Entrevistamos a los integrantes de Toponauta y reseñamos su último disco: “El Riesgo”, editado este año.
Pasaron más de 20 años desde que César y Francisco Cantero generaron en los pasillos de la escuela Almirante Brown el big bang que, desde 2001, se llama Toponauta. En ese tiempo, cuentan, “el significado de la banda no ha cambiado para nosotros. Sigue siendo ese espacio de diversión y placer en la creación musical, donde ronda la poesía, lo visual, con el deseo de llevar esa producción (sean las canciones, los shows, los videos) lo más lejos posible”.
Su discografía es registro, diario de viajes con algunas paradas que cada tanto nos alerta: son hábiles para recrear esas atmósferas oníricas y medio orientales propias de la obra de George Harrison, comparten recursos con Charly García y hasta tienen salidas medio babasónicas. Pero cuidado, que esta enumeración no confunda, porque si hay algo que no puede decirse de Toponauta es que no suenan a nuevo.
—¿Se emparentan más con la música clásica o la contemporánea?
—Siempre estamos escuchando música nueva y tratando de incorporar lo que nos emociona o nos parece interesante de lo que está sucediendo contemporáneamente. Al mismo tiempo, nuestra impronta es de corte cancionístico, y en ese sentido se podría decir que tenemos un costado clásico. Sentimos que la canción es el formato que más se ajusta a la manera que tenemos de contar (y cantar) lo nuestro. Pero insisto: siempre con la oreja atenta a lo que está pasando y absorbiendo los elementos que creemos que enriquecen nuestra voz (y con los que nos da placer interactuar).
Nuevo disco
El primer tiempo de El Riesgo (2020), el nuevo disco de la banda, empieza con un tándem de canciones juguetonas: al principio, “Parecido” es una power ballad que te lleva a dar una vuelta por el aire, en la que Francisco nos va ofreciendo todo tipo de comparaciones voladas hasta que, en un punto, llegamos tan alto que escuchamos un coro de voces (las de Romina Rojkes y Noelia Celayeta) que parecen bendecir nuestra ascensión; le sigue “Apolo ebrio”, un episodio en el que se enumera todo lo que hace falta para animarse a saltar desde allá arriba (cerveza, melodías, poesía).
Que la composición de las canciones haya sido pensada individualmente y no como un todo no anula que existan hilos conductores ni que conversen entre ellas. Para imaginárselo ayuda muchísimo el arte del disco, a cargo del “coterráneo del diseño Manuel Manso, compañero de la Almirante Brown allá por los ‘90”, en la que se ve a una nadadora preparada para saltar, de espaldas a las aguas de lo que podría ser alguna laguna de Marte. ¿Qué es más riesgoso que tirarse una mortal para atrás en una playa extraterrestre?
Para animarse a dar ese salto hay que presumir de cierta seguridad que ¿de dónde viene? Arriesgamos que tiene que ver con la génesis misma, no solamente en el “momento” de componer, sino con que quienes lo hacen son hermanos: “La travesía sonora arranca en la intimidad del núcleo de la banda, que es el laburo que hacemos César y yo al ponernos a trazar las primeras pinceladas sobre las canciones”, cuenta Francisco sobre su proceso creativo.
Y aprovecha para enumerar a todo el equipo que se ensambló para El Riesgo: “Después sumamos a Diego Arcaute, un batero con el que queríamos trabajar hace tiempo, y que aportó unas cosas increíbles, tanto baterías como percusiones y octapad. Después de plasmadas las bases (baterías, guitarras, bajos) y algunos teclados y percusiones, acudimos a Tomás Hepner y su estudio Le Palm (que cuenta con diferentes y alucinantes teclados) para sumar los últimos elementos antes de grabar las voces (donde sumamos a Romina Rojkes y Noelia Celayeta en el track que abre el disco, “Parecido”), y comenzar el proceso de mezcla y mastering”.
Voz propia
El disco sigue sonando y el arranque de “Me dedico a esperar” arranca con piano y voz y da a Fito Páez, escuchamos “Carozo” y cómo no pensar en Luis Alberto Spinetta.
En la canción “El Riesgo”, última curva del disco, llegamos al clímax, el momento en el que nos convencemos de mandarnos. La canción final se llama “Rendirse ahora”, que lejos de hacerle honor a su título, es como una oda optimista y un toque oscura, con ritos, cangrejos y caballos. Muy oportuna para picar en una pandemia, posta.
Si la solidez se la da el vínculo de sangre y la bien aprovechada sociedad artística de los hermanos César y Francisco Cantero, el cuerpo se lo dan estos artistas invitados que tan necesarios resultan: “En este espacio han confluido muchas personas a lo largo de los años, colaborando circunstancialmente algunas, de forma más duradera otras, aportando y haciendo crecer al proyecto, dándole un mayor espesor a esa búsqueda primigenia, que sigue incólume”.
—Más allá de los matices, se nota una continuidad en el sonido de la banda, ¿identifican ya su voz propia?
—Desde el momento en que uno canta sus desdichas, alegrías, rabias, sueños y pareceres la voz propia está siempre presente. La tarea es mejorar el intento, disco a disco, decantando lo que fue parte más del aprendizaje, y dejando lo que es más honesto y constitutivo de una identidad personal (que de cualquier modo se va reformulando todo el tiempo, con lo nuevo, con miradas nuevas de lo viejo, etc., acorde uno crece y deviene).