Todas las mañanas me levanto cantando en mi cabeza, mientras le abro la ventana a la gata para que salga: “Todas las mañanas son iguales”, la primera frase de Sucio y Desprolijo, canción de Pappo, aunque yo canto la versión de Divididos. Y después, obvio, me pongo a pensar en “El día de la marmota” y en qué carajos hago desde tan temprano para que se termine el día, que es igual a todos los días.
Sin ánimos de romantizar la cuarentena, yo soy uno de los privilegiados para los cuales el aislamiento significa subir muchas historias a Instagram, hacerme tuitero, cocinar pan casero, filmar mi cuarentRena y trabajar desde mi casa, o sea, #HomeOffice. No significa salir con desesperación al banco a cobrar la jubilación o la AUH en medio de una pandemia, primero porque lo necesito, y segundo porque me dijeron que podía ir. Como estoy en el primer grupo me lo puedo tomar con humor y calma. Aunque ya no tenga tanta calma pero sí humor. De mierda, pero humor al fin y al cabo.
En un principio, parecía que la cosa no era tan diferente a lo que habitualmente es mi vida. De por sí paso bastante tiempo del día en mi casa haciendo lo mismo que ahora cuando no hay pandemias mundiales: procrastinar. La diferencia es que ahora no me da culpa porque veo que muches como yo están haciendo lo mismo.
No es que no haga nada en todo el día. De hecho, me convencí a mí mismo de que iba a aprender a editar videos para hacer historias hablando de semiótica y política, o de películas; y también que iba a dar clases copadas introduciendo herramientas digitales. Es impresionante la escasa tolerancia al fracaso que tengo. Lo intenté una vez y no era lo que parecía en los tutoriales. Desinstalé todo y me puse a jugar al Mario Kart. No sé desde cuándo se me da por ser un profesor copado. Ah, también me vi obligado a podar el patio, ya que el pasto estaba tan alto que tapaba a la gata. Bueno, usar una motoguadaña tampoco es tan fácil como te lo cuentan en el “Llame ya”. La televisión miente, chiques. Eso sí, que nadie me diga que no es un psicópata si nunca agarró una motoguadaña. Me sentí Tony Montana. Dicen que con la hidrolavadora pasa lo mismo.
Tengo todas las alarmas del celular anuladas. Al cuete porque me despierto todos los días antes de las 8 y con la gata encima para refregarme en la cara que ella sí puede salir. Todavía no perdí la noción de los días, aunque son todos domingos. O martes, qué más da, si ya no existe la obligación de nada. Y eso puede ser un problema hasta para el más garralapala de todes.
En una encuesta realizada por el prestigioso Centro de Investigaciones Sociopandémicos (CIS) de la Universidad de Ozark, Ohio, EE.UU., ante la imposibilidad de salir de su casa, la gente dice que se desobliga al cuidado de sí misma. En esa encuesta, un alto porcentaje de personas reconoció haber dejado de usar desodorante, corpiño y boxer y de bañarse todos los días, haber reemplazado la lectura por los especiales de Lavecchia en Youtube, tomar cerveza a la mañana, escribirle al o la ex, etc. En mi caso, creo que desde que empezó la cuarentena solo no me bañé un día, me emparejo la barba cada tanto, me hago cagadas en el bigote y solo usé tres remeras que fui rotando sistemáticamente. Ahora decidí empezar a usar camisetas de fútbol. Foucault se hubiese hecho un banquete con todo esto.
Pero tengo límites. Hay cosas que sé no voy a hacer ni en la más excepcional de las situaciones. No voy a hacer un vivo de Instagram haciendo pilates, no voy a hacer TikToks, no voy a aprender a cambiarle la rueda al auto, no le voy a decir pastel de papas al pastel de carne y no voy a salir a aplaudir a las 9 de la noche. Bueno, esto último no sé: capaz salgo a aplaudir para que dejen de aplaudir por cualquier cosa.
Igual, y aunque ustedes crean con razón que soy el tipo más intolerante del mundo, creo que está bien que cada une haga lo que pueda para pasar el aislamiento lo mejor posible. Al fin de cuentas, se trata de que no decaiga la voluntad, el entusiasmo. No ceder a la tentación del dejarse estar o, en el mejor de los casos, se trata de no aburrirse, como si eso estuviera mal.
¿Y por qué se tratará de no aburrirse? ¿Por qué está mal aburrirse, un poco, cada tanto? ¿Por qué tanto miedo a aburrirse o a perder el tiempo? ¿Por qué nos apesadumbra? ¿Qué problema hay con dejarse estar unos días? ¿Quién nos manda a tener la obligación de ser productives todo el día?
¿Por qué está mal ser un poco sucio y desprolijo, mientras mi cabeza sea eficaz? ¿Un poco ocioso, garralapala si lo prefieren, si me mantiene dentro de los parámetros establecidos para la cordura? ¿O ustedes prefieren que todas las mañanas sigan siendo iguales?