Jayo

No vi la película El día de la marmota, recurrentemente nombrada para ilustrar este último largo tiempo, pero lo poco que puedo entender de la analogía me alcanza para no compartirla. La cuarentena impone una suerte de suspensión de tiempo, pero no necesariamente una repetición, una vuelta siempre al mismo punto. Quizás no hay algo anterior que exprese cabalmente esto de manera que podamos acomodarlo y acomodarnos en la tranquilidad de una serie.

Una de las cosas que más extraño es el fútbol y en esta pausa en el tiempo, que al menos para mí habilita una línea de fuga a todos los tiempos, a todos los pasados, veo en Youtube muchas cosas que me costaría confesar. Entre ellas, volví a ver varias veces el legendario gol de Jayo desde la mitad de cancha a River en el 2000, en el Monumental.

De ahí mi recuerdo salta a 1998, cuando tenía 20 años y estaba en Cuzco con una chica que por entonces era mi pareja. Había muchos diarios, y muchos puestos de diarios, en las tapas siempre aparecía Fujimori haciendo alguna hazaña y alguna mujer muy pulposa mostrando el culo. Cada día miraba esas tapas y me volvía a sorprender, generalmente compraba alguno, eran muy baratos, como todo.

Un día, la mayoría de las tapas, en vez de culos y Fujimoris, mostraban a Juan José Jayo que había firmado contrato con “La Unión de Santa Fe”.

Algunas semanas después, antes de cruzar a Chile, nos hicieron bajar del micro para un control antidrogas; eran las 2 de la mañana, estábamos dormidos, habíamos viajado muchas horas, el control parecía exclusivo para nosotros dos, nadie más bajó.

Había una especie de puestito muy precario, quizás una especie de carpa, con dos entradas, una para mujeres y otra para varones. Entré con mi mochila enorme. Un militar gordo me señalaba un cartel que decía algo así como “control anti-drogas” quizás pensó que no hablaba castellano, yo respondí que sí, que entendía, y puse la mochila sobre la mesa. No tenía nada ilegal pero si desarmaba toda la mochila me iba a llevar muchísimo tiempo volver a armarla. Él volvió a señalar el cartel, yo volví a asentir y así estuvimos un rato. Luego, resignado, abrí la mochila y empecé a sacar muy lentamente ollas, calzoncillos y ahí recién me habló. Me preguntó de dónde era, le contesté y mi respuesta no pareció satisfactoria. Me preguntó si había fútbol ahí, entonces rápidamente le dije que sí, que yo era hincha del club en el que iba a jugar Jayo. “Jaio” me corrigió, muy severo. Jaio, repetí yo, como pidiendo disculpas. No dijo nada más, empecé a guardar mis cosas y siguió en silencio. Terminé de juntarlas y me fui en silencio también.

Un par de años después, compraba cigarrillos en un kiosco de la peatonal y cuando me di vuelta para salir me topé con el mismísimo Jayo, me dieron ganas de abrazarlo, no lo hice, pero le alcancé a decir “Jayo, gracias”, creo que no contestó nada, sonrió mostrando sus dientes blancos y brillantes, como si supiera aquella pequeña historia.

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