—Buenas, ¿cómo anda? Lo veo un poquito desalineado, con una mirada extraña. No sé, ¿es para preocuparse? ¿Tiene que ver con la ausencia de contacto humano o es más bien demasiado viaje introspectivo? Bah, ¿lo puedo ayudar con algo o prefiere que me vaya?
—Que use ojotas con medias es un renunciamiento a toda índole estética. Es lo más anarquista que hice en los últimos 70 años. Contacto humano, lo que se dice contacto… no sé. ¿Las charlas con el verdulero cuentan?
—Depende, de qué charlan.
—Del último vivo en Instagram de Darío Sztajnszrajber en el que habla de cómo reflexionar en la pandemia en relación a la búsqueda de normalidad en busca de deconstruir los lazos culturales que la subjetividad capitalista ha sembrado en el pensamiento de occidente, luego sobre las diferentes posturas del contexto mundial bajo la mirada dicotómica de Byung-Chul Han, Slavoj Žižek y Paul B. Preciado, para luego acordar que no hay saber acumulado ni manuales para comprender lo que pasa y qué hacer.
—Qué interesante, me encantaría ir a comprar a esa verdulería.
—Pero no, hablamos cualquier verdura… Luego capaz de la extraordinaria venta de cuarentena sume más empleados y servicios. Según los cálculos que hace son como varias navidades juntas.
—Me alegro, al menos a alguien le va bien.
—Bueno, también le robaron las dos balanzas. Digamos que no está muy contento, trato de no preguntarle demasiado porque tengo miedo que reivindique a Bolsonaro. Le tengo aprecio, y los precios son buenos. Pero indagar sobre la economía y el mundo me da miedo.
—¿Por qué?
—Porque el caldo con los días se pone intenso. Igual, con el panadero me pasa lo mismo. Le tengo más miedo al gorrerismo que al capitalismo de plataforma.
—Ah, entonces el problema es suyo. Por qué no se va vivir a Cuba o se pone un almacén con el Pepe Mujica.
—Ah, listo. Se terminó el periodo de espíritu conciliador.
—Sí, acá tengo mi corneta… mi vuvuzela y mi barbijo zapatista.
—Ah, es una lucha amplia…
—Es que estoy aburrido y no me animo al sexting.