Para Laura, de pelo cortito y corazón extenso
Me levanto tarde y preparo el café. No me importa la hora, a nadie le importa qué hora es. Preparo el café con la máquina de oro y salgo al patio un ratito a pegarle un vistazo a las plantas, sobre todo a las que más quiero: las cascadas y los adiantum (nombre correcto de los culantrillos, “sus hojas son divertidas y delicadas”, googleo). Tengo tres macetas con culantrillos: dos son comunes, y uno es doble. Mi apego con las cascadas viene por línea directa de la casa de mi abuela. Tengo varios ejemplares; alguno bastante alto porque la maceta es grandecita, pero ninguno ha tenido flores nunca. Son flores que se arraciman, se amontonan, con una piel quebradiza y como inflamada, que explotaría suavísimamente si las apretaras entre los dedos. Su color va entre el blanco al rosa, y quizá a un rosa subido, pero de las mías yo no lo sé, porque mis cascadas no dan flores.
Se están secando, tampoco dan flores, las aguas de la laguna. Se ve el armazón no sé qué del túnel y hacía cincuenta años que no se secaba tanto. No dan flores pero dan flamencos. Dan flamencos que, como las cascadas, viran del blanco al rosa al casi rojo. Los flamencos son muy divertidos y delicados, también. Pueden nadar, pueden volar, pueden caminar. No les gusta la mirada humana, así que vuelan de noche. También pueden dormir parados. Sostenidos por una pata: se cree que sólo duermen con una parte del cerebro mientras la otra, la vigilante, la insomne, se ocupa del equilibrio del cuerpo. Se arraciman, se juntan en manada, son sociables.
En el mundo la gente se está muriendo de pobre y de vieja y de las dos causas. No podemos nadar, no podemos volar, no podemos caminar. Uno escucha y lee, y mira televisión, redes sociales; lee artículos de diarios, abre videos en wa. Artículos de filósofos, de sociólogos, de epidemiólogos, de infectólogos, de pandemiólogos, y ahí te das cuenta de que toda esa información es completamente inútil, no sabés nada, es decir, cada vez sabés menos, porque el entrecruzamiento de los datos da como resultado la comprensión de sólo un cuadro: tantos muertos, tantos contagiados, tantos recuperados. Y ni siquiera podés saber si los recuperados cuentan entre los contagiados; eventualmente, entendés los muertos. Tenía 20 y pico cuando era la edad de la muerte; tengo 70 cuando es la edad de la muerte. Cada cincuenta años podría morirme por causas violentas y ajenas a mi voluntad.
No sólo miro las plantas cuando me voy al patiecito a mirarlas, con el café en la mano. Las contemplo amorosa y cuidadosamente porque miro entre las macetas para ver si quedó un agua encharcada y hay, o no, dengue.
¿Por qué dirían que el culantrillo es divertido? Pienso que quizá por la forma de las hojitas, que parecen un pequeño pie con los dedos abiertos. La delicadeza es por demás evidente. Pero también son como tiranos, porque si te descuidás dos días y no les ponés agua, se mueren.
Soy una anciana que vive a una cuadra de bulevar y toma café y mima sus plantas.
Soy una anciana que se encoge en una casucha atestada de familias que no tienen ni agua para lavarse las manos y tener a raya al bicho.
Soy una anciana que se arracima con otres ancianes en una casa donde te depositan para que te mueras antes de tu muerte.
Y hablo mucho, como dice Michaux acerca de Celan, para no tener que hablar.
Hermoso