Un paseo por las oficinas porteñas donde se decide la fuga de capitales y la especulación con deuda argentina. BlackRock, uno de los fondos que se opone al canje de deuda, le moja la oreja al gobierno abriendo una oficina local. "Son clientes, acreedores y evasores de la Argentina a la vez", relata Hernán Arbizu.
Durante muchos años “tener poder” podía traducirse como tener la capacidad de decidir el curso de las cosas sin ser percibido, acaso completamente ignorado. Decisivo e invisible a la vez, en diádico resumen. Pero en la era 5.0 de la globalización financiera y el tutelaje económico de la gestión política a escala planetaria (y con la centralidad adquirida por entidades supranacionales visibles pero “incomprensibles”), cabría retocar esa traducción: tener poder es tener la capacidad para decidir el curso de las cosas sin que nadie (o casi) pueda impedirlo ni reprochártelo, ni asociar tu marca visible a esos manejos. Algo así sería BlackRock, un roncanrol oscuro con un groove persitente irresistible, que contagia a nivel planetario mucho más que el pop coreano y desata una danza de billones de dólares que discurren invisibles por plataformas digitales inodoras, inaudibles e insípidas. ¿Qué es Aladdin sino una exitosa serie de Disney? ¿Qué es Exchange Traded Founds sino algo que seguramente no se come? ¿Y qué es BlackRock sino un género musical destinado a heredar el Grunge o el Trash Metal? La respuesta es “casi todo” lo invisible que se esconde detrás de un logo menos conocido que los de Bayer o Monsanto, pero los controla.
Hasta hace un par de días el otoño parecía empeñado en redimir la primavera que apenas fue para acompañar el esfuerzo de todes y aplanar la curva de contagios, particularmente en la CABA donde se concentran más del 70% de les infectades y reina por voto popular “el amigo amarillo”. Amarillo como el otoño que hacía su mejor esfuerzo hasta que ráfagas de viento helado bajo nubosidad variable empezaron a desparramar miles de hojas también amarillas, una coreo estacional que en Santa Fe es un detalle más del paisaje y aquí todo el paisaje que se puede sublimar encajonado entre vidrios y cementos monumentales.
Y este es el paisaje de la pasarela hiperkinética y porteña donde moran y operan los que hacen lo que quieren con nosotres, capitalinos de acá o de allá; el aglomerado urbano donde se planea el país para los próximos 50 años contra la política bifrentista que se revienta contra la coyuntura, que hace lo que puede poroteando chiquito, en cálculo electoral permanente como si a dos o cuatro años se cifrara el futuro de todes o de nadie.
La City es un bar céntrico en Santa Fe, en el inicio de una peatonal plomiza donde se mezclan una iglesia para arreglar lo de adentro y un puñado de tiendas para disimular lo por fuera. En Buenos Aires, es parte del casco histórico y patrimonial que se extiende entre la Plaza de Mayo (donde se expresa el poder plebeyo), la Catedral Metropolitana (símbolo del poder supraterrenal y milenario) y la Plaza San Martín (donde por éstos días toma sol la flora y la estatua ecuestre del libertador de América); en el medio es el corredor que describimos y que alberga en oficinas cuyos alquileres oscilan los U$S 60.000 mensuales y la Casa de Santa Fe también; razonable y largamente amortizados por las oficinas de banca privada y fondos de inversión que ofrecen jugosos negocios a inversores argentinos y uruguayos con ese “poder”. ¿Cuál? El verdadero, el que detentan los que acumulan rentabilidades extraordinarias, burlan regulaciones impositivas (tributando sólo por el 25% de lo que poseen) y fugando el resto, que volverán a escamotear en algún blanqueo donde pagarán un porcentaje ínfimo y caritativo a cambio de seguir dejándola afuera.
Te compra, te presta, te espera, te ejecuta
Munidos de la autorización excepcional de la que goza el periodismo en pandemia para hacer cualquier tipo de cosa, incluso periodismo, desechamos el Google Street View y nos apersonamos embarbijados en la City para corroborar paisaje y clima, pero lo que es mucho más importante, para chequear si el fondo de inversiones que tiene el 13% de la suma global de bonos de deuda argentina a reestructurar, si ese estado supranacional que administra fondos equivalentes a los PBI de Alemania y Francia o a 18 de Argentina, que es copropietario de 17.000 empresas en todo el mundo, que a través de su Director Ejecutivo de Mercados Emergentes amenazó al ministro de Economía de un Estado soberano con el clásico “ustedes no saben con quién se meten”, si tal como nos apunta un experto operador de fortunas evasoras, uno de los factores de poder que ya sabe que la pospandemia será capitalista y especulativa o ninguna otra cosa y administra con sabiduría ecuménica programas y recursos de la Reserva Federal estadounidense y el gobierno chino, ha reconvertido su oficina de operaciones locales sita en Maipú 1210, mezclando entre sus portfolio managers y oráculos asistidos por plataformas electrónicas de cálculo a vendedores de fondos. Convirtiendo así una oficina de asesoramiento para inversores argentinos y uruguayos tenedores de bonos de deuda (casi todos ellos con más de la mitad de su patrimonio escondido y libre de impuestos), en un enclave para mantener una relación más estrecha con el Ministerio de Economía en una “oficina comercial”.
¿Y dondé quedaron el otoño fallido, las hojas y la ventisca de mayo? ¿Puede una crónica política y apenas económica prescindir del paisaje que la torne más digerible? No, ahora llovizna y las calles del microcentro reflejan la enorme autoridad de la palabra presidencial. Dicho esto hay una pregunta más interesante para responder: ¿y qué es una oficina comercial de una administradora global de fondos? Pues lo mismo que una oficina de banca privada después de la reforma del mercado de capitales del macrismo en 2018: una representación “oficial” –autorización de la Comisión Nacional de Valores (CNV) mediante– para vender oportunidades de inversión dentro y fuera del país a millonarios rioplatenses offshore. El blanqueo de operatorias que facilitan la evasión y fuga de divisas, la subdeclaración de activos patrimoniales y rentabilidades empresarias prácticamente sin disimulo y debajo de las narices de la mismísima CNV y porqué no de la Unidad de Investigaciones Financieras.
Hernán Arbizu explica cómo funcionan estas oficinas: “Estas oficinas no les ofrecen a clientes individuales o corporativos éstas oportunidades –salvo que tengan un piso de 2 millones y medio de dólares– sino que van a las distintas unidades de banca privada de los bancos que ya tienen acuerdos firmados con BlackRock, y esos banqueros les ofrecen a sus clientes fondos de BlackRock que no están ni registrados ni controlados por la CNV (de hecho yo tenía trato continuo con las de Fidelity y Templeton). Esto es ilegal y se hace en Argentina, y seguramente dentro de los fondos que administran habrá clientes que son tenedores de deuda y a la vez son parte de los que tienen 400.000 millones de dólares sin declarar en el exterior; así como hay argentinos con su plata sin declarar que tienen bonos argentinos y hay otros que los tienen a través de fondos como BlackRock, Templeton y Fidelity. Son clientes, acreedores y evasores de la Argentina a la vez, una locura. Montar una oficina argentina para vender fondos offshores para ciudadanos argentinos que tienen la guita afuera, eso demuestra el poder que tienen. No sólo amenazan a las autoridades del país sino que le mojan la oreja”.
Esta trapisonda es posible gracias a la Ley 27.440 de Mercado de Capitales macrista, sancionada en mayo de 2018 , aún vigente y ponderada en la web de la CNV que es quien debería autorizarlos a operar en el país y residir en el mismo corredor histórico donde tiene su base de operaciones. Pues bien, en tiempo de servicios mínimos, críticos o telegestionados, con un mail alcanza y sobra.
Con la colaboración de Hernán Arbizu le remitimos a la dirección electrónica de la CNV que atiende estos asuntos, el enlace donde Founds Society –una publicación de prestigio y consumo obligado entre traders y brokers de la city y al alcance de casi cualquiera– anuncia que el responsable de las oficinas de BlackRock en Argentina, Federico Rosemberg, asume “nuevas funciones” consistentes en ofrecer sus productos a inversores argentinos. Se pregunta si la CNV ha registrado y autorizado al fondo para esas operaciones y si no es pasible de sanción en caso de no ser así.
La respuesta de la Oficina de Atención al Inversor es corta y precisa:
Se hace saber que se ha efectuado la consulta pertinente a la Subgerencia de Registro de esta CNV. Dicho sector nos informa que la sociedad "Blackrock" no se encuentra dentro de los registros de agentes autorizados por esta CNV, como tampoco el Sr. Rosemberg como persona humana en los registros de idóneos o agentes intermediarios.
Desde este sector no podemos emitir opinión sobre sociedades no registradas ante esta CNV.
Atte.
Opinar pública o abiertamente tal vez no, pero sería deseable que ejecute sus facultades fiscalizatorias vigentes, incluso a pesar del retroceso que la ley macrista que mencionamos (que no fue derogada y que votó el peronismo amigable que hoy es parte del Frente de Todes, digamos todo) produjo recortando las atribuciones regulatorias y sancionatorias de la CNV sobre el mercado de capitales previstas en la Ley 26.831, que el gobierno de Cristina Fernández sancionara en 2012 y con Alejandro Vanoli al frente de la CNV. Es decir que sobran compañeres para acordarse y hacer realidad este compromiso prelectoral de volver mejores.
Fondos especulativos empoderados: el oscuro rocanrol de la pandemia
Pedro Ramigo y Erika González –investigadores del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) y autores del libro Adónde va el capitalismo español– afirman que antes de la crisis del coronavirus, y con mayor agresividad en el contexto actual, “las grandes corporaciones, están intentando sostener sus beneficios a través de la reducción de costes, la creación de burbujas especulativas para recuperar en el corto plazo altos niveles de rentabilidad y la mercantilización de nuevos sectores y servicios; todo esto con la complicidad de los estados soberanos y dejando a BlackRock y otros fondos de gran porte en inmejorables condiciones para direccionar los flujos de inversión especulativa y administrar recursos inflando o desinflando economías enteras”.
BlackRock desprecia las utilidades rápidas, los eyaculadores precoces de una timba que no es tal, y condiciona la suerte manipulando variables geopolíticas que no se resumen en un algoritmo y rehúye –más allá de los aprietes o bravuconadas con países emergentes que pretenden racionalizar al anarcocapitalismo financiero– las confrontaciones directas con Estados, prefiere asociarse a ellos, sumarlos a su cartera de inversores. Hoy constituye un peligro sistémico que excede su poder de veto a la reestructuración de deuda argentina, es una amenaza planetaria que sin embargo no es percibida como tal por el sentido común dominante de los pueblos que padecen y padecerán su voracidad especulativa.
Larry Fink, uno de sus fundadores, que percibe un sueldo de 40 millones de dólares anuales, anticipa el futuro que se empeña en moldear al margen de negocios de coyuntura: “nosotros ayudamos a consolidar un nuevo capitalismo de largo plazo, que no se fija en beneficios trimestrales, para transformar la economía de mercado sin transformar su esencia y para eso necesitamos asociarnos a Estados más dinámicos y flexibles”.
Y esa frase sopla fuerte, despeina y destempla como las ráfagas otoñales que empujan a los pocos transeúntes de la city contra las paredes, frío sobre frío, pandemia sobre pandemia, invisibles estas dos y sin embargo tan reales.