hacer uso de aulas virtuales, dando a entender que con esto quieren “preservar la calidad de la enseñanza”. ¿La educación virtual es de menor calidad? ¿Qué dicen las experiencias que hay sobre el tema?
—La calidad no tiene que ver con la presencialidad o la virtualidad, sino con la propuesta pedagógica. Si una clase presencial es un teórico con 500 estudiantes y la mitad se quedan parados o en el pasillo, ¿hasta dónde podemos decir que es una propuesta de calidad? Creo que nuestro sistema universitario tiene docentes de muy alto nivel y bases para construir propuestas de educación a distancia muy ricas. La UBA por ahí tiene una magnitud que le dificulta virtualizar todas sus cátedras. Hay carreras donde la virtualidad demanda cierta producción de contenidos que no se puede hacer de un día para el otro. Otras universidades sí lo hicieron, y lo que se hace no es pasar las cátedras a un formato de educación a distancia sino virtualizar contenidos en vistas de una emergencia, pero pensando en retomar el formato presencial en el segundo cuatrimestre.
Una escuela que acompaña
Autoridades y patronales pensando en cuánto estirar el ciclo lectivo para que no se pierda, en si se suspenden o no las vacaciones de invierno, en qué calificación ponerle a esta experiencia inédita, parecen estar fuera de contexto frente a una crisis mundial, de angustia, incertidumbre y miedos varios. Cómo puede seguir la escuela como si nada en este momento, cuando docentes, estudiantes y familias dicen no poder, no saber, no encontrar cómo; el rol de la escuela, ahora y a futuro, es una de las incógnitas que plantea este tiempo bisagra.
“El planteo desde la escuela es dar la oportunidad de seguir estudiando y aprendiendo, abrir los canales para sostener un proceso, pero no haciendo como si no pasa nada, porque sin dudas hay una situación de crisis, de angustia, de no contar con todos los medios”, explica Azcárate. “En la Facultad hicimos un sondeo para ver cómo se conectaban los estudiantes y un 20% dijo que sólo tenía el celular, entonces ¿qué nivel de productividad podemos pedirle a un estudiante que sólo puede leer los textos desde el celular?, lo mismo pasa en la escuela, hay algunas donde los alumnos tienen los medios y otros que viven en el medio del campo donde no llega nada y están esperando el cuadernillo impreso, y donde ni siquiera hay un adulto que acompañe ese proceso. Lo mismo pasa con los docentes: están planificando, corrigiendo, aprendiendo también a usar tecnología, mientras además cuidan a la familia, atienden su casa. Por eso no podemos hacer como si nada pasa, las situaciones son muy diversas”.
Acompañar con propuestas pero sin exigencias, contemplar particularidades, enfocar los aprendizajes como procesos y no como medios para llegar a un resultado, son algunas de las demandas de los actores principales del sistema educativo -docentes y estudiantes- en tiempos de aislamiento. “Estamos en una situación de mucho estrés, ansiedad, incertidumbre y en ese clima lo que intentamos hacer es sostenernos entre todos. Es importante que la escuela esté presente, eso también otorga tiempo de calidad para los chicos; que estemos todo el día sin nada para hacer tampoco me parece que sea la mejor circunstancia; pero también estar pensando en que hay entregar un trabajo, que no llegás con el tiempo, también es angustiante. Hay que encontrar ese equilibrio, que también es difícil, entre generar la oportunidad, abrir esos canales y, al mismo tiempo, no atosigar ni sobre exigir, tanto de directivos a docentes, como de docentes a estudiantes. No tendría sentido que esta experiencia se convierta en un como si en la educación en vez de pensarla como una oportunidad de encontrarnos, de sostener un proceso, de habilitar una experiencia diferente que resignificaremos cuando volvamos a encontrarnos en el aula. Es una experiencia inédita, una situación de emergencia donde cada uno está haciendo lo mejor que puede con lo que tiene. Hay que estar, sostener a la escuela y a la universidad pública en este contexto, porque también es una forma de defenderlas pero sin que eso se convierta en un teatro, tiene que ser una opción verdadera y productiva”.