El gigante sudamericano está a la deriva en medio de una crisis sanitaria global que no tiene precedentes.
Hasta hoy la única variable que explica la cantidad de contagios y muertes a causa del coronavirus, es la anticipación con la cual los países del mundo declararon sus cuarentenas y el aislamiento social. Donde eso no sucedió, las escenas fueron terroríficas: miles y miles de tumbas nuevas, monstruosas fosas comunes, camiones frigoríficos para los cadáveres, recolección de cuerpos por las calles.
Así como en Argentina nos aterra pensar cómo sería este momento si el resultado de las elecciones de octubre pasado hubiera sido otro, a Brasil le tocó esta pandemia con Jair Bolsonaro como presidente. Entre sus subestimaciones del virus, al cual llamaba hasta hace poco “gripecita”; sus aseveraciones de que “los brasileños son fuertes y no les va a pasar nada”, de que la gente va a morir antes por no poder salir a trabajar y las arengas a su horda de fanáticos para que se manifiesten en las calles contra las cuarentenas estaduales, Brasil pasó ya los 23 mil muertos a causa del coronavirus y es el segundo país con más contagiados en el mundo (más de 350 mil).
El 15 de marzo, cuando el propio Ministerio de Salud de Brasil recomendó evitar las multitudes, Bolsonaro celebró en su cuenta de Twitter los actos que ocurrían en todo el país y que él mismo había convocado, aunque luego lo negara.
Al igual que el otro payaso del norte, que sugirió inyectar desinfectante y haces de luz para matar el virus, Bolsonaro está emperrado con la cloroquina, un medicamento usado para la malaria pero que aún no se sabe qué efectos puede tener en la lucha contra el Covid 19, por eso los expertos no la recomiendan y, en realidad, alertan sobre efectos letales ya que produce arritmia.
Bolsonaro está intentando impulsar un protocolo para que los médicos suministren esta droga a enfermos de coronavirus, lo cual ya le costó la renuncia de dos ministros de Salud que se negaron a semejante salvajada. Hoy las políticas sanitarias de Brasil están a cargo de un militar sin ninguna experiencia en el área. El domingo 17 de mayo, en Brasilia, un centenar de fanáticos bolsonaristas se acercó al Palacio de la Alvorada. Hubo grandes costillares para comer y el presidente se entusiasmó con una canción que coreaban sus seguidores: “Cloroquina, cloroquina, yo sé que tú me curas en el nombre de Jesús”.
En San Pablo, la octava ciudad más poblada del mundo, con 12,2 millones de habitantes (21 millones con su área metropolitana), las camas del sistema público de salud con unidades de cuidados intensivos están en un 90% ocupadas y las camas de enfermería en un 76%. El secretario municipal de Salud, Edson Aparecido, fue contundente: al actual ritmo de contagios, faltan sólo 15 días para que el sistema entre en colapso. Brasil, según su ex ministro de Salud, Luiz Enrique Mandetta, está lejos de haber llegado al pico de contagios que, según sus previsiones, será recién en julio.
El ex presidente Lula da Silva abandonó su moderación y fue tajante con la situación de su país: Bolsonaro está llevando a la población a un genocidio y por eso se pronunció a favor de iniciar un impeachment para sacarlo del poder.
El líder del del Partido de los Trabajadores también declaró: “Nos vamos a tener que radicalizar un poco más para hacer funcionar la democracia” y ensayó una autocrítica por haber sido “por demás republicano”.
El juicio político a Bolsonaro sumó una ficha más el pasado viernes, cuando el Supremo Tribunal Federal de Brasil divulgó el video de una reunión de gabinete en la que el presidente admite maniobras para intentar proteger a su familia y amigos de investigaciones y expresa, entre otras cosas, su deseo de armar a la población para evitar una «dictadura» de los gobernadores que cerraron las ciudades contra la pandemia.
En el video, además, se refirió al gobernador de San Pablo, el derechista João Doria que era su aliado, como «una bosta», y al de Río de Janeiro, Wilson Witzel, igualmente derechista y ex aliado, lo llamó «estiércol». En el mismo sentido dijo que el alcalde de Manaos es «una mierda».
Luego de la divulgación del video, llegaron las fuertes respuestas de Arthur Virgilio Neto, el alcalde de Manaos. En declaraciones a CNN, Neto dijo que su mensaje a Bolsonaro ahora es: “Renuncie, renuncie, renuncie, porque no gobierna Brasil”. Y agregó: "Su sueño es ser un dictador, pero es muy estúpido".
Neto dijo que el video le recordó su experiencia de las calles más sombrías de Nueva York, hace décadas, y dijo que el lenguaje utilizado por el gabinete de Bolsonaro era el de “proxenetas y prostitutas jóvenes”.
“No sé cómo explicar cómo un hombre de tan bajas calificaciones se convirtió en presidente de un país de 210 millones”, agregó el alcalde.
Mientras tanto, Bolsonaro fue visto el sábado de paseo, tomando algo en Brasilia. Pero con más de 23 mil muertos a causa del Covid 19, muchos brasileños comienzan a hacerle sentir al presidente su frustración y furia. En el video difundido por CNN, Bolsonaro come y bebe mientras los espectadores le gritan “asesino” y “basura” en el fondo.
Estos son los datos epidemiológicos de la pandemia de coronavirus en nuestro continente: