En medio de la pandemia, las organizaciones sociales sostienen la demanda de alimentos. La Dignidad, La Poderosa y una dirigente vecinalista cuentan cómo trabajan en los barrios.
Luego de cuatro años donde el gobierno de la alianza Cambiemos, comandando por Mauricio Macri, dejó 14.680.000 pobres y 3.300.000 indigentes en el país, la situación de los sectores más vulnerados de la sociedad era crítica. Con el cambio de gobierno, las políticas para contener a esas millones de familias con escasos recursos comenzaron a activarse, pero una pandemia sin precedentes en la historia de la humanidad sumió a estos sectores en una situación de precarización casi total.
“Esto me hace acordar al 2001”, dice Rosalía Acosta, de la vecinal de barrio Las Delicias, en el norte de la ciudad. Acosta recuerda ese año clave, en el cual el comedor de la vecinal comenzó a funcionar y lo trae al presente, donde la cantidad de vecinos y vecinas que se acercan cada mediodía y cada noche a buscar un plato de comida, no para de crecer.
“Viene mucha más gente de lo habitual, es impresionante”, dice la vecinalista que, junto a otras tres mujeres preparan, de lunes a viernes en doble turno, más de 100 viandas que contienen, a su vez, la cantidad de porciones necesarias para cada grupo familiar. “Hay viandas con dos porciones, otras con cinco, con ocho, lo que cada uno necesite. Cuando empezó todo esto sabíamos lo que se venía porque las mujeres que trabajan en domicilios no están yendo, el albañil, los que tenían sus changas, hoy no tienen su ingreso diario, que ya era poco, pero la situación ahora es complicada y creo se va a ir complicando cada vez más. Acá en el barrio se dieron algunos bolsones pero no alcanza”, afirma.
El comedor de Las Delicias se sostiene, en buena medida, por las donaciones, “y vamos viendo cómo seguimos día a día”, señala Acosta. “Hay una iglesia que nos dona verduras y eso hace que nuestra comida sea más apetecible; también hay panaderías que donan bizcochos y facturas del día anterior para la leche. Hacemos guisos, canelones, y los viernes intentamos hacer algo distinto, como pizza. Tratamos de hacer lo mejor posible, nada de esto es fácil pero tampoco es imposible. Le ponemos garra, las mujeres tienen ganas de colaborar y lo hacen ad honorem, de lunes a viernes”.
Para las y los trabajadores informales quedarse en casa implica no poder trabajar, no poder salir a buscar su sustento diario, pero también gastar de forma acelerada lo poco que tienen. “Esto nos tocó a todos, porque al que tiene un sueldo tampoco le alcanza, llega el 25 y ya después no tenes nada. Tenes que ir hacer los mandados a las corridas y te sale todo el doble, la verdura, la carne, todo aumentó, precios exorbitantes, y se gasta mucho más porque estamos todo el día en casa, los chicos que antes comían en la escuela ahora comen en casa. La situación es complicada”, comenta Acosta.
Comedor poderoso
En el otro extremo de la ciudad el panorama no es muy diferente. El comedor “Ester Ursini” funciona los sábados y domingos en barrio Chalet (J. J. Paso 3971) y es gestionado por La Poderosa. “El nombre es en homenaje a una compañera que participó desde el inicio de la organización en Chalet y falleció en diciembre de 2018”, cuentan desde la organización social y política.
En la cocina de la sede de La Poderosa funciona el comedor, los fines de semana, y la cooperativa Cocina Poderosa, que vende productos de panificación y rotisería, durante la semana. “En el comedor trabajan 25 personas en turnos rotativos, organizados en grupos de cuatro personas. Actualmente son menos personas trabajando ya que hay 10 compañeres que están dentro del grupo de personas de riesgo, por lo que son más vulnerables a la infección del virus. Esto implica más trabajo para quienes sí pueden ir cocinar”, indican las responsables del comedor.
Al igual que en los demás comedores comunitarios de la ciudad, las medidas de seguridad e higiene son claves en este momento, tanto para las trabajadoras como para quienes van en búsqueda de sus viandas. “Se usa barbijo, lavado de manos permanentemente, además de limpieza y desinfección con lavandina con mayor frecuencia. Cuando se retira la comida se espera afuera y se respeta el distanciamiento”, explican.
La Poderosa es un movimiento social villero que nació hace más de 15 años en Capital Federal pero que se extendió ya a casi todo el país, con más de 100 asambleas. Esa estructura es clave en el sostenimiento de los comedores de la agrupación. Sobre esto, desde barrio Chalet, señalan: “Tenemos donaciones que nuestra organización recibió a nivel nacional, de Unicef y del banco de alimentos. También nos llega mercadería desde la Municipalidad, que se entrega a las personas que están inscriptas en nuestro comedor; por parte del gobierno provincial contamos con la tarjeta institucional, que tuvo un aumento el mes pasado, y estamos esperando mercadería que van a enviarnos desde Desarrollo Social de la Nación”.
Respecto de la demanda en tiempos de aislamiento, desde La Poderosa señalan: “aumentó, sobre todo de personas que antes no nos pedían estar en el comedor, ya que está muy parada la economía popular, se redujo el trabajo informal que es la fuente de ingresos de muchas familias. Pasamos de 160 raciones a 210, y hay familias en lista de espera. Actualmente son 46 familias las que retiran comida”.
Todo el sistema está mal
El Movimiento Popular La Dignidad tiene comedores en 27 barrios de Santa Fe, Santo Tomé, Esperanza y Helvecia. La mayoría funciona dos o tres días por semana, trabajan entre cuatro y ocho personas por cada espacio y asisten alimentariamente a más de tres mil familias.
“Desde que empezó la pandemia hubo cambios, vemos que la mayoría de las personas no pensaron que se iba a extender tanto la cuarentena. La mayoría de los trabajadores y trabajadoras informales están viendo cómo sobrevivir, ya que tienen demandas tanto de la parte alimentaria como para poder sostener a sus familias”, indica Verónica Díaz, integrante del movimiento.
El aumento de la demanda en los comedores es el denominador común. La emergencia sanitaria ha llevado a gran cantidad de personas a buscar asistencia en estos espacios gestionados por las organizaciones barriales. Desde La Dignidad intentan realizar un acompañamiento personalizado para no dejar que la situación se agrave aún más. “Las compañeras tienen un listado de personas, con nombre y apellido, dirección, número de contacto y otros datos. Con eso, por ejemplo, se contactan con los adultos mayores y les llevan las viandas a sus casas, para que no salgan y seguir el protocolo de Salud. Es una manera de cuidarlos. Tienen grupos de WhatsApp, donde informan sobre la comida, los horarios, y cualquier novedad que haya”, cuenta Marilin Monzón.
A las medidas de higiene para evitar el contagio de coronavirus, desde La Dignidad también le suman la prevención del dengue. Sobre esto, Díaz comenta: “A nuestras compañeras que trabajan en las copas y merenderos les acercamos Off y espirales, también dimos volantes informando los síntomas del coronavirus y del dengue, y cómo cuidarse. Así que además de las viandas, la gente se lleva esas recomendaciones a su casa”.
Además de los comedores, este movimiento gestiona un Centro de Integración Comunitaria, un Centro de Día, un jardín comunitario y la Escuela Popular de Psicología Social. “A todo eso lo une una línea, que es institucionalizar los espacios para ubicar la responsabilidad donde tiene que estar: entendemos que la alimentación es algo que tiene que garantizar el Estado a todos y cada uno de sus ciudadanos”, explica Florencia Álvarez.
En este sentido, La Dignidad viene trabajando con la Dirección de Salud Alimentaria de la provincia; con la Secretaría de Acción Social y Políticas de Cuidado de la Municipalidad; y también canalizan necesidades de las barriadas a través del Fondo Alimentario Municipal, creado a partir de la sanción de la ordenanza de Emergencia Social y Alimentaria en la ciudad.
“Esta pandemia llega en el medio de gestiones nuevas, tanto en Nación como en Provincia y la ciudad, donde la historia se repite: las tres gestiones se encontraron, según sus relatos, con un Estado vaciado, endeudado”, comenta Álvarez. “Nosotros entendemos que esta pandemia lo que dejó ver muy claro es la cantidad de reformas estructurales que hay que hacer: se notó muchísimo la desigualdad, la brecha de ingresos entre la masa trabajadora y los grandes terratenientes, empresarios, financieros. Entendemos que es muy injusto pretender que sea solo la masa trabajadora la que se salve a sí misma, y por esto el Estado tiene que ponerse más firme con, sobretodo, la redistribución de la riqueza. La asistencia no está siendo suficiente y no es solo una cuestión de que el Estado inyecte más recursos en los sectores más vulnerables, sino que en realidad es una cuestión de redistribución de la riqueza, de repensar cómo circulan la producción y reproducción de bienes, servicios, de capitales simbólicos hacia el interior de nuestra sociedad”.