“… el constante juego de los medios de comunicación: reclamarte siempre lo contrario a lo que hiciste. Es parte de un negocio perverso que ustedes [les periodistas] conocen a la perfección”. Marcelo Bielsa.
Me resulta muy contradictorio por mi bielsismo explícito escribir sobre Bielsa recién después de que saliera campeón y ascendiera a la Premier League con el Leeds United hace algunos días. Y reconozco que un poco me incomoda. Pero quien pueda acusarme de contradictorio que tire el primer objeto contundente y suspendemos la columna. Por otro lado, vengo padeciendo desde hace 18 años a “esos que necesitan que les den un mensaje, a los ignorantes” a los que hay que decirles “mire, acá el que pierde, hasta que vuelva a ganar o lo destruyamos, no existe más; es un inútil porque así está planteado”, así que asumo mi contradicción y empiezo esta columna diciendo “¡Bielsa! ¡Bielsa, carajo!”
¿Por qué sería contradictorio celebrar el éxito del DT rosarino que tiene un hermoso estadio con su nombre y es reconocido por “la nobleza de sus recursos”? ¿Acaso Bielsa ha asumido alguna vez que prefiere perder? ¿Alguien lo escuchó decir que ganar no importa? Digo esto porque pareciera que como en sus últimos trabajos se destacó el juego de sus equipos a pesar de no haber logrado ningún título, Bielsa sería una especie de paladín del fracaso. Claro que desde esa perspectiva binaria y absolutista, festejar a Bielsa en el triunfo es exitista. Pero Bielsa, según Bielsa, nunca despreció el triunfo: “Ganar es indispensable. Entonces yo el no haber ganado lo vivo como un fracaso. Uno se va quedando sin argumentos si no gana”, dijo.
Ganar es indispensable. Es el fin de competir. Si yo no compito para ganar me aburro. Y detesto perder, tanto como lo debe detestar Bielsa. No en vano los 23 jugadores de Argentina en aquel fatídico 2002 coinciden en que nunca vieron antes o después en sus carreras a un DT tan destruido como a Bielsa en el vestuario después de la eliminación con Suecia.
Desde ese día, para muches todo lo que él hiciera era nefasto y para otres muches era sagrado. Evidentemente ambos extremos son igual de ridículos aunque cualitativamente diferentes: defienden modos de entender el deporte y el juego, desde dimensiones estéticas, éticas, filosóficas y hasta políticas antagónicas. A mí cuéntenme entre los ridículos del segundo grupo: siempre búsquenme del lado bielsista de la vida, incondicionalmente.
Que yo sea el estúpido y Liberman el formador de estúpidos (“El jugador no es perverso: está educado para ser perverso. Porque si no lo es, es estúpido. Y elige ser perverso”, dijo Bielsa) no quiere decir que a Bielsa no le importe ganar. Pero que lo que más importe sea ganar no significa que sea lo único que importe. Y claro que perder duele pero es lo que habitualmente sucede. Y la forma de perder también matiza el significado de la derrota: “El éxito es una excepción, no un continuo. Los seres humanos rara vez triunfan. Pero habitualmente desarrollan, combaten, se esfuerzan y ganan de vez en cuando.” Y él lo sabe muy bien: “Yo soy un entrenador que en líneas generales no ha tenido éxito. Lo demuestra mi currículum”. Y si consideramos al éxito como un cúmulo de campeonatos o trofeos, sin dudas, Bielsa no ha tenido éxito.
Pero me parece muy mezquino creer que todo se debe juzgar por la cantidad de éxitos. Pep Guardiola el día que Leeds ascendió tuiteó: “El mejor llega a la Premier” y una foto en cuclillas de Bielsa. Y le seguían cataratas de libermans bardeando a Bielsa y de paso a Pep, a quien graciosamente de lo que menos pueden acusar es de fracasado.
El fútbol, como cualquier deporte, se trata de algo más que del resultado. Y Guardiola lo reconoce. Y el éxito y el fracaso son construcciones complejas. Y se puede convivir con y en ambos. Hay un magma, un goce, un algo que va más allá de ganar o perder. Hay algo entremedio que no sé cómo llamarlo. Y a mí Bielsa me gusta ahí, en ese algo. Ahí encuentro el disfrute en y por el juego. Eso es jugar. Y ahí Bielsa es el mejor jugador. O por lo menos, así lo veo yo.