La otra mañana escuchaba la radio mientras preparaba una clase de epistemología y estaban hablando de caramelos masticables. Discutían qué Sugus era más rico. El conductor decía que el que menos le gustaba era el verde clarito. Y cuando creías que no la podía embarrar más tira que su gusto favorito es el de naranja. Por suerte la conductora salió al cruce cual Albertina Samid del sindicato de los masticables a exigirle que se arrepintiera de lo que dijo.
Inmediatamente pensé: “Cierre del Pausa, no tengo tema. Sale como piña columna sobre los mejores caramelos de la historia”. Entonces empecé a idear un texto de esos que empiezan “Si no comiste estos caramelos, no tuviste infancia”, y que siempre olvidan aclarar que esa infancia es burguesa y es un meme que puede hacer sentir muy mal a muches. Pero bueno, show must go on y tiré encuesta en Instagram para que la gente escribiera la columna por mí. Yo le pongo un título medio académico y después ustedes creen que van a leer algo interesante.
Esta columna no pretende dictaminar cuál es el mejor caramelo ni mucho menos. Pero sí está claro que el mejor Sugus masticable es el rojo, le sigue el celeste y completa el podio el de manzana. Y según mis contactos de Instagram, el mejor caramelo de la historia es el Palito de la Selva. Y yo coincido.
El Palito de la Selva lo tiene todo: crema y frutilla. Consistencia elástica que te permite masticarlo sin romperte los dientes. Tamaño justo para pegártelo en las encías y que se vaya disolviendo solo y, por si fuera poco, material de lectura sobre la fauna mundial. Es el Federer de los caramelos; juega a otra cosa. Creo que el Palito de la Selva es lo único en lo que puedo llegar a coincidir con un macrista o un antiderechos.
El segundo más votado para mí es una sorpresa. Un batacazo: el Flynn Paff. No sé ni cómo empezar a hablar de semejante adefesio glucosoide. Tampoco sé si quiero saber de qué estaba hecho el Flynn Paff, sinceramente. Lo único que sé es que, cuanto más feo se veía, más rico era. Menos mal que siempre creí en las que te curan el empacho con la cintita… De los atracones de Flynn Paff que me salvaron.
Tercero aparecen los masticables de Arcor pero como son re aburridos pasamos al que sigue: los Fizz. También se podría hacer un ranking de los colores que traía la tirita de estos caramelos pero como todos tenían el mismo sabor no tiene sentido. Además, su gracia no estaba en el gusto sino en la soda caustica esa que hacía efervescencia en el paladar. No, tampoco es conveniente preguntarse por su composición. ¿Se pronuncia “fish” o “fiz”?
Por supuesto aparecieron mencionadas las gomitas, en todos sus tamaños y formas: chicas y grandes, rueditas y piramidales. Acá podríamos seguir un criterio similar al de los Sugus y rankear por color: lejos la gomita con mayor demanda es la morada que, oh casualidad, es la que menos oferta presenta. El rojo y el verde completan el podio y, como siempre, el naranja y el amarillo son como las masitas de vainilla sin jalea de las Variedad de Terrabusi: no las quiere nadie.
Otro clásico: el masticable de dulce de leche. Un infaltable en el frasco de caramelos de cualquier casa de repuestos para autos, junto con el de café. Fruta noble que nunca te deja a patas. En mi caso, es como la milanesa: no lo elijo, pero si hay manoteo sin quejarme.
Algo llamativo que surge de este riguroso y casi científico estudio sobre consumos alimenticios “ociosos” es la cantidad de menciones a los caramelos de chocolate y menta, masticables y no masticables. Y como no necesito anexar los resultados de las encuestas, si no me creen no me importa. Pero lo que quiero remarcar es que podríamos extrapolar este relevamiento al campo de los helados y decir que entonces el problema de la menta granizada no está en el sabor sino en la mala prensa que tiene.
Para ir cerrando, hagamos honor a un postergado. A un caramelo que podríamos llamar “cabecita negra”. Despreciado antes de probarse. Baratos y resistentes, como los pantalones Ombú. Sí, estoy hablando del Media Hora, un caramelo ferroviario, metalúrgico y peronista. Nunca faltan en el almacén del barrio. ¿Será acaso este el motivo de su desprecio y no tanto su sabor? Preguntárselo no está de más. Al fin de cuentas, recordemos que esto sigue siendo la conmemoración de una infancia burguesa.